El sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte, tiñendo el campamento con tonos anaranjados y oscuros. El rugido de los motores de los Salvadores resonó por el valle, anunciando su llegada como un presagio de caos. Todos se prepararon para lo inevitable, escondiendo sus emociones tras rostros endurecidos por el miedo y la rabia.
Carl estaba entre las sombras, con el rifle ajustado contra su pecho, listo para actuar si era necesario. Sus ojos seguían cada movimiento con precisión, su respiración apenas un murmullo entre los árboles. Fue entonces cuando lo vio.
Negan descendió de su camioneta con ese porte arrogante que siempre lo caracterizaba, el bate de béisbol, Lucille, descansando sobre su hombro. Con una sonrisa maliciosa y su tono despreocupado, saludó a Rick como si fueran viejos amigos. Pero Carl no prestaba atención a él. No, su mirada se había desviado hacia la figura que descendía detrás de Negan.
Era Isabel.
Por un instante, su corazón dejó de latir. La conocía tan bien que su sola presencia llenaba el aire de una electricidad inquietante. Llevaba un vestido sencillo, probablemente impuesto por Negan, pero no era la ropa lo que lo paralizó. Era la expresión en su rostro: esa mezcla de resignación y miedo que nunca antes había visto en ella.
Negan caminó hasta el centro del campamento, con Isabel siguiéndolo como una sombra. De repente, se detuvo y giró hacia ella, levantando su mano para acariciarle la mejilla con una intimidad fingida. Carl sintió cómo la sangre le hervía en las venas.
—¿No es hermosa? —dijo Negan con su típica sonrisa burlona, dirigiéndose a Rick y los demás—. Mi querida esposa, Isabel. Sabe mejor que nadie cómo funcionan las cosas aquí. ¿Verdad, cariño?
Isabel no respondió. Mantuvo la mirada baja, sus manos temblando levemente mientras apretaba los puños.
Carl, escondido entre las sombras, sintió que algo dentro de él se rompía. ¿Esposa? ¿Negan? Las palabras se repetían en su mente como una maldición. Todo lo que habían compartido, todo lo que habían sido, ahora parecía una mentira.
—Maldita traidora... —susurró entre dientes, incapaz de contener la amargura.
Isabel levantó la cabeza al escuchar esas palabras, sus ojos encontrándose con los de Carl en un instante fugaz. Había algo ahí, algo que él no entendía: culpa, dolor, o tal vez algo más profundo. Pero no importaba. Para Carl, esa mirada era solo otra confirmación de su traición.
Negan, ajeno al intercambio, continuó con su espectáculo, exigiendo provisiones y lanzando amenazas. El campamento estaba sumido en un silencio tenso, pero en la mente de Carl, todo era ruido. Su agarre en el rifle se tensó, mientras una única pregunta lo consumía: ¿cómo había podido Isabel hacerle esto?
Y entonces, en ese momento de duda y furia, Carl tomó una decisión: iba a enfrentarse a Isabel, a descubrir la verdad, aunque eso lo destruyera.
Claro, vamos a mostrar el otro lado de la historia desde la perspectiva de Isabel, explorando su verdadera situación con Negan y sus emociones. Aquí va:
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La puerta de la habitación se cerró con un ruido sordo, y el eco de los pasos de Negan resonó como un recordatorio constante de su poder. Isabel estaba de pie junto a la ventana, sus manos agarrando el borde del alféizar con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Afuera, el crepúsculo cubría el campamento con una luz tenue, pero dentro de esas cuatro paredes, la oscuridad parecía absoluta.
Negan caminó hacia ella con su sonrisa torcida, esa que siempre llevaba cuando creía que tenía el control.
—Sabes, Isabel, tu papel aquí es importante. Mis hombres te ven y saben que incluso lo más hermoso puede ser mío. ¿No es poético? —dijo, dejando Lucille a un lado mientras se acercaba aún más.
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