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Huir no era exactamente lo que quería hacer en ese momento, pero salió de aquella casa obligado por sus impulsos incluso aunque su mente le pidiera a gritos que volviera atrás.

Lo que realmente quería era exigirle a Louis que diera la cara, porque ambos se habían equivocado a partes iguales y no podía dejarle cargar con absolutamente toda la culpa.

Pero no pudo.

No pudo hacer nada más aparte de caminar unas cuadras hasta llegar a su coche y resguardarse en él mientras lloraba y golpeaba el volante con toda la rabia que sentía respecto a sí mismo.

Estaba oscureciendo y Harry seguía sin encontrar fuerzas para volver a subir a casa.

Sabía que la mayor parte de la culpa recaía en él, porque había sido el primero en insinuarse, malditamente desesperado por un poco de cariño, pero Louis había aceptado de todas maneras, Louis había seguido su juego aun siendo consciente de lo rastrero que estaban siendo al jugar de esa manera, y ahora se había desentendido del asunto como si el problema no fuera suyo, y le había dejado solo con todo el peso de la culpa.

Y no quería subir a esa casa de nuevo solo para observar como Louis probablemente continuaba encerrado en su habitación y evadiendo la parte de responsabilidad que le tocaba en la situación.

Así que condujo hasta casa de Sam.

Tenía la intención de contárselo, no solo porque necesitaba dejar de sentirse la peor mierda del mundo y descargarse del sentimiento de culpa, sino porque sabía que Sam tenía el derecho de saber lo que había pasado y una decisión al respecto, y aunque Harry esperaba que la decisión fuera permanecer junto a él, respetaría cualquier otra decisión que pudiera tomar.

Pero fue incapaz.

Cuando le tuvo delante y vio como sus ojos brillaron nada más entrar en contacto con los suyos, el nombre de Louis se atascó en su garganta y no tuvo valor para pronunciarlo.

—Vengo a hablar contigo —musitó Harry, viendo que Sam parecía no ser capaz de articular una palabra.

—Pasa —dijo su novio, echándose a un lado con una creciente sonrisita que revelaba con claridad sus pensamientos.

Él creía que venía a disculparse, y quizás Harry se disculparía, pero no por el verdadero motivo.

—¡Harry! —una pequeña niña de cinco años corrió a sus brazos con media sonrisa mellada, y él la elevó en brazos con tanto cariño como si estuviera abrazando a su propia hermana.

—Hola, Sophie, cariño —dejó un sonoro beso en su mejilla —. ¿Se te ha caído un diente?

—¡Sí! —chilló ella emocionada, sonriendo con más emoción para enseñarle orgullosa el hueco donde antes estaba su diente —. Sam lo ha guardado debajo de la almohada para cuando venga el Hada de los Dientes —explicó.

—Eso no existe, tonta —Jacob, el pequeño de siete años, apareció en escena con un balón de fútbol bajo su brazo, mirando a su hermana con aires de inteligencia superior —. Es un ratón quien se encarga de los dientes.

—¡Mentira! —se quejó Sophie, revolviéndose entre los brazos de Harry, quien la dejó en el suelo —. ¡Los ratones cocinan!

—¡No! ¡Las ratas cocinan! —replicó Jacob, tirando el balón hacia su hermana.

Sam salió el defensa de su hermana pequeña rápidamente, reprendiendo a su hermano y confiscándole el balón, no sin antes disculparse con Harry por la interrupción.

Tras la pequeña disputa que se solucionó con una simple película Disney para distraerles, Harry y Sam se encerraron en la cocina, donde el mayor de los tres hermanos se encontraba peparando la cena para su familia antes de que su novio llegara.

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora