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Harry no podía dormir.

Tenía los ojos cerrados, su respiración calmada y su cuerpo exhausto, pero al parecer no era suficiente para conciliar el sueño esa noche.

Porque Sam estaba acostado a su lado, acurrucándose cada vez más contra su cuerpo mientras, disimuladamente, suspiraba al aire. Quizás creía que Harry no le escuchaba. Pero él estaba despierto. Despierto y frustrado. Porque todo estaba muy bien, pero a la vez, todo estaba muy mal.

Con Sam sobre su pecho sentía que tenía todo lo que necesitaba en la vida, pero al segundo siguiente se daba cuenta de que todo estaba cayendo en picado.

Los recuerdos del Sam que le había enamorado tres años atras estaban distorsionados por un nuevo Sam que contrastaba radicalmente con el del pasado.

Quizás porque hacía tres años las cosas no eran tan complicadas para él como lo estaban siendo en aquel momento, y como llevaba siendo desde hacía seis meses.

La muerte del padre de Sam dejó a su mujer desvastada, muerta en vida, consumiéndose día a día sin fuerzas para levantar cabeza. Y esa mujer desconectó del mundo, dejándole a Sam el peso de criar a sus dos hermanos pequeños, porque ella no era capaz de poner un pie fuera de casa sin echarse a llorar, o sin sentir que se moría.

De un momento a otro Sam se había visto obligado a convertirse en el pilar que mantenía su familia en pie, y Harry se enamoró de él más profundamente, por la manera en la que había demostrado ser lo suficientemente fuerte como para soportar todo el peso que la vida estaba recargando sobre él.

Pero Sam también necesitaba mantenerse en pie, y su pilar fundamental era Harry, y sin darse cuenta, los problemas de su novio habían pasado a ser los suyos, pero Harry le quería demasiado, y no dudaba un solo seguno en apoyarle en todo lo que hiciera falta, porque se lo merecía.

—¿No puedes dormir?

La voz ronca de Harry hizo eco en la pequeña habitación de la casa de Sam, incapaz de permanecer en silencio un solo segundo mas, no cuando sabía que su novio no estaba bien.

—No —negó su novio, suspirando contra su pecho.

Harry respondió con otro suspiro, pero dejó un beso en su frente.

—¿En qué piensas? —inquirió con un tono que oscilaba entre dulzura y preocupación, acariciando los mechones de pelo de su novio con delicadeza.

—En todo —admitió, removiéndose en la cama para quedar aún más cerca de Harry, como si el contacto físico que ambos mantenían en la diminuta cama no fuera suficiente —. Cuando parece que mejora, vuelve a hundirse. ¿Qué pasa si nunca vuelve a ser la de antes? ¿Se supone que tengo que esperar que la situación mejore?

—Ella está recibiendo ayuda —fue todo lo que dijo —. Una depresión no dura toda la vida, tu madre es joven, va a salir de ella, va a levantar cabeza y todo va a estar bien para vosotros.

Era tan fácil decirlo, pero tras seis meses de terapia aquella mujer no parecía dar un solo indicio de querer volver a ser quien era cuando su marido aún estaba en vida.

—¿Y si eso no pasa?

—Sam, deja de pensar —suspiró Harry, exhausto —. Las cosas llevan tiempo, sé que estás cansado de la situación y que necesitas un respiro pero... pasará, te lo prometo. Y sabes que yo voy a ayudarte en todo lo que necesites y más.

Sintió como Sam asentía sobre su pecho, dejando un beso en él.

—¿Te quedas mañana también? —espetó entonces, haciendo que Harry mordiera su labio inferior.

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora