Roberta: ¿Sorpresa o locura? - pregunté sarcástica.
Santos: No seas negativa - rió pasando su brazo alrededor de mis hombros, apretándome contra su costado.
Roberta: Santos, ¿consumes drogas? Un segundo parece que estás molesto conmigo, después haces que nos regañen, me culpas y ahora estás como si nada hubiera pasado - mascullé extrañada.
Santos: Ya te lo dije, es una sorpresa, parte del plan - guiñó un ojo en mi dirección, y yo decidí ya no hacerle más preguntas, pues no entendía sus breves respuestas.
Miró el reloj en su muñeca y prácticamente gritó al ver la hora. ¿Por qué se daba prisa? Me tomó de la mano y comenzó a correr conmigo a rastras. Por el camino, sabía que iba a la sala de detención, pero no habría razón para correr si fuéramos allá, sino más bien caminar a paso muy lento.
En cuanto reconocí al dueño de esa cabellera, que estaba de espaldas, frené con los talones y me sujeté de los casilleros antes de que Santos avanzara más y Diego nos viera. Abrí el armario de limpieza y jalé de la camisa a Santos para meterlo en él. Lo miré molesta a través de la casta luz, entendiendo por fin su plan.
Roberta: Te haré una pregunta, ¿quién te agrada más, Diego o yo?
Santos: Ambos, por eso quiero que estén juntos - respondió con una sonrisa.
Roberta: ¿Por qué? Somos completamente diferentes - cuestioné extrañada.
Santos: Sí, son polos opuestos, pero dime, ¿qué persona no quiere que sus mejores amigos sean pareja? - preguntó retóricamente.
Roberta: Yo no querría, te dejaríamos de lado y ...
Santos: Entonces lo estás considerando - señaló con una sonrisa de oreja a oreja, mostrándome toda su perfecta dentadura.
Roberta: ¡NO! - grité sonrojada.
«¿Enserio te engañó? Yo sabía que iba a hacer eso desde hace veinte minutos» masculló Lucy burlona.
Santos: ¡Vamos, Roberta! Además, estaremos en detención...
Roberta: Sé que su plan no es que hablemos a través de papelitos para que no nos atrapen. Quieren que escapemos - adiviné estrechando la mirada.
Santos: No uses el plural, cariño. Sólo serán tú y Diego - aclaró sonriente.
Roberta: ¡Así menos voy! - grité cruzándome de brazos.
Santos: Entonces sería un secuestro, y ninguno de los dos teme correr el riesgo - replicó divertido.
Roberta: Santos, si me haces esto, no pasaré por ti y te ignoraré por el resto de tu vida - amenacé seriamente.
Santos: Ambos sabemos que no lo lograrías ni aunque quisieras - se burló abriendo la puerta y haciendo una reverencia un tanto ridícula para que saliera primero.
Rodé lo ojos, pero salí sin refuta con Santos detrás de mí. Dirigí lentamente mi mirada hacia la puerta del salón de detención donde había visto a Diego que ahora miraba hacia nosotros, y juro que me entraron unas incontenibles ganas de vomitar y golpearlo al ver su estúpida sonrisa, en especial porque, a pesar de todo, el maldito seguía pareciéndome sensual.
Avancé a regañadientes hacia él, arrastrando los pies a propósito, queriendo alargar lo más posible mi tiempo de llegada. Llegué a su lado y Santos sonrió enormemente, algo que se le estaba haciendo costumbre, pero no me importaba, me gustaba su sonrisa, era linda y graciosa, no como la mía, que era aburrida y forzada la mayoría de las veces. O la de Diego, que era arrogante y sexy.
«¡Uy, sí, se nota que lo odias!» exclamó Lucy sarcásticamente.
¿Dónde estaba Liliana para defenderme?
Roberta: Hola, Diego - saludé incómoda.
Diego: Hola.
Santos: Muchos saludos - se quejó , ganándose nuestras miradas, que hasta ahora no se habían quitado de encima del otro - Ya váyanse, yo los cubriré - nos empujó hacia la salida.
Roberta: Santos ... - me quejé por última vez antes de que me hiciera una seña para que me callara y me empujara a los brazos de Diego.
Me separé bruscamente y comencé a caminar por mi cuenta, con él siguiéndome en silencio, pero escuchaba las pequeñas risitas que soltaba en voz baja. Seguramente parecía inmadura y tonta escapando de él como conejito asustado. ¿Pero y qué? No quería hablar con él, no porque le tuviera miedo.
«Que sí le tienes» susurró Lucy.
«No a Diego, Luciana. Presta atención. Tiene miedo a lo que él le pueda decir» corrigió Lily.
«¡No es verdad!» repliqué.
«Si nosotras lo decimos, es porque es cierto» dijo Lucy con soberbia.
"No puedes esconderte todo el tiempo" la voz de Santos repitió desde algún lugar de mi mente, con tono de burla. No sé por qué, pero presentí que Liliana y Lucy también tenían ese poder de recordarme las cosas.
Diego: Roberta, no sé si te has dado cuenta, pero llevas más de cinco minutos balbuceando cosas raras.
La voz de Diego interrumpió mis densos pensamientos que se estaban dando lugar a un sitio prohibido, muy peligroso. De acuerdo, no tanto, pero definitivamente Diego no sería la persona con la que hablara de esto. Ni siquiera tendría que haber aceptado las locuras de Santos, en primer lugar.
Roberta: Ahora, además de tonta, soy rara - repliqué sarcástica.
Diego: Yo nunca dije que eras tonta - cuestionó extrañado.
Roberta: No, pero las acciones dicen más que las palabras. Y tú me trataste como una, además de mentirme en la cara y esperar que no me diera cuenta - mascullé, no molesta, sino furiosa.
Diego: Dejaste que todos te dieran su versión de la historia, ¿no crees que merezco la misma oportunidad? - arqueó una ceja en mi dirección.
Suspiré, enojada porque tenía razón.
Roberta: Te escucho.
Era la primera vez que lo veía así, desesperado, y no me gustaba.
Sonrió sin mostrar su dentadura, casi tímido, y comenzó a relatar...
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