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Todo había empezado con una inocente interrupción de su tarde de estudio.

—Louis —fue lo que Harry susurró mientras se colaba tímidamente en la habitación en la que llevaba encerrado toda la tarde —. ¿Sigues estudiando?

—Sigo estudiando, sí —el castaño resopló frente a sus apuntes, impulsándose con sus manos en el escritorio para hacer girar la silla que no le permitía alcanzar el suelo con sus pies. Le miró —. ¿Y tú?

El rizado resopló, sentándose perezosamente en la cama deshecha de Louis, quien le seguía con la mirada.

—Debería —admitió —. Pero estoy aburrido, ¿y hacemos un descanso?

Louis alzó una ceja. En principio la idea no le pareció buena, pero si hubiera sabido que una conversación tan banal y un simple intento de persuadirle para que abandonara sus apuntes iba a acabar tan mal como acabó, ni siquiera se lo habría planteado.

—¿Un descanso? —rió, su cabeza negando casi por inercia —. He pagado dos mil libras para poder estudiar este máster, no puedo permitirme descansar.

—Vamos, solo cinco minutos —Harry había hecho un puchero con sus labios a la misma vez que cerraba inocentemente la tapa del portátil con el que Louis estaba trabajando —. Te juro que como pase un minuto más entre libros, me va a dar algo.

—Harry, no puedo, en serio —trató de volver a abrir su portátil, pero Harry se lo impidió eficazmente poniendo una mano encima de la suya —. Eres muy molesto.

—Por favor —ladeó su cabeza —. Podemos bajar a por un café, he mirado por la ventana y el cielo está despejado por primera vez desde que llegó el frío. No quieras perderte una oportunidad de ver el sol brillando en Londres.

Louis soltó una carcajada, negando con su cabeza mientras jugueteaba con un bolígrafo entre sus dedos.

—¿No puedes esperar hasta más tarde? Me quedan tres páginas.

—Más tarde ya no habrá sol —insistió Harry —. Vamos, llevo cuatro horas encerrado en mi habitación y estudiando como un imbécil, y tú llevas incluso más tiempo, tenemos que descansar.

La idea era tentadora y era obvio que consiguió convencerle, aunque igualmente se pasó todo el camino a la cafetería más cercana convenciendo a Harry de que era un ser muy, muy perverso por haberle convencido para procrastinar.

Harry simplemente rió ante sus palabras, y ambos tomaron asiento en el interior de la cafetería para resguardarse del frío de la calle.

El primer problema vino cuando Louis decidió plantear ese tema de conversación que sentía que tenía tan pendiente con Harry, y aunque el menor, como siempre, se había negado a hablar sobre los evidentes problemas que tenía con Sam, cuando el café de ambos ya iba por la mitad, la conversación comenzó a fluir.

—Él no se merece nada malo, es por eso que siempre estoy para él.

El argumento de Harry nunca cambiaba. Siempre era el mismo. Está ahí porque sabe que le necesita, porque sabe que está pasándolo mal y porque le quiere lo suficiente como para dejarse la piel en hacerle feliz.

Le había escuchado incontables veces diciendo lo mucho que quería a Sam, pero nunca le había escuchado decir que era feliz con él.

—Tu salud mental es más importante que intentar arreglar la suya.

Le había dejado claro que su relación no era sana. Porque jamás podría hacer feliz a Sam si él ni siquiera se esforzaba en intentar serlo. Porque una persona no tiene derecho a arrastrar a otra a su propia oscuridad y Harry no tenía la responsabilidad de dejarse arrastrar solo por ser su pareja. Porque no estaba bien culparle por todo, ni hacerle cargar con la culpa de que su relación se basara en peleas. Porque no era justo que le hiciera sentir encerrado, controlado y celado, en lugar de amado, respetado y feliz. Porque le hacía temer ser catalogado como una mala persona si prefería ir a ver a su familia antes que quedarse con él.

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora