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Harry había sido lo suficientemente ingenuo como para creer que Sam no discutiría con él ese día, o que no se daría cuenta de que definitivamente no había pasado toda la noche estudiando, tal y como le había asegurado.

Pero por desgracia, el día solo acababa de empezar y la cara de Sam no parecía demostrar mucha felicidad por la vida en general.

A su novio tan solo le bastó con una mirada rápida para sospechar que había algo que él no sabía, y Harry notó con facilidad la desconfianza con la que le miró nada más sentarse en el asiento del copiloto cuando paró en la puerta de su casa para recogerle.

Pero nadie habló, porque ahora la madre de Sam estaba tomando asiento junto a los dos pequeños en la parte trasera del coche, todos preparados para un precioso y emocionante viaje de dos horas hacia Brighton, para asistir a un evento familiar por el que Harry no tenía ninguna ilusión.

—Buenos días, Abie —Harry saludó a su suegra antes de arrancar el coche, pero la mujer tampoco tenía muchas ilusiones por la vida a pesar de que en aquel día tan especial se casaría su hermano pequeño.

—Buenos días, Harry, cariño —ella saludó con toda la alegría que pudo, pero para ser sinceros, Harry hacía mucho tiempo que no la veía sonreír de verdad.

Solo la inocencia y los comentarios divertidos de los dos hermanos pequeños de Sam pudieron aliviar la incomodidad que vagaba por todo el maldito coche gracias a las miradas de desconfianza de Sam, que se clavaban en la tensa figura de Harry y los suspiros tristes de Abie.

La situación no era la más idílica y Harry había dormido demasiado poco como para poder soportar un día entero de celebraciones.

Tras dos horas interminables, llegaron a una pequeña iglesia en la preciosa ciudad costera, un poco antes de las once en punto de la mañana, justo antes de que la ceremonia comenzara.

—¿Sabes que has llegado tarde a recogerme? —esas fueron las primeras palabras que Sam le dedicó, una vez la familia bajó del coche del rizado camino a la iglesia.

Harry le miró inexpresivo, sus manos descansando en los pantalones de su atuendo mientras caminaba con desgana hacia la iglesia.

—Sí —simplificó, prefiriendo no dar pie a una discusión que no le apetecía soportar.

Pero con solo una mirada, Harry ya había logrado intuir que Sam sospechaba. Y sospechaba mucho.

—¿Qué te pasa?

Quizás sospechaba por la excesiva cantidad de corrector antiojeras que había utilizado para tratar de cubrir las consecuencias de la noche anterior, o porque el blanco de sus ojos aún no era del todo blanco. O porque simplemente, Sam le conocía demasiado bien.

—No me pasa nada —negó, evitando su mirada —. Me duele un poco la cabeza.

Pero Sam se paró en seco justo frente a la puerta de la iglesia en la que los invitados seguían entrando, y Harry tuvo que parar su paso, girándose para mirarle y preparándose para lo que venía ahora.

—Sam, por favor —resopló, no muy feliz de montar una escena de pareja frente a la iglesia —. ¿Podemos entrar a la ceremonia y hablar después?

Su novio alzó una ceja, dando un paso hacia Harry y estirándose para llegar a sus labios, juntándolos en un beso en el que el sabor a alcohol aún estaba muy presente en su lengua.

Sam se separó de él sin musitar un solo sonido.

—Sabes a alcohol —anunció, sus expresiones cada vez más ásperas —. Sabes a alcohol a las once de la mañana.

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora