La noche se desplegó como un manto pesado sobre el campamento. El fuego de las antorchas temblaba, proyectando sombras largas sobre las rocas; las voces se apagaron y la lejanía olía a sal y a metal frío. Zoro velaba como siempre: no dormía realmente. Los músculos tensos, la respiración medida, las manos cerca del mango de sus sables. Al lado suyo, Luffy dormía por fin, sin pesadillas por primera vez en semanas —o al menos eso parecía—, con la cabeza sobre las rodillas de Zoro, su respiración un tambor pequeño y seguro.
Tal tranquilidad era una trampa para los que miraban desde arriba.
No hubo preludio sonoro: una luz hueca rasgó el cielo, abierta en dos como una cicatriz. Fueron columnas de claridad descendiendo, no lluvia ni fuego común: era la atención de los dioses manifestada, pura y despiadada. Las figuras que brotaron entre la luminiscencia parecían esculturas vivientes, gigantescas y ajenas a compasiones humanas.
Zoro saltó a la vez que el mundo cambiaba de textura. Luffy despertó con una mano sobre la mejilla de Zoro, sus ojos se llenaron de pánico instantáneo; esas pupilas que a menudo contenían arrogancia, ahora mostraban miedo frío. Entre los dos, el tiempo se babyó en un latido que duró una eternidad.
Las voces divinas no preguntaron. Ordenaron. Avisaron de la sentencia, recitaron genealogías del destino y recordaron un juramento antiguo: los contendientes que desafían la ley de los dioses deben pagar. El motivo no fue metafórico —fueron específicas y absurdamente personales: el rey había infringido algo que, aunque Luffy no recordara, estaba escrito en los hilos por los que los dioses manejaban los reinos.
Zoro ya había sentido en la piel el peso de la mirada divina —lo habían elegido como arma antes. Pero nunca para rescatar vidas —siempre para arrebatarlas en nombre del orden. Ahora, los dioses hablaban de restaurar "el balance" y reclamaban al Rey Caído, como quien recoge una pieza defectuosa de overstock.
—¡No! —fue un grito que salió de Zoro antes de que pudiera pensar cómo se formaría. Sus tres espadas parecieron pesar más en la oscuridad.
El primer ataque fue una lluvia de luz que partió la arena y arrancó gases del suelo. Zoro respondió con acero, su cuerpo siendo una máquina de músculo y puño: cortó columnas, atravesó halos de energía, derribó a dos guardianes celestiales que parecían hechos de viento y juramentos rotos. Los golpes de Zoro, bestiales, reabrieron heridas antiguas en esas entidades, porque nunca habían sentido resistencia humana tan cruda. Por instantes, la victoria humana fue posible; los soldados que miraban desde la lejanía comenzaron a creer que la carne podría plantar cara al Olimpo.
En medio del duelo, uno de los dioses —un titán con ojos como abismos— abrió la boca y pronunció un nombre que sonó a sentencia: "Entrega su nombre, entrega su sangre; el pago es la corona." La luz se cerró sobre Luffy con precisión quirúrgica: una esfera de radiación que buscó el pecho del rey, el sitio de la marca que llevaba sin recordarla como un nudo en el alma.
Zoro se lanzó. El guerrero salió entre la luz y el destino, pero no lo suficiente. Esta vez la esfera no alcanzó igual que los otros ataques. Rebotó en Luffy, lo atravesó y continuó hasta alcanzar a Zoro de lleno, quien fue empujado y quemado. Las llamas de la luz no pudieron traspasar por completo el cuerpo del rey; de algún modo, la marca que Luffy llevaba era una clavija que mitigó el golpe... pero no bastó. Luffy se tambaleó, su garganta cediendo, y la luz reconfiguró su forma: el sello no era solo para "llevar" sino para reescribir.
En el instante decisivo, Luffy, con una fuerza que venía de lo más puro que le quedaba —talento, orgullo, amor—, avanzó. Se interpuso deliberadamente entre Zoro y la forma que quería llevarlo. Fue un movimiento casi calmo; no hubo gritos de pánico, sino un susurro: "No te dejaré."
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One Zolu Shots
Teen FictionCada shot es algo diferente y complejo. Solo se explora el ship Zolu y entre shots una miga de Zosan Puesto #6 en #zoroxluffy (23/05/25) Puesto #3 #luffyxzoro (08/10/25)
