Dioses

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El campo de batalla aún olía a sangre.

Cadáveres de soldados anónimos se extendían hasta donde el ojo podía ver, derramando sueños rotos sobre la tierra seca. El viento movía estandartes rasgados como si la guerra siguiera respirando a través de ellos. La luna, cruel testigo, se mantenía suspendida sobre los restos de una gloria prometida.

En el centro de aquel paisaje arruinado estaba él.

Roronoa Zoro.
El héroe de ninguna nación.
El arma de todos los Dioses.

Su pecho subía y bajaba en un ritmo lento, solemne. La batalla había terminado... pero la guerra dentro de él seguía rugiendo. Sus manos aún temblaban sobre los mangos de sus espadas: tres hojas que no pertenecían a ningún mortal. Forjadas por dioses hambrientos de tragedias.

Zoro no necesitaba gloria.
Solo necesitaba respuestas.
¿Por qué él?
¿Para qué?

Cerró los ojos un instante.

—Guerrero.

Una voz retumbó en su mente como un trueno contenido. Una presencia divina. Vieja como el tiempo mismo.

—Tu camino no termina aquí.

Zoro apretó la mandíbula.
Lo último que quería era otra misión dictada desde arriba.

—¿Qué quieren ahora?

El cielo respondió.

Rayos de luz se arremolinaron hasta tomar una forma flotante frente a él.
Una figura femenina con ojos como tormenta y armadura celestial.

Diosa Athena.

—El mundo está a punto de caer en manos equivocadas —sentenció—. Un hombre que rehúsa su trono. Un rey que elige el caos.

Zoro bufó.

—No soy un niñero de reyes.

Athena lo miró con una mezcla de fastidio y paciencia inmortal.

—No es cualquier rey. Es él.
El elegido del océano.
El orgullo encarnado.
El que puede salvar... o destruirlo todo.

Zoro guardó silencio.
Esa descripción ya le hervía la sangre.

—Lo encontrarás en la costa —continuó Athena—. Y cuando lo hagas... no lo pierdas de vista. Tu destino se ha enredado con el suyo.

Zoro dio un paso atrás.

—El destino no es dueño de mí.

—Oh, guerrero... —susurró la diosa con una sonrisa triste—
El destino nunca pide permiso.

La luz divina desapareció.

Y Zoro se quedó solo
con una nueva carga y un viejo resentimiento.

...

Las olas chocaban contra rocas dentadas como los colmillos de un monstruo. La playa oscura reflejaba el cielo nocturno como un espejo donde la esperanza había muerto ahogada.

Allí estaba él.

Sentado sobre una roca, mirando el horizonte como si no le temiera al infinito.

Cabello negro revuelto por el viento salado.
Mirada intensa que escondía más de lo que revelaba.
Una corona rota a sus pies.

Monkey D. Luffy.
El Rey Olvidado.
El elegido del mar.

Un reino se había derrumbado a su alrededor... y él ni siquiera recordaba cómo.

One Zolu ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora