El reflejo roto

1 1 0
                                    



Eva y Mariana crecieron juntas, compartiendo un pequeño cuarto con paredes de papel tapiz desgastado y una ventana que apenas dejaba entrar la luz.

 A pesar de la pobreza que las rodeaba, Eva siempre había cuidado de su hermana menor como si fuera una extensión de sí misma. Mariana la admiraba. A sus ojos, Eva era todo lo que ella no era: segura, valiente, capaz de convertir cada pequeño logro en algo grandioso.

Sin embargo, esa admiración era un arma de doble filo. Lo que comenzó como una relación de hermanas inseparables pronto se transformó en algo más oscuro, más inquietante.

Cuando ambas llegaron a la adolescencia, los celos comenzaron a florecer en Mariana, enredándose con su amor hacia Eva. Mariana no podía evitar compararse constantemente. Si Eva conseguía buenas notas, Mariana sentía que sus logros eran insignificantes. Si alguien halagaba a Eva por su belleza, Mariana se miraba al espejo buscando las imperfecciones que no podía ocultar.

Un día, cuando tenían veinte y dieciocho años respectivamente, Eva consiguió un trabajo en una cafetería del centro. Era un puesto sencillo, pero para ella significaba libertad, la posibilidad de ahorrar y salir del pequeño departamento que compartían con su madre alcohólica. Para Mariana, significaba quedarse atrás.

La distancia entre ellas creció. Eva se convirtió en el pilar de la familia, mientras Mariana permanecía en casa cuidando a su madre, cada día más amargada y demandante. Mariana comenzó a guardar rencor, un resentimiento que no se atrevía a expresar. Pero donde no llegaban las palabras, llegaban las acciones.

Una noche, mientras Eva dormía profundamente, Mariana se sentó frente al espejo de su hermana. Observó su reflejo, una y otra vez, sintiendo una mezcla de odio y fascinación. En un impulso inexplicable, tomó las tijeras que Eva usaba para cortar su cabello y comenzó a recortarse el suyo. Quería ser como ella, tal vez incluso ocupar su lugar. Pero al terminar, lo único que encontró fue a una extraña en el espejo, con mechones desiguales cayendo al suelo como promesas rotas.

Los incidentes se volvieron más frecuentes. Mariana comenzó a interferir en la vida de Eva de formas sutiles pero dañinas. Ocultaba cartas de trabajo, rompía cosas que Eva necesitaba para sus estudios, incluso llegó a inventar rumores en el vecindario para que las oportunidades se le cerraran. Todo mientras fingía ser la hermana leal y cariñosa que siempre había sido.

Eva empezó a notar el cambio, pero no quería aceptarlo. Amaba a Mariana. La había criado en muchos sentidos, protegiéndola de la brutalidad de su madre y del mundo exterior. Confrontarla sería aceptar que algo estaba terriblemente mal en su relación.

El punto se quiebre llegó en una cena familiar, un evento raro donde ambas intentaban aparentar normalidad. Mariana había preparado un pastel, su forma de disculparse después de una discusión reciente. Eva, agradecida, tomó un trozo sin sospechar que Mariana había añadido un puñado de las pastillas para dormir que su madre guardaba en la cocina.

Esa noche, mientras Eva dormitaba en el sofá, Mariana se sentó a su lado.
—Siempre tienes que ser perfecta, ¿no? —susurró, con una mezcla de odio y lágrimas en los ojos—. Nunca hay espacio para mí.

Cuando Eva despertó horas después, aturdida y confusa, encontró a Mariana llorando en el suelo, rodeada de fotos de su infancia. En cada una, había recortado su propia cara, dejando solo el rostro sonriente de Eva.

—¿Qué hiciste, Mariana? —preguntó con voz quebrada.
—Lo único que podía hacer. Borrarme. Porque al final, eso es lo que soy, ¿verdad? Una sombra detrás de ti.

Esa noche, Eva entendió que su amor por Mariana siempre había sido insuficiente, incapaz de llenar el vacío de inseguridades que su hermana cargaba. Pero también comprendió algo más perturbador: Mariana no la odiaba realmente; Mariana quería ser ella.

Decidió marcharse al día siguiente. Mariana nunca lo supo, pero en la carta que Eva dejó sobre la mesa había una frase que la perseguiría para siempre:


"No puedo salvarte si no quieres salvarte tú misma. Pero te amo, aunque me destruya."


Mariana se quedó sola en el departamento, enfrentándose a los fragmentos de su propio reflejo, roto más allá de lo que cualquier espejo podía arreglar.

RED OSCURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora