Ojos....

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En el antiguo Japón, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos de arroz, Zoro se encontraba en el templo al pie de la colina, observando a Luffy desde lejos. El joven aprendiz de samurái no podía apartar la mirada de él. Había algo en la forma despreocupada en que Luffy se movía, en su risa libre y en esos ojos brillantes que parecían contener la luz del amanecer. Pero esos mismos ojos también lo llenaban de una mezcla de nerviosismo y desesperanza.

Zoro había entrenado durante años bajo la estricta disciplina de su maestro, buscando perfeccionar su habilidad con la katana. Sin embargo, ningún entrenamiento lo había preparado para enfrentar los sentimientos que Luffy despertaba en él. Cada vez que Luffy estaba cerca, su corazón latía con fuerza, como si estuviera librando una batalla invisible.

Una tarde, mientras Zoro practicaba sus cortes bajo un cerezal en flor, Luffy se acercó con su sonrisa habitual.

—¡Zoro! ¿Quieres venir conmigo al mercado? Necesito ayuda para cargar unas cosas.

Zoro se congeló por un instante, su katana a medio levantar. Desvió la mirada, intentando ocultar el rubor que comenzaba a subir por su rostro.

—Sí, claro —contestó, tratando de sonar casual.

Mientras caminaban juntos por el sendero que llevaba al mercado, Zoro intentó buscar las palabras adecuadas. Había ensayado este momento en su mente innumerables veces. Finalmente, reunió todo su valor.

—Luffy, necesito decirte algo —dijo, deteniéndose en medio del camino.

Luffy giró la cabeza, sus ojos llenos de curiosidad.

—¿Qué pasa, Zoro? ¿Estás bien?

Zoro respiró hondo, aferrando con fuerza la empuñadura de su katana como si eso pudiera darle estabilidad.

—Desde que llegaste al dojo, he... sentido algo diferente. Tú eres... —Hizo una pausa, buscando las palabras—. Eres como el sol, Luffy. Iluminas todo a tu alrededor, y yo... no puedo evitar querer estar cerca de esa luz.

Por un momento, el silencio llenó el espacio entre ellos. Luffy lo miró fijamente, su sonrisa habitual desapareciendo lentamente. Finalmente, bajó la mirada, rascándose la nuca con cierta incomodidad.

—Zoro... no sé qué decir.

Zoro sintió que su corazón se hundía, pero permaneció en silencio, esperando.

—Eres uno de mis mejores amigos, y siempre te he admirado —continuó Luffy—, pero... no siento lo mismo. Nunca he pensado en ti de esa manera.

Las palabras cayeron como un golpe. Zoro apretó los dientes, tratando de mantener la compostura. Luffy, al notar su expresión, dio un paso adelante.

—Pero eso no significa que no seas importante para mí. Siempre estaré a tu lado, Zoro. Eres alguien muy valioso en mi vida.

Zoro asintió lentamente, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Había esperado muchas cosas, pero nunca se había preparado para esta respuesta. Mientras continuaban su camino hacia el mercado, Zoro mantuvo su mirada fija en el horizonte, luchando por contener las emociones que amenazaban con desbordarse.

Desde ese día, Zoro se concentró aún más en su entrenamiento. Los sentimientos que albergaba por Luffy seguían presentes, pero los guardó en un rincón de su corazón, como un fuego que ardía silencioso. Sabía que el sol que era Luffy nunca podría pertenecerle, pero también entendía que, a pesar del dolor, prefería seguir a su lado, iluminado por su luz.

Pasaron los meses, y Luffy continuaba siendo la chispa de vida del pueblo, siempre involucrándose en pequeñas travesuras o ayudando a los aldeanos con su energía incansable. Zoro, por su parte, ganó renombre como un samurái disciplinado, fuerte y decidido, aunque aquellos que lo conocían bien sabían que su mirada a menudo se perdía en los pensamientos.

Un día, un grupo de guerreros forasteros llegó al pueblo, buscando problemas. Sus intenciones eran claras: querían someter a la aldea bajo su dominio. Zoro, como el principal protector del lugar, se enfrentó a ellos sin dudarlo. Su destreza con la katana dejó a todos asombrados, pero la batalla fue dura, y en un momento crítico, fue superado en número.

Luffy, quien observaba desde la distancia, no pudo quedarse de brazos cruzados. Con una valentía que no conocía límites, se lanzó al combate para ayudar a Zoro. Aunque no era un luchador experimentado, su determinación y creatividad lograron distraer a los enemigos lo suficiente para que Zoro pudiera recuperar el control.

Tras la victoria, Zoro, exhausto y herido, se acercó a Luffy, quien también mostraba signos de la batalla pero no había perdido su característica sonrisa.

—Eres un idiota, Luffy. Podrías haberte lastimado —dijo Zoro, con una mezcla de enojo y alivio.

—No podía dejarte solo —respondió Luffy, encogiéndose de hombros. —Eres mi amigo, Zoro. Y aunque no entiendo todo lo que sientes, quiero que sepas que siempre puedes contar conmigo.

Zoro no respondió de inmediato. En lugar de eso, miró los ojos de Luffy, esos mismos ojos que habían sido su tormento y su consuelo. En ese momento, entendió que el amor no correspondido no era una derrota. Era una fuerza que lo había impulsado a ser mejor, a proteger aquello que más valoraba, incluso si no podía llamarlo suyo.

Desde entonces, Zoro encontró paz en su papel. No había necesidad de que sus sentimientos fueran devueltos, porque sabía que lo que compartía con Luffy era genuino y profundo a su manera. Y mientras el sol continuaba brillando sobre el pequeño pueblo, Zoro se juró a sí mismo que siempre estaría ahí para proteger esa luz, sin importar lo que costara.

One Zolu ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora