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Sam despertó a la mañana siguiente con una sensación de angustia recorriendo su cuerpo tras haber tenido un mal sueño sobre su discusión con Harry el día anterior. Estaba difuso, pero recordaba como su novio, en aquel sueño, decidía engañarle frente a sus propios ojos con algún invitado de la boda de su tío Trevor.

Agarró su teléfono solo para comprobar que no tenía un solo mensaje de Harry para tratar de solucionar la discusión que habían tenido en esa boda, así que se levantó de su cama con dignidad, porque si Harry no se había molestado en mandarle un mensaje, él tampoco lo haría.

Se arrastró hacia la puerta de su habitación, esquivando el traje de chaqueta que la noche anterior se había quitado y dejado en el suelo con molestia, y salió hacia el pasillo perezosamente, bajando las escaleras hasta el salón y encontrándose con su madre, sentada en el sofá y un libro entre sus manos.

—¿Mamá? —musitó, acercándose a ella con preocupación —. ¿Qué estás leyendo?

Lo primero que le resultó extraño de esa situación, fue el hecho de que su madre no solía madrugar, lo segundo, que ella no alzó la vista hacia él cuando le escuchó acercarse, sino que continuó pasando páginas de aquel libro que Sam solo pudo reconocer cuando se sentó a su lado.

El corazón le dio un vuelco al descubrir entre las manos de su madre un álbum lleno de fotografías en las que ella y su padre, vestidos de novios, intercambiaban un trozo de tarta, abrían el baile nupcial o posaban felices junto a sus familiares y amigos.

Al mirar hacia su madre descubrió lágrimas recorriendo sus mejillas silenciosamente, tan acostumbrada a llorar que ya ni siquiera musitaba un sollozo al hacerlo.

—Deja eso, mamá —le aconsejó su hijo, soltando un suspiro pesado —. No deberías haber ido a la boda del tío Trevor.

—Es mi hermano, Sammy, tenía que estar allí con él —simplificó ella, pasando una página más mientras dejaba que las lágrimas resbalaban por su cara —. Mira qué guapo estaba tu padre aquí —acarició con delicadeza la figura de su difunto marido en una de las fotos.

—Sí, lo estaba.

Sam puso una mano sobre la de su madre, entrelazándola sobre la foto de su padre.

Ella nunca se había atrevido a abrir un solo álbum, se acongojaba en los recuerdos tristes de su mente y prefería no recordar los momentos bonitos si sabía que jamás podría recuperarlos.

Sam se preguntó si ella se habría pasado toda la noche mirando ese álbum, pero antes de poder decirle algo, ella le miró a los ojos, y por primera vez en mucho tiempo mostró más que una simple mirada vacía llena de lágrimas.

—¿Sabes? Cuando tu padre murió yo estaba allí, con él —Sam abrió la boca para interrumpirla, pero no pudo, porque sus ojos gritaban la necesidad que sentía por hablar de ello —. No lloré. Salí de su habitación y caminé por el hospital —soltó un suspiro ahogado en lágrimas que limpió con la palma de su mano y retuvo el aire por unos instantes —. Me paré en el hueco de unas escaleras y miré hacia abajo. Pensé en tirarme —el corazón de Sam se encogía a cada palabra que decía —. Pensé que... no tenía sentido seguir aquí sin él. Pero luego pensé en ti y en tus hermanos, y me prometí a mi misma que tenía que seguir, por vosotros —apretó con fuerza la mano de su hijo, quien había roto a llorar pero seguía escuchándola con atención —. Y sé que no lo estoy haciendo bien de todas formas, que vuestra vida habría seguido siendo la misma incluso si me hubiera tirado por esas escaleras, pero...

—No. No, mamá. No —negó con rapidez, su corazón dolía al escuchar a su madre confesándole aquello—. Lo estás haciendo bien, lo estás haciendo muy bien —limpió sus propias lágrimas con el dorso de su mano y sorbió por la nariz —. Eres imprescindible y vamos a salir de esta, todos juntos, ¿de acuerdo?

HousematesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora