Es lo que el vacío hace contigo

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El viento, cargado de sal y memoria, golpeaba sus rostros mientras el joven permanecía encorvado, con la mirada fija en el abismo. A su lado, el anciano parecía tranquilo, casi ajeno al dolor que se respiraba entre ambos.

El silencio se rompió cuando el joven murmuró, con la voz cargada de angustia:

—A veces pienso que todo sería más fácil si saltara.

El anciano giró lentamente la cabeza, sus ojos profundos analizándolo como si pudiera leer cada grieta en su mente. No había sorpresa en su rostro, solo una aceptación fría y calculada.

—Ese pensamiento no es tuyo, muchacho —respondió con calma.

El joven frunció el ceño, desconcertado.

—¿Cómo que no es mío?

El anciano sonrió apenas, una mueca enigmática que parecía esconder más de lo que revelaba.

—Las ideas más oscuras que tenemos son como susurros. Nacen de nuestras sombras, de los rincones de nuestra mente que evitamos mirar. Pero no son tuyas en esencia. Son una construcción: de tu pasado, de tus heridas, de cada vez que la vida te enseñó que no eras suficiente.

El joven desvió la mirada hacia el horizonte, pero el anciano continuó, su voz firme y persuasiva.

—¿Sabes lo que más teme la mente?

—¿La muerte? —aventuró el joven.

El anciano negó con la cabeza.

—El cambio. Porque cambiar significa destruir lo que eres para crear algo nuevo. Y la mente, con toda su inteligencia, es también tu carcelera más cruel. Prefiere mantenerte atrapado en un ciclo de sufrimiento, porque al menos el dolor es familiar. Saltar, caer, incluso rendirte... todo eso es solo una distracción del verdadero desafío: enfrentarte a ti mismo.

El joven permaneció en silencio, su respiración agitada traicionaba la batalla interna que libraba.

—Pero no lo entiendo —dijo finalmente, su voz un susurro—. Si mi mente es tan cruel, ¿por qué no puedo controlarla?

El anciano soltó una carcajada corta, sin rastro de burla.

—Porque no es cuestión de control. La mente no es un enemigo al que derrotar, es una bestia que debes domesticar. Alimentas tus pensamientos oscuros cada vez que les das poder, cada vez que crees en sus mentiras. Pero aquí está el truco: si observas la oscuridad en lugar de pelear con ella, descubres que no tiene dientes.

El joven lo miró, confundido.

—¿Observarla?

—Exacto. ¿Por qué crees que tantas personas terminan consumidas por sus impulsos? —preguntó el anciano, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Porque creen que lo que sienten y piensan define quiénes son. Pero un pensamiento es solo un pensamiento, y un impulso es solo una ola. La psicología oscura nos enseña que podemos utilizar la misma energía que nos arrastra para nadar hacia la superficie.

El joven asintió lentamente, como si algo empezara a encajar en su mente.

El anciano extendió su mano hacia el acantilado, señalando las olas furiosas que chocaban contra las rocas.

—Mira esas aguas. Hermosas, ¿no? Pero también mortales. Eso es lo que el vacío hace contigo: te seduce. Te convence de que saltar es la respuesta, que ahí abajo encontrarás paz. Pero en realidad, el vacío no te ofrece nada más que lo que llevas contigo. Si saltas, llevas tu dolor contigo.

El joven lo miró fijamente, con un nudo en la garganta.

—¿Y cómo salgo de este ciclo?

El anciano respiró profundamente antes de responder.

—Aceptando que la oscuridad no se elimina, se integra. Cada pensamiento destructivo que tienes es una parte de ti que grita por atención, porque algo en tu vida quedó incompleto. Un duelo no cerrado, una promesa rota, un deseo frustrado. En lugar de huir de esas partes, háblales. Pregúntales por qué están ahí. Te sorprenderás de lo que puedes descubrir cuando dejas de luchar y empiezas a escuchar.

El joven parecía estar al borde de las lágrimas. Su respiración se hizo más profunda, y por primera vez en mucho tiempo, levantó la mirada hacia el horizonte.

—Nunca pensé en eso... Nunca pensé que podría hablar con mis propios demonios.

El anciano sonrió, y en sus ojos brillaba una mezcla de compasión y astucia.

—Los demonios no quieren destruirte, muchacho. Solo quieren ser reconocidos. Si los escuchas, descubrirás que en realidad son tus aliados más leales.



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