Verdades enterradas ( Susy3)

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El abrecartas pesaba poco, pero en las manos de Susy parecía una ancla. Con la respiración entrecortada, sintió el metal frío presionando su piel, una mezcla de temor y determinación encendiéndose en su pecho. El golpe final en la puerta resonó como un disparo.

La cerradura cedió, y Raúl apareció en el umbral. Su silueta proyectaba una sombra alargada sobre la alfombra manchada. No llevaba nada en las manos, pero Susy sabía que el verdadero peligro no era físico. Era él, su presencia, su control, su habilidad para hacer que todo se sintiera como su culpa.

—Por fin —dijo con un tono que pretendía ser amable, pero en el que se filtraba la amenaza. Cerró la puerta tras de sí con un movimiento deliberado—. Hiciste un desastre, Susy. Pero podemos arreglarlo.

Ella retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. Sentía las piernas temblar, pero su mente comenzaba a aclararse. Lo vio como era realmente: un depredador disfrazado de salvador. Todo encajaba ahora.

El niño.

El niño no era suyo, ni de Raúl. Era de una paciente, una mujer que había llegado a la clínica meses atrás, destrozada, diciendo que Raúl no la dejaría ir. Susy lo había ignorado al principio, creyendo que se trataba de una paranoia inducida por el estrés. 

Pero luego, las señales comenzaron a acumularse: las miradas nerviosas de la mujer, los documentos que Raúl alteraba, el control absoluto que ejercía sobre cada detalle de su vida.

Hasta que un día, Susy había entrado en la oficina de Raúl y había encontrado las fotos. La madre, el niño, un acta de adopción falsificada. Y algo en ella se rompió. No podía permitir que continuara.

—¿Dónde está el niño? —preguntó Susy con voz ronca, apretando el abrecartas con fuerza.

Raúl sonrió. Era una sonrisa despreciativa, como si disfrutara viéndola tambalearse.

—A salvo, donde pertenece. Tú lo complicaste todo. Podías haber seguido con tu vida, pero decidiste intervenir.

Las palabras lo golpearon como un látigo. Ella lo había dejado inconsciente en el pasillo de su propia casa, había tomado al niño de la cuna y había huido. Pero, ¿adónde lo había llevado? Esa parte seguía borrosa.

—Lo único que quiero es protegerlo. No puede quedarse contigo.

Raúl se acercó lentamente, levantando las manos en un gesto de rendición.

—Susy, escúchame. Estás agotada. Has pasado por mucho. Dame el abrecartas, y hablaremos. Tú no eres una asesina.

La frase golpeó algo dentro de ella. ¿Una asesina? ¿Lo era? El recuerdo de la sangre en sus manos y cabello regresó con fuerza. Pero no era de Raúl.

La madre.

Había regresado a la casa, había intentado enfrentarse a Raúl. Habían luchado. Y Susy, en su desesperación por salvar al niño, la había empujado. Vio la caída en cámara lenta, la sangre que se extendía como un río oscuro por el suelo de madera.

Raúl avanzó otro paso.

—Te estás castigando por algo que no entiendes, Susy. Dame el abrecartas.

Ella negó con la cabeza. No iba a entregarse, ni al niño, ni a la narrativa que Raúl quería construir.

—No, Raúl. Tú te estás castigando. Porque en el fondo sabes que todo lo que has hecho te condena.

Con un movimiento rápido, Susy pasó junto a él y corrió hacia la puerta. Afuera, la luz del atardecer bañaba el asfalto en tonos dorados y rojizos. Un coche patrulla esperaba al final del estacionamiento, sus luces intermitentes iluminando el aire polvoriento.

El niño estaba allí, en brazos de un oficial, llorando pero vivo. A salvo.

Raúl salió tras ella, pero ya era demasiado tarde. Los agentes lo inmovilizaron al instante. Sus gritos resonaron en el aire mientras lo esposaban.

Susy cayó de rodillas. El peso de sus acciones, de su culpa y su lucha, la dejó sin fuerzas. Pero al mirar al niño, supo que había hecho lo correcto. Había roto el ciclo.

Epílogo

Días después, Susy estaba en una celda fría, esperando su juicio. Sabía que su futuro era incierto, pero en su interior había una nueva claridad. La mente podía ser una prisión, sí, pero también podía ser un lugar de redención.

El niño sería cuidado. La madre, aunque perdida, no sería olvidada. Y Raúl... Raúl enfrentaría las consecuencias.



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