Capítulo 24

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¿Real o no?

Contra todo pronóstico, me quedé dormida enseguida.

Me encontraba en una sala blanca, pequeña. Sin ningún tipo de mobiliario. No se lograba diferenciar dónde estaban las paredes. No se distinguían el suelo del techo. El único objeto que se podía apreciar era una puerta, al fondo de la sala.

Avancé hacia ella. Al llegar, con cuidado, agarré el pomo y lo giré despacio, como esperando a que alguien me impidiese terminar la maniobra.

Una sala completamente opuesta se encontraba en el otro lado. Oscura, negra. Era una habitación. A juzgar por el montón de ropa oscura en una esquina, era una habitación de chico. Era bastante amplia. Una cama en el centro de la pared de la derecha, rodeada de dos mesillas. Frente a la cama había una mesa de escritorio, un piano y el montón de ropa (en su mayoría negra). Al fondo del cuarto había otra puerta, la del baño, deduje.

Me disponía a iniciar la marcha hacia la misteriosa puerta cuando ésta se abrió. Un chico pálido y musculoso salía, con una toalla enrollada en la cintura y otra secándose el pelo.

Cuando el chico se quitó la toalla de la cara y pude verle el rostro. Nico di Angelo me miraba directamente a los ojos. Me sonrió de lado y dejó la toalla encima de su desordenado montón de ropa.

- Hola - dijo dando un paso hacia mí.

Instintivamente retrocedí apartándome y miré hacia atrás para comprobar quién había a mis espaldas. Nadie.

El chico me había seguido con la mirada.

- Pensaba que no me podías ver - le dije confusa y gesticulando al ritmo de mis palabras, por si no podía escucharme.

Nico se rio con ganas. Una risa alegre, no amarga, como la que tenía la última vez que nos vimos.

- Puedo hacer lo que quieras - comentó con una mirada traviesa -. Al fin y al cabo es tu sueño - añadió acercándose a mí.

Esta vez no retrocedí. Su cara estaba a centímetros de la mía. Él seguía sonriendo, me resultaba raro verle con esa expresión, pero me ponía contenta. Mi mirada estaba fija en sus ojos oscuros, aunque, la verdad, me apetecía mucho mirarle el resto del cuerpo.

- ¿A qué te refieres? - conseguí articular por fin.

Se limitó a reírse. Paró de repente y se inclinó hacia mi rostro. Sus labios estaban a punto de encontrarse con los míos.

Desperté sobresaltada. ¿Había sido uno de esos sueños como los que tenían los semidioses? Pero podía oírme, habíamos hablado, ¿acaso era eso normal?

Volví a dormir un par de horas, un sueño muy inquieto, no dejé de soñar cosas extrañas, aunque esta vez no tenían relación alguna con el hijo de Hades. Me levanté temprano, dispuesta a enfrentar otro día de entrenamiento contra la diosa de la sabiduría. Tenía agujetas del día anterior en todos los músculos que conocía, y en algunos que no sabría nombrar.

Pese al dolor, iba animada hasta la sala número 18. Cuando llegué Atenea ya estaba esperándome, aunque no hizo comentario alguno sobre mi falta de puntualidad (llegué a las siete menos cinco, para Atenea, eso era casi la hora de comer).

Me enseñó valiosas formas de manejar las armas que no se me habrían ocurrido. Mejoré mi precisión con los cuchillos, aunque aún tenía mucho por aprender.

- Intenta concentrarte más en el proyectil y menos en el objetivo - me recordaba la diosa por enésima vez.

Ya habíamos pasado la hora del almuerzo, serían las seis de la tarde. Quedaban pocas horas para que Atenea pudiese instruirme.

- Recuerda que quien te enseñará a perfeccionar las técnicas es Afrodita. Te conviene llevártelas aprendidas de antes - comentó Atenea con cierto tono de desprecio en la voz -. Por el bien de tu supervivencia y por el del resto de los seres.

Esa frase fue suficiente incentivo para mí.

Pasé el resto de la tarde entrenando duramente, con la espada, con los cuchillos, incluso un rato con el arco. Atenea me habló de estrategias de combate, de los puntos débiles de los titanes y de los puntos débiles de los semidioses más poderosos de esta generación. "Por si acaso" comentó Atenea sin darle importancia, acusando así, a los hijos de los dioses, de posible traición. El de Nico era la desconfianza; atacaría primero. Pero, ¿por qué iba a atacar? me pregunté.

Como suponía, Hera esperaba pacientemente mi llegada desde el sofá de los aposentos. Me preparé, dispuesta a oír una bronca criminal por mis palabras del día anterior. Con un gesto de la cabeza la diosa me indicó que tomase asiento junto a ella.

Respiré hondo, intentando prevenir cómo iba a sucederse la conversación siguiente. Pero nada me podía haber preparado para las palabras siguientes de Hera.

- Lo lamento - dijo Hera, con las palabras trabadas en la garganta. Se notaba que no estaba acostumbrada a pedir perdón. Parecía que le estaba doliendo pronunciar esas palabras.

Me quedé sin poder emitir un sonido. Ella continuó hablando con, visiblemente, mucha dificultad.

- No debería haberte presionado. Pero deberías comprender que puedes estar poseyendo información de vital importancia sin ser consciente de ello - añadió volviendo a su tono habitual.

Asentí conforme.

- Sigue viviendo allí.

- ¿En tu calle?

- Sí. El día en que Apolo me llevó a ver a mi familia, le hice una visita. Me abrió su padre, que parecía no saber nada del asunto de los cuernos y, supongo, tampoco de dios ninguno. Y él estaba en su habitación, como siempre.

Resumí. Hera asintió complacida.

- Dejaré que descanses. Mañana tendrás un día largo con Atenea - se empezó a despedir Hera.

- Espera! - dije alarmada.

- ¿Sí?

- ¿Es posible que en un sueño de semidiós, alguien pueda verme y hablar conmigo?

- Es posible - contestó dubitativa -. Pero tendría que enviártelo alguien con mucho poder. ¿Ha sido de Nix? ¿De Rea? - Empezó a preguntar la diosa de manera frenética, asustada.

- No! - Me apresuré a decir -. De un semidiós. ¿Es posible?

- En principio no - contestó Hera visiblemente más aliviada -. Que puedas tener sueños de mestizo por algún motivo que aún no he llegado a discernir, no implica que todos los sueños que tengas sean predicciones.

- Parecía real - dije bastante segura y con un ligero rubor en la piel.

- ¿Qué ocurría en el sueño? - Preguntó Hera con un toque de duda en la voz.

- Pues... No ocurría nada importante, la verdad - ¿mentí? En realidad no estaba segura de si había sido algo importante o no.

- Entonces, era un semidiós - insistió Hera -. ¿Quién?

- Un chico - contesté evasiva.

¿Por qué le estoy ocultando información? Me pregunté.

- ¿De qué hablasteis?

- Estoy cansada, debería irme a dormir - dije esperando no enfadar a la diosa -. Hasta mañana.

Apuré el paso hasta la puerta del cuarto de baño. La cerré delicadamente detrás de mí y me dispuse a darme una ducha.

Nuevo capítulo :D Espero que os guste. Estoy intentando actualizar más seguido ahora que han pasado los primeros exámenes. 

Como siempre, cualquier sugerencia en los comentarios (las tengo todas en cuenta). Un saludo =)

La protegida de HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora