Capítulo 25

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Percy Jackson

Los siguientes días me los pasé entrenando duramente con Atenea. Al final de nuestro tiempo juntas, podía sujetar una espada más fácilmente, lanzar cuchillos con mayor precisión y desarrollé la habilidad de elaborar una pequeña estrategia a medida de las circunstancias

- Mi función ha acabado - dijo Atenea -. Sinceramente, has superado mis expectativas. Creo que estás preparada para enfrentarte a un enemigo real, pero aún tienes cosas que aprender.

Me tendió la mano y yo se la acepté. Se separó de mí y me ofreció una sonrisa a modo de despedida. Cuando llegué a mi habitación desde la sala 18, Hera me esperaba en el salón.

- Mañana empezarás a dominar el control del agua - dijo Hera sin saludar. Parecía enfadada.

- ¿Ocurre algo? - Pregunté tímidamente, temiendo que siguiese enfadada por nuestra conversación sobre mi sueño. ¿Creerá que me he unido al enemigo? Esa pregunta había circulado por mi cabeza desde el día en que había hablado con Hera.

- Ha habido un cambio de planes - contestó la diosa -. No será Poseidón quien te enseñe. Será su hijo, Percy Jackson.

- Ah - contesté, en parte, aliviada -. ¿Hay algún motivo en particular?

- Ninguno que haya compartido conmigo. Entrenaréis en el patio de las ninfas, mañana a las 10:00.

Alzó la mano, despidiéndose y desapareció en una luz dorada. Me quedé sola en la habitación pensando en cómo podría ser un entrenamiento con el ya legendario, Percy Jackson.

La verdad, el horario es mil veces mejor que con Atenea pensé medio divertida, medio asustada.

Dormí inquieta. Me levanté más temprano de lo que me hacía falta, me arreglé rápidamente y fui en busca del patio.

A las nueve ya me encontraba con las ninfas, quienes contaban con dos estanques y un pequeño lago. Lo de "patio" quiere decir más bien valle. El sitio se encontraba a la salida del edificio principal del Olimpo, bajando una empinada cuesta, que daba a un claro donde ninfas de todo tipo convivían en... bueno... digamos "armonía".

Estuve un rato hablando con esos seres que resultaron ser mucho más interesantes de lo que parecían en un principio hasta que oí una voz masculina a mis espaldas.

- Hola! - saludó Percy bajando por la ladera de la montaña del Olimpo -. Es increíble que todo esto esté encima del monumento más importante de Nueva York, ¿no crees? - Comentó el hijo de Poseidón acercándose a mi posición.

Las ninfas le miraban como si fuese un dios. Y no era para menos. Dejando aparte sus hazañas (ya impresionantes de por sí) el chico poseía un encanto y un atractivo innatos. Un aire de inteligencia disfrazada de inocencia que le daba un halo curioso sin llegar a ser de misterio. El cabello negro le caía sobre los ojos y sus ojos verdes estaban clavados en mí.

- ¿Empezamos? - Pregunté apartando la vista de sus ojos. Era fácil perderse en ellos, eso hay que admitirlo.

- Bueno... Comenzó Percy - Sinceramente nunca le he enseñado a nadie a controlar el agua. Además, sólo tenemos dos días para que te enseñe lo que a mí me llevó varios años y muchos golpes aprender - añadió riendo.

Reí con él y le seguí hasta el borde del único estanque que estaba vacío. El agua no albergaba ninguna criatura mitológica. Eso era todo un logro en este sitio.

- A ver - dijo el hijo de Poseidón intentando aclarar sus ideas -. Mi padre ha dicho que Hefesto te ha enseñado a controlar el fuego.

Asentí con la cabeza a la vez que estiraba la mano hacia el frente, creando una pequeña llamarada.

- Vale, genial - rio Percy dando un paso hacia atrás -. ¿Qué se supone que debes hacer para controlar eso?

- Recurrir a la fuerza interior y concentrarla toda en el sitio al que quiero prender fuego - dije repitiendo lo que Hefesto me había repetido cien veces.

- Pues para controlar el agua, has de hacer lo mismo, sólo que en vez de sacar la fuerza del interior, tienes que sentirla desde fuera, para que ésta obedezca tus órdenes.

Sobra decir que no lo conseguí a la primera. Ni a la segunda. Ni siquiera a la tercera. Fue a partir de la decimoctava vez cuando gracias a mi insistencia el agua empezaba a hacer pequeñas ondas al ritmo que yo intentaba marcar. Nada de grandes chorros impresionantes, ni de controlar el interior de una diosa primordial, ni de hacer explotar váteres. Unas ondas en un estanque. De hecho sospeché que las provocaba Percy, para hacerme sentir mejor.

- Soy una inútil - comenté cuando hicimos la parada para el almuerzo.

Percy soltó una verdadera carcajada antes de responder.

- Tú no me viste cuando yo empecé. Y eso que se supone que a mí me va en la sangre! - Exclamó divertido. Intentaba hacerme reír, era obvio. Y funcionó.

- ¿Qué sabes acerca de la guerra? - Pregunté tras un rato de comida en silencio.

- Nohj muschoj - contestó Percy con la comida en la boca.

Volví a reír. El resto de la comida transcurrió agradablemente, entre broma y broma. Ese chico era impresionante. Antes de que terminase el día, éramos grandes amigos. Comprendía por qué le gustaba a Annabeth, incluso compartía algunos de los aspectos.

- ¿Nos vemos mañana a la misma hora? - Preguntó cuando llegamos a la puerta de mi habitación, que quedaba de camino para la salida de la residencia de los Dioses.

- Sí - contesté con una sonrisa -. Percy! ¿Se puede hablar con alguien en un sueño de mestizo? - Le pregunté, haciendo que se diese la vuelta.

- Sí. Al menos si es un dios. ¿Por? ¿Tú también los tienes? - Dijo alarmado.

- Es solo curiosidad - contesté evasiva -. Hasta mañana.

Cerré la puerta atrás mío y entré en la habitación. Para mi alivio Hera no estaba allí. Necesitaba desconectar, olvidarme de ese sueño, que había sido simplemente eso, un sueño. Extraño, sí, pero un sueño.

Fui hacia la estantería de la esquina de la estancia y pasé el dedo por los lomos de mi colección particular de libros: "Seis Poemas Galegos" y "Un Poeta en Nueva York", ambos de Lorca, fueron los que más llamaron mi atención. Los había leído medio millón de veces, cualquiera de los dos, pero la poesía es el mejor remedio para el alma. Seguí pasando los libros hasta que me encontré con uno que no había visto antes: "Rimas y Leyendas" de Bécquer. No estaba en mi colección. Un clásico de la literatura, sin duda, pero Bécquer nunca me había atraído.

Lo saqué de su sitio y descubrí una nota pegada en la portada:

"Para que te acuerdes de mí ;)

Apolo"

¿Apolo había estado en mi habitación? Me quedé patidifusa... bueno, estupefacta... boquiabierta... Pensándolo bien ni siquiera me sorprendía.

Cogí el recopilatorio de "Rimas y Leyendas" de Bécquer. Pasé las hojas rápidamente, comprobando que no había más mensajes del Dios y empecé a leer. Me quedé dormida en la segunda página.

Otro capítulo :D Espero que os guste. Como siempre cualquier sugerencia en los comentarios, intento llevarlas todas a cabo lo mejor posible (en un momento u otro de la novela), pero desde luego las tengo todas en cuenta.

Muchas gracias por leer mis escritos ♥

La protegida de HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora