(23)
ATHAN
El aire helado quemaba mis pulmones mientras corríamos sin detenernos. Lena jadeaba a mi lado, sus pasos cada vez más torpes. El miedo nos impulsaba, pero también nos desgastaba. Sabía que no podíamos seguir así por mucho más tiempo.
El bosque se cerraba a nuestro alrededor, las sombras de los árboles se retorcían con cada movimiento de las ramas. La sensación de ser observados no desaparecía; al contrario, se intensificaba con cada paso.
Y entonces, la vi.
Al principio, pensé que era un espejismo, una ilusión creada por el pánico. De pie en medio del sendero, iluminada por la tenue luz de la luna, había una chica. Parecía joven, no más de diecisiete años, con el cabello largo cayéndole en cascada sobre los hombros. Su vestido blanco estaba manchado de barro y nieve, sus pies descalzos y su piel... su piel era pálida hasta lo imposible, como si la luz no la tocara realmente.
Me detuve en seco, arrastrando a Lena conmigo. Mi corazón latía con fuerza en mis sienes.
—¿Quién eres? —pregunté, con la voz tensa, intentando no mostrar mi agitación.
La chica inclinó la cabeza con un movimiento lento, casi calculado. Sus ojos eran lo más inquietante: oscuros, demasiado oscuros, como dos pozos sin fondo que reflejaban la luz de manera antinatural.
—Isabella —respondió con voz suave, pero carente de emoción.
Lena se aferró a mi brazo, temblando. Lo sentí también: algo en Isabella no era humano. Había algo en su postura, en la forma en que su cuerpo apenas parecía moverse con la brisa helada, en la manera en que nos miraba sin pestañear, sin respirar siquiera.
—Debemos irnos —susurró Lena, pero mis piernas no respondían. Había algo en esa chica, en su presencia, que me mantenía anclado en el suelo.
—¿Nos estabas siguiendo? —pregunté, forzando mis labios a moverse.
Isabella sonrió, pero no hubo calidez en su expresión. Fue una sonrisa vacía, mecánica.
—Yo no los sigo. Ustedes llegaron a mí.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Algo no estaba bien. Algo estaba terriblemente mal.
—No tenemos tiempo para esto —dijo Lena con urgencia—. Sigamos adelante.
Pero Isabella dio un paso adelante y, en un instante, el aire se volvió más denso, como si el mismo bosque contuviera el aliento. Lena y yo retrocedimos por instinto.
—No pueden huir de él —dijo Isabella con voz más baja, pero clara, como si sus palabras se deslizaran directamente en mi mente—. No se escapa de la sombra. Se consume, se convierte en ella.
El latido en mi pecho se volvió errático. Miré a Lena, que tenía el rostro pálido, sus ojos reflejaban el mismo terror que sentía yo.
—¿De qué hablas? —Mi voz era apenas un susurro.
Isabella no respondió. Solo extendió una mano hacia mí y, cuando su piel tocó la mía, un torrente de imágenes invadió mi mente.
Gritos. Sombras moviéndose en la noche. Una presencia que se retorcía en la oscuridad, extendiéndose como una enfermedad, devorando todo a su paso. Vi rostros deformándose en el vacío, su piel arrancándose como si no les perteneciera. Vi la cabaña donde habíamos estado, vi la nieve teñida de rojo.
Y entonces, me vi a mí mismo.
Pero no era yo. O no del todo. Había algo dentro de mí, algo que no debería estar ahí. Algo que miraba a través de mis propios ojos.

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Rosas y Espinas © (Completa✔️)
Science FictionUn movimiento ideológico dio rienda suelta al caos dentro de una ciudad distante la cual carecía de violencia. La tranquilidad que primaba en la ciudad quedó sumida en secretos. Conformándose a la versión oficial acerca de la muerte de su hermano, u...