(26)
KIARA
Las luces de la ciudad titilaban en la distancia mientras caminaba por el callejón húmedo, mis pasos resonando con un eco sordo entre las paredes de ladrillo. La niebla se arrastraba entre mis tobillos, cubriendo el suelo como un manto espectral. No estaba segura de por qué había venido aquí exactamente, solo sabía que había una verdad esperando por mí en la penumbra.
Cuando giré la esquina, la vi. Isabella estaba allí, apoyada contra la pared con los brazos cruzados, su silueta apenas iluminada por el tenue resplandor de un farol parpadeante. Su cabello castaño ondeaba levemente con la brisa fría y sus ojos, esos ojos de un verde imposible, me escrutaban con una mezcla de alivio y preocupación.
—Llegaste —dijo en voz baja, su tono impregnado de algo que no supe descifrar.
—No podía quedarme quieta —respondí, sintiendo un nudo en el estómago—. Necesito respuestas.
Isabella suspiró y descruzó los brazos. Dio un paso hacia mí y, por un instante, el mundo se sintió más pequeño, como si la única realidad que importara fuera la que existía entre nosotras.
—Kiara —susurró, y en su voz había algo parecido a la tristeza—. Hay cosas que desearía no tener que decirte.
—Dímelas de todos modos. No quiero seguir en la oscuridad.
Ella asintió y me hizo un gesto para que la siguiera. Caminamos en silencio hasta un edificio abandonado. Al entrar, el olor a humedad y madera podrida me golpeó, pero lo ignoré. Isabella se detuvo en medio de la estancia y apoyó una mano en una vieja mesa cubierta de polvo.
—Este lugar... —murmuró—. Aquí nos encontramos la primera vez. Cuando escapaste.
Mis recuerdos eran nebulosos, como si una niebla los cubriera. Sabía que ella había estado allí. Sabía que me había ayudado. Pero no podía recordar el cómo ni el por qué. Algo dentro de mí se revolvía con inquietud.
—¿Por qué me ayudaste? —pregunté finalmente.
Isabella me miró, y en su mirada había un cansancio profundo.
—Porque tú y yo estamos conectadas de maneras que aún no comprendes.
Me estremecí. Había muchas formas de interpretar esas palabras, pero ninguna me brindaba consuelo.
—¿Conectadas cómo?
—No soy quien crees que soy —susurró—. Y tú... tú tampoco eres quien crees ser.
Mi respiración se detuvo un segundo. Su voz temblaba ligeramente, y su postura, normalmente tan firme, se veía... desgastada. Como si el peso de los siglos la estuviera alcanzando al fin.
—Explícate —exigí.
—Llevo viva más de doscientos años, Kiara. Y todo este tiempo he estado huyendo de los mismos que ahora te persiguen a ti.
El aire pareció desaparecer de mis pulmones. Sabía que había algo diferente en ella, algo fuera de lo común, pero escucharlo en voz alta, con una certeza inquebrantable, era otra historia.
—¿Cómo es eso posible...? —murmuré.
—No lo sé con exactitud —admitió—. Pero lo que sí sé es que mi tiempo se está acabando.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Qué quieres decir?
—Algo cambió —explicó—. Algo en mí. No sé cómo, pero siento que mi inmortalidad se está desmoronando.
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Rosas y Espinas © (Completa✔️)
Научная фантастикаUn movimiento ideológico dio rienda suelta al caos dentro de una ciudad distante la cual carecía de violencia. La tranquilidad que primaba en la ciudad quedó sumida en secretos. Conformándose a la versión oficial acerca de la muerte de su hermano, u...
