CAPÍTULO 24: Te volviste insoportable

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El sol había comenzado a esconderse cuando Camila cerró la puerta de su apartamento, dejando afuera el bullicio de la ciudad. Su refugio, un espacio diminuto lleno de plantas marchitas y muebles desgastados, era el único lugar donde podía respirar. 

O al menos, intentarlo.

Habían pasado meses desde que la dejaron. "Te volviste insoportable", le había dicho Diego antes de marcharse, dejando tras de sí una caja con algunas de sus cosas y un montón de palabras que Camila no podía olvidar. Las noches desde entonces eran una batalla entre el sueño que no llegaba y los pensamientos que no callaban.

En su cabeza, todo era culpa de él. Diego había sido frío, distante, incapaz de entender lo que ella necesitaba. Pero a veces, en los momentos más oscuros, una voz en su interior susurraba algo diferente: "¿Y si fui yo?"

Para acallar esa voz, Camila había comenzado un ritual. Cada noche, se sentaba frente a su vieja máquina de escribir y escribía cartas dirigidas a Diego. Cartas llenas de rabia, reproches y dolor. No las enviaba, claro. Las quemaba en un cuenco de cerámica, viendo cómo las palabras se convertían en cenizas.

Una noche, después de quemar la enésima carta, Camila sintió algo diferente. Mientras las cenizas se enfriaban, una imagen apareció en su mente: la última discusión que tuvo con Diego. Pero esta vez, no la recordó desde su perspectiva. Se vio a sí misma a través de sus ojos.

El recuerdo era vívido. Estaba gritando, acusándolo de no preocuparse por ella, de no hacer lo suficiente. Diego la miraba en silencio, con las manos temblorosas, intentando explicarse. Pero Camila no lo dejaba hablar. "¡Siempre te haces la víctima!", gritó ella en ese momento.

El recuerdo la golpeó como un puñetazo. "¿De verdad fui así?", se preguntó, su estómago hundiéndose en la culpa.

Los días siguientes, Camila comenzó a notar cosas que antes ignoraba. Las plantas marchitas que nunca cuidaba, las llamadas de amigos que rechazaba con excusas vagas, los mensajes de su madre que dejaba sin responder. Había creado su propio aislamiento, un caparazón hecho de orgullo y dolor.

Una tarde, mientras limpiaba su apartamento, encontró una caja que había olvidado. Dentro había fotos de ella y Diego, sonriendo en momentos felices. Pero también había algo más: una libreta con notas de Diego. En una página leía:

"Camila está molesta otra vez. Tal vez fui muy indiferente. Tal vez debería esforzarme más."

En otra:
"No importa cuánto haga, siento que nunca es suficiente para ella."

Camila sintió un nudo en la garganta. Había pasado tanto tiempo culpándolo que nunca se detuvo a pensar en lo que él había sentido.

Esa noche, frente a la máquina de escribir, escribió una nueva carta. Esta no estaba llena de reproches. Era para ella misma.

"Camila:
Has pasado meses culpando a otros por tu soledad, pero tal vez es hora de mirar hacia adentro. Has empujado a la gente lejos, fingiendo que eran ellos los que fallaban. Has sido cruel, no solo con ellos, sino contigo misma. Perdónate por lo que hiciste. Perdónalos por lo que hicieron. Y empieza de nuevo."

Cuando terminó, no quemó la carta. La dejó sobre la mesa, como un recordatorio de que el primer paso para dejar de ser una víctima era dejar de actuar como una.

FIN

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