Capítulo 18

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Las Cazadoras de Artemisa

El deportivo ascendió por el cielo en cuanto llegamos a la primera curva de la calle. Me recordó a una de mis películas favoritas "Regreso al Futuro". Casi podía escuchar a Doc decir: "¿Carreteras? A donde vamos no necesitamos carreteras".

Me disperso con facilidad.

A lo que iba. Apolo aparcó en la sala en la que habíamos estado entrenando, desde la cual nos transportamos hasta mi habitación.

- Ha sido un día interesante -. Dijo el dios besándome la mano mientras hacía una reverencia. Rio ante mi sonrojo, saludó con la mano y se desapareció.

Cuando llegó Hera, media hora después, le conté la parte del entrenamiento que no iba a causarle dolor de cabeza.

- ¿Y qué tal con tu familia? - Preguntó de forma inquisitiva.

Suspiré de alivio al poder contarle el día completo. Cuando terminé mi historia asintió con admiración.

- Has hecho lo correcto - comentó mirándome a los ojos -. No todos los mortales tienen la capacidad de alejarse de aquellos que les hacen daño.

Sonreí azorada.

- Mañana es tu último entrenamiento con Apolo. Dile que te enseñe las técnicas de los semidioses - dijo el término con un tono de desprecio evidente.

Asentí, procurando no sonreír. Me fui a la cama temprano. Desde la puerta de la habitación observé mis aposentos. Apenas había utilizado ninguna de las instalaciones. La televisión la había encendido un par de veces. La cocina casi de adorno. Y el comedor apenas lo había tocado. Lo único que había utilizado con frecuencia había sido el escritorio, para buscar la información sobre Nix. Una pérdida de tiempo, pensando en ello.

Me levanté por la mañana, con Apolo recostado contra la pared. Ni siquiera me sorprendió verlo. Me preparé para salir y, en menos de media hora, estábamos en la sala de entrenamiento del día anterior. Me mostró las diversas técnicas de combate que utilizaban los semidioses más importantes. Intenté retener la máxima cantidad posible de información. La forma más poderosa de luchar era la de Percy. Lo detecté en cuanto Apolo empezó a hacer movimientos. Sin embargo la mejor táctica era la de Annabeth. Depurada e inteligente. La más peligrosa era la de Nico. Un ataque furioso, pero meditado. Thalia, más que luchar, utilizaba las armas para defenderse y parte de sus poderes para atacar.

Me pregunté cómo podía Apolo reproducir tantos tipos distintos de ataque. Eran las once y media de la noche, cuando el dios dio nuestra sesión de entrenamiento por concluida. Me llevó hasta mi "apartamento" en el Olimpo justo cuando el reloj marcaba la medianoche.

- Bueno - comenzó el Dios -... Deberías irte a descansar. Te irás mañana con mi hermanita, y el modo de vida de las cazadoras no es precisamente un paseo - sonrió Apolo -. Nos veremos a la hora de la verdad - me hizo un guiño y desapareció.

Le hice caso al Dios y me fui a descansar.

A las seis de la mañana ya estaba en pie. Había encontrado una pequeña mochila negra en el armario. La llené con un paquete de arroz, una botella de agua y un saco de dormir plegable. También añadí una cacerola pequeña, en la que metí el paquete de arroz. También añadí dos conjuntos de ropa limpia.

Me hice una coleta alta con la goma mágica y sentí los cuchillos aparecer mágicamente alrededor de mi cabello. Me puse el prendedor-arco al lado derecho de mi cabeza y me até el colgante-espada de la clave de Sol al cuello.

Tenía muchas armas, pero apenas sabía utilizarlas. Controlaba el arco bastante bien. Pero no sabía combatir con la espada. Mucho menos lanzar los cuchillos.

Decidí esperar a Artemisa sentada el sillón. No fue una espera muy larga. A los diez minutos una adolescente de cabello castaño rojizo y ojos impresionantes de color verde apareció frente a mí. Me sonrió con amabilidad.

- ¿Qué llevas en la mochila? - Preguntó la Diosa extrañada.

- Arroz, una cacerola, una botella de agua y ropa limpia. ¡Ah! Y un saco de dormir.

Asintió con aprobación.

- Puedes dejar la comida. No hace falta que cojas peso innecesario.

- Vale - saqué de la mochila el arroz y la cacerola y me la puse al hombro.

Artemisa, que era de mi estatura, me ofreció un brazo. Aparecimos en mitad de un bosque. Había tiendas de campaña plateadas dispuestas en círculo. Varios lobos parecían vigilar el campamento y alrededor de treinta niñas entre 9 y 14 años andaban de un lado a otro haciendo tareas, recogiendo palos para el fuego o alimentando a los lobos.

- Sígueme. Te llevaré hasta mi tienda - comentó Artemisa.

Seguí a la Diosa hasta una de las tiendas. Thalia estaba dentro de ella, removiendo algunos mapas en una mesa baja. La saludé con una sonrisa que ella me devolvió.

- Bien, supongo que Hera ya te ha contado lo que hacemos las cazadoras - dijo Artemisa sentándose al lado de su lugarteniente e indicándome que tomara asiento.

- Cazáis monstruos peligrosos, bestias. Cuando cazáis un animal indefenso este se reencarna en otro lado del mundo - dije sentándome frente a ellas.

Artemisa sonrió asintiendo.

- Exactamente. Ahora mismo le seguimos la pista al león de Citerón.

- ¿No lo había matado Heracles?

- Efectivamente, pero ha vuelto del Tártaro. Las puertas de la Muerte han estado abiertas mucho tiempo, aún seguimos intentando el arreglar el desequilibrio producido.

- Pero creía que ese león no tenía poderes especiales - comenté recordando el mito.

- No. Pero, por si no lo has notado estamos en el sur de California. Aquí no hay leones de ningún tipo. Está sembrando el caos por la zona, pero es escurridizo. Esperamos darle caza a lo largo de la semana.

Asentí, comprendiendo el motivo de la cacería.

- Ya conoces a mi lugarteniente Thalia, ella te enseñará un poco las costumbres de aquí.

Volví a asentir y seguí a Thalia fuera de la tienda.

Espero que os guste el capítulo, comentad sugerencias y decidme que os parece el transcurrir de la novela :)


La protegida de HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora