omegas 2.0

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Los matrimonios siempre le habían parecido algo lejano. Una cosa de novelas baratas o de las charlas de Nami. Nunca se imaginó en un altar porque... ¿quién querría atarlo? Era un omega, sí, pero nunca se comportó como los demás. Odiaba que lo vieran como "débil". Él no era frágil. No necesitaba protección.

El avión aterrizó en el frío aeropuerto de Tokio. Luffy había cambiado desde su viaje a los Países Bajos: más delgado, con ojeras marcadas por el trabajo en aquella oficina que le drenaba la vida. Pero unas semanas antes se enteró de algo que lo sacudió: su ex, el millonario de apellido Roronoa, iba a casarse con una mujer hermosa... aunque, en su opinión, no más que él.

Y lo tomó como un reto personal. Renunció a su trabajo, reunió sus ahorros y tomó el primer vuelo a Japón.

—¡Nami! —exclamó al ver a la pelinaranja, envolviéndola en un abrazo que resumía lo mucho que la había extrañado.

—¿Luffy? —Nami lo recibió sorprendida—. ¿Qué haces aquí? Pensé que no volverías en, no sé, quince años.

—¿Recuerdas esa vieja apuesta de 2.000 berries? —preguntó con una sonrisa pícara.

Nami frunció el ceño, intentando recordar. Apostaban tanto que era difícil seguir el rastro.

—¿Cuál de todas?

—La de ese peliverde... ¿cómo era? ¿Ronronea? ¿Roronoa? Sí, ese, Zoro.

El brillo en los ojos de Luffy la dejó en silencio.

—Hace poco supe que está comprometido con una chica que vino desde allá —continuó él—. Y también me enteré de la cantidad de dinero que tiene su familia. Lo voy a recuperar en estas tres semanas antes de la boda. ¿Apostamos otra vez?

La propuesta la intrigó. Nami conocía de sobra el historial de "relaciones" fugaces de Luffy: tres meses era su récord. En cambio, con Zoro habían sido casi cinco años de ausencia que pesaban más que cualquier historia. Apostar parecía obvio.

—100.000 berries a que no lo recuperas —dijo ella, segura.

Luffy sonrió como un niño que está por hacer travesuras.

—No me va a tomar tres semanas. Con una noche basta. Mira.

Le mostró la pantalla de su celular: el nombre de "Zoro" brillaba en la lista de contactos. Y sin dudarlo, presionó llamar.

Al par de tonos, la voz grave respondió.

—¿Hola...?

Luffy tragó saliva, fingiendo sorpresa.

—¿Zoro?

Hubo un silencio. Después, un suspiro cargado de recuerdos.

—Luffy...

—Estoy en Japón. ¿Nos vemos?

Del otro lado se notaba la duda, pero finalmente aceptó.

—¿Cuándo?

—Hoy en la noche.

—De acuerdo. Te escribo por mensaje, estoy ocupado en la oficina.

La llamada se cortó. Nami lo miró boquiabierta, sin poder creerlo.

En la pantalla del celular de Luffy apareció el mensaje:

Zoro – Bard Gold Roger, 20:00 hrs.

El Bard Gold Roger estaba igual de ruidoso que siempre: humo, risas, vasos chocando, música vieja de fondo. Luffy entró como si fuese suyo, saludando a un par de desconocidos y sonriendo con esa energía que iluminaba incluso los lugares más grises.

Y ahí estaba.

Zoro, sentado en la barra con su whisky, hombros tensos, cara de piedra. El mismo alga de siempre. Luffy casi se dobló de la risa solo con verlo.

—¡Alga! —gritó, abriéndose paso hasta él como si lo hubiera encontrado en medio de una fiesta y no después de cinco años.

Zoro giró la cabeza. Su expresión era seria, pesada, como si el mundo le pesara encima.

—Luffy... —dijo su nombre con voz ronca.

El azabache sonrió descarado y se dejó caer en el asiento a su lado, apoyando un codo en la barra.

—¡Vaya! ¡Y yo pensando que estabas demasiado ocupado para acordarte de mí! —rió y chasqueó los dedos para pedir un ron—. Te ves igual que siempre... serio, aburrido, con esa cara de "nadie me aguanta".

Zoro lo observó en silencio, apretando los nudillos contra el vaso. Pero Luffy no se intimidó. Todo lo contrario: se inclinó un poco más hacia él, con una sonrisa juguetona.

—Aunque... tengo que admitir que ahora te ves más guapo. ¿Será el traje de novio? —preguntó con burla, acercándose lo suficiente como para que su hombro rozara el de él.

El mayor no respondió, y eso solo hizo que Luffy riera más fuerte.

—¡Vamos, Zoro! ¿Ni siquiera vas a invitarme un trago en tu fiesta de compromiso? —levantó su vaso recién servido y lo chocó contra el del peliverde sin esperar permiso—. ¡Brindemos por tu futura esposa!

Lo dijo con tono ligero, casi cantado, como si de verdad fuera un chiste. Y cuando Zoro no reaccionó, Luffy se inclinó de nuevo hacia él, bajando la voz con un toque provocador.

—Aunque, si me preguntas a mí... dudo que ella pueda hacerte sonreír como yo lo hago.

Le guiñó un ojo descaradamente y bebió de un solo trago, dejando el vaso vacío en la barra.

Para Luffy, todo era un juego. Para Zoro, en cambio, era un terremoto que lo sacudía desde adentro.

El ron quemaba dulce en su garganta y la sonrisa no se le borraba. Ver a Zoro con esa seriedad exagerada solo hacía que le dieran más ganas de provocarlo.

—Oye, ¿sabes qué? —Luffy apoyó la barbilla en su mano, ladeando la cabeza—. Extrañaba molestarte. Con tus cejas fruncidas y esa cara de "odio el mundo"... me da risa. Eres como un maldito chiste andante.

Zoro lo miró de reojo, la mandíbula tensa, pero no dijo nada.

—Eso, eso mismo —Luffy rió otra vez, inclinándose hasta quedar muy cerca—. Esa cara vale oro.

El silencio entre ambos era denso, pero Luffy lo rompía con carcajadas y comentarios sueltos, hasta que se levantó de golpe.

—Vamos.

—¿A dónde? —gruñó Zoro.

Luffy chasqueó la lengua, divertido, y lo jaló del brazo como si no aceptara un no por respuesta.

—A mi casa. Ya bebiste suficiente cara seria por hoy.

—No— Zoro intentó resistirse, pero el agarre del azabache era firme, decidido.

—Sí —Luffy sonrió ladeado, casi infantil, pero con un brillo pícaro en los ojos—. Anda, ven. O te cargo, ¿eh? No me da vergüenza.

La amenaza sonó más a broma, pero Zoro conocía bien a Luffy: era capaz de hacerlo. Y en el fondo, no estaba seguro de querer luchar contra ello.

Entre empujones, risas y quejas, Luffy lo sacó del bar. La noche era fría, pero el azabache caminaba ligero, hablando como si nada: de la música, del alcohol, del tiempo perdido... de todo menos del peso real entre ellos.

Cuando por fin llegaron a su departamento, Luffy abrió la puerta de una patada, todavía con esa sonrisa juguetona.

—Ya ves, no fue tan difícil. ¿Quieres otro trago... o prefieres que te haga reír de otra forma?

Se recargó contra la puerta, con los brazos cruzados, guiñándole un ojo como si la situación fuera lo más normal del mundo.

Para él, todo era juego. Para Zoro, era una trampa en la que caía sin remedio.

One Zolu ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora