El teléfono

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Todo comenzó con un mensaje equivocado.

"Hola, ¿me puedes recordar la hora de mañana?"

Irene miró la pantalla de su teléfono confundida. El número no estaba en sus contactos, pero había algo en la formalidad del mensaje que le hizo responder.

"Creo que te equivocaste de persona."

La respuesta llegó casi de inmediato.

"¿Ah, sí? Perdona, entonces. Soy David. ¿Y tú?"

Ella dudó. Había algo invasivo en que alguien desconocido preguntara su nombre, pero también algo intrigante.

"Irene."

Ese fue el inicio. En los días siguientes, los mensajes fueron aumentando, de casualidades inocentes a conversaciones que parecían tocar fibras profundas. Irene no entendía cómo alguien que nunca había visto podía calar tan hondo en sus pensamientos.

Una noche, después de varias horas de intercambio de mensajes, David le escribió algo que le heló la sangre.

"A veces te veo llegar tarde del trabajo. Siempre pareces cansada."

El corazón de Irene dio un vuelco.

"¿Cómo sabes dónde vivo?"

"Somos vecinos. Estoy en el edificio de enfrente."

Ella apartó el teléfono como si quemara. Miró por la ventana y vio el oscuro contorno del edificio vecino. No había luces encendidas, pero eso no significaba nada.

A partir de ese momento, la dinámica cambió. David no tardó en confesar que llevaba semanas observándola. Al principio parecía inofensivo, una simple curiosidad, pero las confesiones se hicieron más personales, más inquietantes.

"Siempre me ha fascinado cómo apagas las luces antes de irte a dormir, como si intentaras desaparecer."

"Esa manera en la que muerdes tu labio inferior cuando estás leyendo. Es como si todo lo demás dejara de existir."

Irene quiso bloquearlo. Pero no lo hizo. Había algo en sus palabras que la mantenía enganchada, como si quisiera entender el misterio detrás de su obsesión.

Un día, mientras chateaban, él dejó caer una pregunta que la hizo sentir atrapada.

"¿Por qué sigues hablando conmigo? Sabes que esto no está bien."

No supo qué responder. Había algo en él, una mezcla de control y vulnerabilidad, que la hacía imposible de ignorar.

Entonces, una noche, llegó un mensaje diferente.

"Voy a dejar algo para ti en el buzón. Solo para que sepas que todo esto es real."

Irene dudó, pero la curiosidad fue más fuerte. Bajó al buzón con el corazón latiendo con fuerza. Dentro encontró un pequeño sobre negro. Al abrirlo, descubrió una fotografía. Era de ella, tomada desde un ángulo elevado, mientras estaba sentada en su sofá, completamente ajena a la cámara.

El miedo la invadió. Esa noche cerró las cortinas y bloqueó su número.

Sin embargo, David no desapareció.

Al día siguiente, cuando regresaba del trabajo, lo vio por primera vez. Estaba en las escaleras de su edificio, apoyado contra la pared con una sonrisa que parecía inocente, pero que ahora le resultaba amenazante.

—¿Por qué dejaste de responder? —preguntó con un tono casual que no encajaba con la intensidad de sus mensajes.

—Esto tiene que parar —respondió ella, evitando su mirada.

Él rió, un sonido bajo y controlado.

—Irene, tú querías esto tanto como yo. Si no, no habrías seguido.

Su capacidad para girar las cosas la dejó sin palabras. Había algo en sus ojos que mezclaba control, obsesión y una especie de ternura retorcida.

Esa noche, no durmió. Cada ruido del edificio parecía amplificado, cada sombra se volvía una amenaza. Pero lo peor no fue el miedo, sino una voz interna que susurraba que tal vez él tenía razón.

¿Había disfrutado del peligro? ¿Había alimentado el juego más de lo necesario?

Cuando llegó el siguiente mensaje, su corazón se detuvo.

"Esto no termina aquí. Siempre estamos a una ventana de distancia."

Irene miró hacia el edificio vecino. Esta vez, una luz estaba encendida. Y por primera vez, vio su rostro claramente, mirando directamente hacia ella.


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