Capítulo 23

4.8K 309 58
                                    

Atenea

Me levanté a las seis de la mañana con el peor humor posible. En serio, ¿quién empieza un entrenamiento tan temprano? Me arreglé lo más rápido que pude, cogiendo la ropa más cómoda del armario.

A las siete menos cuarto ya había salido de la habitación, cinco minutos después estaba en la sala 18.

- Llegas tarde - dijo Atenea a modo de saludo.

- ¿Qué? Llego diez minutos antes de la hora - contesté alarmada, mirando mi reloj.

- Diez minutos temprano son cinco minutos tarde - dijo la diosa poniéndose el casco de batalla - ¿Dónde está tu armadura?

- ¿Qué armadura? - Contesté con el peor tono que fui capaz de reunir.

Atenea resopló exasperada.

- ¿Hera no te ha dicho nada sobre armaduras?

- Pues no - dije cada vez más cabreada.

¿Me ha hecho estar aquí a las siete de la mañana para discutir? Pensé enervada.

- Bien, pues lucharás sin ella. Eso tiene ventajas e inconvenientes. Te da más libertad de movimientos, te quita protección.

Asentí conforme, al ver que empezaba a decir algo con sentido.

- Me han dicho que Apolo te ha enseñado las técnicas de los semidioses más poderosos. Y Artemisa ha dicho que la salvaste de un Cíclope cortándole la cabeza.

Asentí con una pizca de orgullo. Atenea me miró con malos ojos y alzó su propia espada. Cogí mi collar y lo convertí en espada a su vez.

La diosa avanzó hacia mí y me atacó con varios golpes frontales, los esquivé haciendo un par de acrobacias (ahora que lo pienso, a lo mejor fue más para lucirme que para otra cosa). Me lanzó una estocada a la zona del estómago y me aparté hacia la derecha. Di un toque a la izquierda, hacia su hombro. Lo esquivó con facilidad y se apartó un metro hacia atrás. Puso la espada en modo de defensa y movió la cabeza instándome a atacar.

Avancé lentamente hacia ella y me puse a pensar. Se podía esperar cualquiera de mis movimientos y, había que reconocerlo, lo mío no era la espada. El arco era más cómodo, más manejable y tenía mayor índice de aciertos que con la espada. No podía sorprenderla, se anticiparía a casi cualquier cosa que hiciese. A no ser...

Corrí directamente hacia ella. Di un pequeño salto a modo de empujón y tiré mi espada contra la suya. Aterricé a la derecha de la diosa, saqué un cuchillo de los que me había dado Hera y lo lancé a su mano, haciendo que soltase la espada. Aprovechando la milésima de segundo que tardó Atenea en recoger su espada y lanzarse al ataque, saqué el arco, lo cargué y apunté directamente hacia su cabeza. Disparé dudando medio instante.

La diosa cogió la flecha al vuelo (la cual, no es por presumir, pero tenía muy buena trayectoria) bajó la espada, yo cargué el arco otra vez y lo tensé. Al fin y al cabo podía ser una trampa o una prueba.

- No voy a ser yo quien desestime una buena estrategia de ataque, pero el objetivo de estos días de entrenamiento es que puedas llevar a cabo una lucha cuerpo a cuerpo - dijo Atenea sin el atisbo de soberbia que le había visto desde el minuto en que había entrado en la sala 18 -. ¿Cuál es tu problema con la espada? - Preguntó Atenea dejando el arma y sentándose en el suelo.

La imité, sentándome frente a ella.

- Es un arma muy cómoda - empecé, alabando el trabajo de Hefesto.

La protegida de HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora