Capítulo 1

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Estaba en la cárcel. Era mi maldito cumpleaños y estaba en la cárcel. Sí mis padres me matarían si llegaban a enterarse. Cuando llegaran a enterarse, me corregí mentalmente. Me negaba a morir aquí, y mucho menos con tan sólo dieciocho años. Tengo mucho qué hacer; desde muy temprana edad, tengo el horrible presentimiento de que se estaba acabando el tiempo, pero nunca me había imaginado que tuviese tan poco. Yo sabía que mis padres se preocupaban por mí y, en un par de ocasiones, me había planteado cambiar la manera de ser y tratar de controlarme un poco, pero me resultó imposible. Oí unos pasos y me llevé una mano a la sien. Tenía la frente hinchada, pero no encontré ni rastro de sangre. ¿Cómo había llegado aquí exactamente? Cerré los ojos y traté de recordar los acontecimientos que habían concluido conmigo encerrada en una inmunda celda. Iba de regreso a Londres, mi madre había organizado una cena para celebrar mi cumpleaños y yo no quería perderla. Normalmente, prefería ir a caballo, pero el mal tiempo me había llevado a tomar una motocicleta para llegar los más rápido posible.
De eso me acordaba a la perfección, también recordaba el motivo por el cual no estaba en casa, buscada información de mis padres biológicos. Yo escribía siempre, no recordaba un momento de mi vida en que no hubiese tenido a mano un cuaderno y una pluma. De repente unas imágenes pasaron por mi mente ya podía recordar algunas cosas. Estaba sonando algo extraño en mi motocicleta y me había orillado a un lado del camino cerca de un bar donde unas chicas estaban afuera  y la puerta se abrió de golpe, unas manos sucias tiraron de una joven que estaba agachada recogiendo unos cuantos euros que tiró por accidente. La chica había gritado asustada al notar la punta de una daga junto a su cuello, y yo reaccioné. Salí tras ella y me lancé encima del hombre, mucho más fornido que yo, que la sujetaba. Con la ventaja de la sorpresa, conseguí darle un par de golpes certeros y la joven pudo escabullirse y volver junto a las demás.
-Pero -volví a frotarme la sien- aquel tipo no iba solo y pronto aparecieron cuatro hombres más con el rostro oculto tras unos pañuelos y armados con dagas y garrotes.

Los asaltantes eran cinco y solo yo, y cuando vi que dos de aquellos hombres se dirigían hacia el otro extremo, donde estaban las otras chicas, corrí tras ellos. Mi cabello largo y lacio, de color caoba, se movía mientras corro. Mi blusa blanca de botones de manga larga, sube por mi garganta en forma de cuello de tortuga , y el dobladillo está metido dentro de un par de pantalones negros de talle alto un poco holgados. Me siento completamente estúpida porque sé que van a dar una buena paliza. Mis piernas tiemblan y me quedo con la impresión de que este hombre quiere atacarme.  Por favor, Dios, no acabo de pensar eso. Otro apretón en mi vientre me embarga. Un chico de buen cuerpo iba dandole la vuelta a la esquina cuando fui tras esos otros y me ayudó. Y eso era lo último que recordaba.Oí unos pasos y abrí los ojos. Tras los barrotes, vi al chico junto con el que debía de ser el jefe del departamento de policía en que me encontraba.
-Le ruego que me disculpe joven -me dijo el hombre, abriendo atropelladamente la reja-. Estaba inconsciente y creímos que era uno de ellos. Mil perdones. No sabíamos que...
-No se preocupe, señor Andrews -le dijo el chico-. Lo importante es que Milo está bien y que, gracias a él, esa banda de vándalos ya no volverá a asaltar.

¿Milo? ¿Cómo diablos? ¿Y gracias a mí? Pero si sólo le había dado dos puñetazos a aquel gigante antes de quedarme inconsciente. Y ¿dónde diablos estaban?
-¿Se encuentra bien? -me preguntó el chico al ver sin duda lo confusa que estaba.
-Sí -carraspeé-, sólo me duele un poco la cabeza.
-Si prefiere quedarse aquí un rato más, puedo regresar más tarde -dijo el chico, algo sarcástico.
-No, por mí podemos irnos cuando quiera.
-Le pido de nuevo disculpas, joven.
-Estoy convencido, señor Andrews, que Milo no le guarda rencor -afirmó el chico mirándome de un modo que me inquietó.
-No, ningún rencor.

Esa frase pareció tranquilizar a Andrews, que se apartó de la puerta y me dejó salir. Nos acompañó, a él y a mí, hasta la salida y, cuando los rayos del sol me cegaron por un instante, supe que mis padres estarían muy enfadados. Y preocupados. Tenía que encontrar mi motocicleta cuanto antes.
-Sígame, Milo -me dijo el chico-. Tengo un auto esperándonos -añadió, como si me hubiese leído la mente.
-¿Cómo...?
-Su nombre está en la primera hoja de su cuaderno -contestó el chico, antes de que terminase mi pregunta-. Escribe muy bien.
-Muchas gracias pero no era de su incumbencia leer mis notas porque solo son eso notas.

CollingwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora