Laura se había enamorado de Andrés como una polilla se siente atraída por la luz. Desde el primer encuentro, él supo exactamente qué decir, cómo moverse, dónde tocar para desarmarla. Era un hombre encantador, seguro, y tenía un talento particular para hacerla sentir especial, como si todo su mundo girara en torno a ella.
Al principio, las pequeñas atenciones parecían amor genuino: un mensaje inesperado, flores sin motivo, la insistencia de saber cómo había ido su día. Pero conforme avanzaban los meses, esos gestos comenzaron a adquirir una textura diferente, un peso que Laura no supo identificar al principio.
—¿Por qué no me dijiste que saldrías con tus amigas? —preguntó Andrés una noche, su tono aparentemente casual, pero sus ojos fijos en los de ella como buscando una grieta.
—No pensé que fuera importante. Solo era una cena rápida.
—Todo lo que haces es importante para mí. No entiendo por qué no lo es para ti.La culpa se infiltró como veneno. Andrés no alzaba la voz ni la insultaba; simplemente se quedaba allí, mirándola con decepción, manipulando cada silencio hasta que Laura sentía que había cometido una falta imperdonable.
Con el tiempo, las palabras de Andrés dejaron de ser caricias para convertirse en cuchillos afilados. Nunca atacaba directamente; prefería sembrar dudas, pequeñas y persistentes.
—¿Estás segura de que eres buena en tu trabajo? A veces me pregunto si tus colegas no te ven como alguien insegura. Pero no te preocupes, yo siempre te apoyaré.Esas palabras, dichas con una sonrisa, carcomían lentamente su autoestima. Cada vez que Laura intentaba confrontarlo, Andrés se mostraba herido, como si él fuera la víctima.
—¿De verdad crees que yo quiero hacerte daño? Todo lo que hago es por tu bien, Laura.Pronto, Laura comenzó a cuestionarse todo: sus decisiones, sus emociones, incluso sus recuerdos. Andrés tenía un don para reescribir la realidad. Lo que ella había interpretado como un comentario hiriente, él lo describía como una preocupación amorosa. Lo que ella sentía como control, él lo disfrazaba de protección.
Una noche, mientras dormían, Laura despertó sobresaltada. Había tenido un sueño extraño, difuso, pero en él Andrés no tenía rostro. Era solo una figura oscura, una sombra que la abrazaba hasta ahogarla. Miró a su lado y lo vio durmiendo, apacible, como si nada pudiera perturbarlo.
Fue en ese momento cuando comprendió algo aterrador: Andrés había dejado de ser solo una persona. Se había convertido en una presencia dentro de ella, una voz que susurraba en cada decisión, una sombra que moldeaba su percepción del mundo.
Intentó escapar. Una vez. Dos veces. Siempre volvía. Andrés era experto en halar los hilos de culpa y esperanza que la mantenían atrapada. Cuando se sentía segura de dejarlo, él la envolvía con palabras dulces, recordándole lo mucho que la amaba, lo único que era para él.
Hasta que un día encontró el diario. En sus páginas estaban sus sueños, sus metas, todo lo que alguna vez había querido ser antes de Andrés. Pero lo que más la impactó fue una frase: "El verdadero amor no te quita la luz, la amplifica."
Se quedó mirando esas palabras durante horas. Esa noche, mientras Andrés dormía, Laura fue a la cocina. Tomó un cuchillo y lo sostuvo entre sus manos temblorosas. ¿Era para él o para ella? Ni siquiera lo sabía. Pero algo dentro de ella se quebró, algo profundo que había permanecido dormido.
Al final, no usó el cuchillo. Esa herramienta no podía cortar el nudo invisible que la aprisionaba. Sin embargo, sí tomó algo más poderoso: su decisión. Empacó sus cosas y se marchó sin mirar atrás, sabiendo que enfrentaría un vacío aterrador.
Porque había aprendido algo aterrador: la manipulación no siempre se ve, pero siempre deja cicatrices.

ESTÁS LEYENDO
RED OSCURA
No FicciónRed Oscura es una colección de relatos breves que exploran los laberintos psicológicos de las relaciones tóxicas, donde el amor, la obsesión y el control se entrelazan en una danza peligrosa.