Capítulo 30

640 48 14
                                    

Alexander Norris.

Solía pensar que ya nada me podría afectar más. Había visto morir a mi esposa dando a luz a nuestros hijos, y luego de eso me había visto a mí mismo luchando para cuidar y proteger a mis hijos indefensos, y pensé que quizás ya había pasado todo lo peor, que ya nada podría ser aún más peor que eso.

Estaba equivocado. Porque en estos momentos, me sentía la persona más despreciable, estúpida y asquerosa de este planeta. Porque lo que hice, ni yo me lo perdonaba y sabía que ella tampoco lo haría.

¿Pero no era eso lo que quería?

Quería que me odiara, quería que ella pudiera olvidarse de mí y no me buscara y así en unos meses quizás pudiera comprender que lo hice por su bien, por el bien de su felicidad y su futuro.

Y a pesar de que en su momento en mi cabeza todo sonó adecuado, ahora me estaba retorciendo de culpa y de dolor, porque la extrañaba, extrañaba su olor, su esencia. Extrañaba sus besos, sus caricias. Extrañaba su voz, sus ojos que siempre me admiraron con ilusión y con un cariño el cual no me merecía y mucho menos merezco ahora.

Sabía que esto dolería, sabía que mis sentimientos hacia ella no eran tan ligeros como quise hacérmelo creer. La quería, la amaba y le hice daño y ahora me estoy haciendo daño a mí mismo, pero lo merezco. Hice las cosas muy mal con ella. No debí ilusionarla sabiendo que teníamos muchas cosas en contra, no debí dejar que lo nuestro avanzará tanto, no debí de hacer muchas cosas que ahora ya no podía reparar.

El fuerte sonido del gallo cantando me hace abrir los ojos, observando los finos rayos de luz que ingresan a la vieja habitación de mi adolescencia.

Otra noche más sin dormir y es un castigo que estoy dispuesto a pagar. No puedo volver a cerrar mis ojos porque en cada sueño está ella y me parte en dos saber que solo es eso, un sueño y nada más, es lo que me busque por mi cobardía.

Un pequeño quejido a mi lado me saca de mis lamentables pensamientos y observó la cabellera oscura de Magnus mientras se mueve despertando. Pasa sus gorditas manos por el rostro hasta que finalmente abre sus ojos y me observa de inmediato, regalándome una corta sonrisa.

_Pa... Pa - susurra aún dormido y lo tomó en mis brazos, sacándolo de lado de su hermano para que no lo despierte aún.

Magnus pega su rostro a mi pecho y dejo que al menos la cercanía de mi hijo calmen tal dolor que llevo cargando desde que dejé Seattle.

Siento mis ojos humedecerse, pero pestañeo varias veces evitando botar cualquier lágrima. No soy yo el que debería estar llorando, yo tomé la decisión y no merezco llorar por algo que yo mismo cause.

Magnus vuelve a levantar su cabeza y comienza a jugar con mi barba. Sus manos pequeñas pasan sobre mis labios y acaricio su cabeza cuando siento que sus pequeños dedos tiran un montón de pelo de mi barba.

-¿No te gusta, campeón? - preguntó y Magnus vuelve a tirar la barba - Quizás deba cortarla un poco.

Con suerte me he bañado estos días y ha sido para que mis padres no vean lo terrible que estoy, pero mamá lo sabe, ella siempre lo sabe y lo supo desde que llegué en Navidad con los gemelos y un montón de ropa diciéndole que me quedaría quizás un par de meses y que me había tomado vacaciones.

Mamá me conocía y sabía que algo había sucedido y quizás papá también, pero él prefería hacer el que no sabía nada.

No pasa mucho tiempo cuando Nathan despierta y tengo a mis dos muchachos tirando de mi barba y es mi comunicado a que debo cortarla porque ya está demasiado larga y a mis hijos no les gusta. Cuando son pasadas las nueve de la mañana, me levanto y bajo a la primera planta con Nathan y Magnus para encontrarnos a mamá revolviendo en una sartén varios huevos para el desayuno.

El Amigo de Papá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora