Joseph llevaba siete años en prisión. Siete años de rutina, de muros grises, de voces ásperas y rostros marcados por la desesperación. Pero él no era como los demás, o al menos eso se repetía a diario.
No pertenecía a ese lugar. Los otros presos eran animales, incapaces de comprender el arte de la supervivencia con dignidad. Se enorgullecía de mantener su ropa impecable, de leer libros en lugar de jugar a las cartas, de no participar en las peleas que se desataban en el patio.
En las noches, mientras los demás roncaban o intercambiaban susurros de negocios turbios, Joseph se sentaba en su litera y observaba al resto con una mezcla de lástima y desprecio.
Había uno en particular que no soportaba: un hombre flaco llamado Marco, que siempre estaba encorvado, murmurando para sí mismo. Marco era todo lo que Joseph odiaba. Era débil, insignificante, un parásito que mendigaba cigarrillos y recibía insultos sin defenderse.
—No entiendo cómo alguien puede caer tan bajo —le dijo Joseph una vez a su compañero de celda, quien respondió con un encogimiento de hombros.
Una noche, todo cambió. Joseph fue llamado a la oficina del director de la prisión. Era raro que lo convocaran; siempre había mantenido un perfil bajo. Cuando llegó, el alguacil le entregó un espejo de mano.
—¿Qué es esto? —preguntó Joseph, confundido.
—Un experimento —respondió el alcaide con una sonrisa enigmática—. Quiero que te observes y reflexiones.
Joseph tomó el espejo con desdén, pensando que era una broma. Sin embargo, al mirarse, algo extraño ocurrió. No vio su propio rostro. En su lugar, vio a Marco.
Era imposible, pero ahí estaba: los ojos cansados, las mejillas hundidas, la expresión derrotada. Joseph soltó el espejo como si lo hubiera quemado.
—¿Qué significa esto? —exigió, su voz alzándose en el eco del despacho.
El alguacil no respondió. Solo señaló el espejo caído en el suelo. Joseph, temblando, lo recogió y volvió a mirar. Esta vez, vio un collage de rostros: no solo Marco, sino otros presos que había despreciado a lo largo de los años. Cada mirada cargaba con el peso de su rechazo.
Sintió náuseas.
Regresó a su celda en silencio, el espejo aún en su mano. Durante horas, lo sostuvo sin atreverse a mirarlo de nuevo.
Pero lo hizo
Esta vez, vio algo peor: su propio rostro, pero con la expresión vacía y derrotada que tanto había despreciado en los demás.
El desprecio que había proyectado hacia Marco y los otros no era más que un reflejo de sí mismo. Había pasado años creyéndose diferente, superior, pero ahora entendía que no había muro lo suficientemente alto para separar sus propios defectos de los de los demás.
Esa noche, Joseph no durmió. Por primera vez en años, se sintió verdaderamente preso, no de las paredes que lo rodeaban, sino de la verdad que había negado durante tanto tiempo.
Al día siguiente, en el patio, se sentó junto a Marco. No dijo nada, pero compartió un cigarrillo.
Y por primera vez, dejó de mirar con desprecio.
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RED OSCURA
Non-FictionRed Oscura es una colección de relatos breves que exploran los laberintos psicológicos de las relaciones tóxicas, donde el amor, la obsesión y el control se entrelazan en una danza peligrosa.