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La tensión que llevaba sintiendo desde que se levantó aquella mañana estuvo a punto de matarle cuando llegó frente a la puerta de Sam.

Habían pasado dos semanas desde la última vez que le vio, y Harry creía que era la primera vez en tres años que había estado tanto tiempo sin verle.

No se podía decir que esas dos semanas hubieran estado mal, de todas formas.

Pero se sentía raro. Sobre todo porque no le había dicho nada a Louis.

Sam abrió la puerta, parecía estar sintiéndose de la misma manera. Le vio abrir y cerrar la boca varias veces, como si estuviera debatiendo qué debía decir.

—Está en mi habitación —espetó entonces, refiriéndose a la gata —, mi madre no quiere que la saque de allí.

Harry lamió sus labios y los mordió en el proceso, pero se abstuvo de soltar cuaquier comentario y se hizo paso junto a Sam hacia el interior de la vivienda.

Sus hermanos estaban dibujando con tranquilidad sobre la mesa circular que adornaba una esquina del salón, y la madre de Sam estaba sentada en el sofá, pero la televisión estaba apagada y ella no estaba haciendo realmente nada.

—Hola, Abbie —saludó con educación, llamando la atención de la mujer.

—Hola, Harry, cariño —ella levantó su vista y le dedicó una sonrisa —. ¿Cómo estás?

Harry volvió a lamer sus labios, pero le devolvió la sonrisa.

—Bien, estoy bien —quizás había mentido un poco —. Vengo a ver a Mia.

—Oh —exclamó ella, asintiendo —. Sam me ha dicho que no puedes tenerla, ¿qué es lo que pasa? —cuestionó ella con cierto interés por saber cuándo podría librarse de aquel animal.

Notó como Sam rascaba su cabeza tras él con incomodidad.

—Oh, por nada —frunció su ceño, buscando una excusa—. Estoy haciendo un par de reformas en casa y no puede estar en medio, ya sabes.

Ella asintió en comprensión, y dejó que los chicos subieran al piso superior en busca de la gata. Harry tuvo que contenerse para no correr por las escaleras, abriendo la puerta de la habitación con total confianza sin reparar en la presencia de Sam.

Mia estaba acostada sobre una silla cuando entró, pero se incorporó rápidamente y alzó sus orejas al ver a su verdadero dueño.

—Hola, mi amor —la saludó, acercándose a ella para apretarla contra su cuerpo. Mia maulló, como si también le hubiera echado de menos.

Sam se había quedado apoyado contra el marco de la puerta, observando como ahora la gata estaba restregando su cabeza contra el pecho de Harry, mientras éste la acariciaba y besaba repetidas veces.

Cerró la puerta cuando Harry decidió sentarse en el suelo con la gata entre sus brazos. Entonces, se acercó a él.

—Oye —trató de llamar su atención, pero todos los sentidos de Harry estaban puestos en las caricias que Mia le estaba regalando mientras se paseaba a su alrededor—. Quiero pedirte disculpas —le dijo entonces. Harry levantó la mirada hacia Sam, pero no respondió nada —. Por lo que te dije. Y por lo que te hice —rascó su nuca, soltando un suspiro al no recibir respuesta —. Sé que aún estás enfadado, y lo entiendo. Pero sabes que cuando me enfado no puedo controlar lo que...

—Sam —le interrumpió Harry de repente —. No he venido para hablar, he venido para verla a ella —espetó seriamente —. Y para intentar convencerte de que me dejes llevár...

—No —negó, interrumpiéndole de vuelta.

—¿Por qué? —cuestionó Harry con cierto tono de molestia, mientras acariciaba las orejas de su gata —. La tienes encerrada en tu habitación todo el tiempo, ella no puede vivir así toda la vida.

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora