✧Chapter 22✧

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El silencio se había asentado en la habitación como una neblina espesa, densa y sofocante. Lucifer permanecía sentado junto a la cama, inmóvil, observando el leve movimiento del pecho de Adam mientras dormía. Aún podía sentir el eco de sus palabras, las acusaciones, la rabia contenida... cada una clavándose en su mente como un cuchillo torcido.

Por un momento, todo volvió a ese vacío que conocía demasiado bien: el sonido ahogado del arrepentimiento, el peso del remordimiento que no desaparece aunque uno lo repita una y otra vez.

La luz tenue del infierno filtraba un reflejo rojizo sobre el rostro demacrado de Adam, resaltando cada sutura, cada grieta, cada evidencia de que lo había roto... y aún así, lo amaba.

Lucifer apretó los puños sobre sus piernas. Las manos le picaban, temblaban. Era una reacción casi física al dolor en su pecho, esa presión antigua que había olvidado cómo se sentía. Apretó los muslos con fuerza, soltó, volvió a apretar, buscando algún punto de control, algo que le devolviera el aire. Pero no lo encontró.

Su respiración era corta, inestable, y los ojos le ardían, no solo por las lágrimas contenidas, sino por la impotencia de saberse culpable y, aun así, incapaz de retroceder el tiempo.

Adam dormía. O al menos eso parecía. Su expresión vacía, apenas relajada, no mostraba paz ni descanso. Era un reflejo de lo que quedaba de él: una carcasa exhausta intentando sobrevivir al peso de demasiadas verdades.

Lucifer se inclinó levemente, el corazón apretándose más con cada centímetro que lo acercaba. Su respiración se mezcló con la de Adam, tan frágil, tan tenue, que casi temía romperla con solo exhalar.

Durante unos segundos, solo lo miró.

El contorno de su rostro, las marcas en su piel, las costuras que recorrían su mejilla como cicatrices de un pasado que él mismo había sellado con sus errores.

Lucifer sabía lo que Adam veía al mirarse: una sombra, un monstruo, una pieza remendada de lo que alguna vez fue.

Pero él no lo veía así.

A sus ojos, incluso destrozado, Adam seguía siendo la cosa más hermosa que había existido.

Hermoso en su rabia. Hermoso en su debilidad. Hermoso en su condena.

Lucifer levantó una mano temblorosa. Dudó un instante, temiendo despertar a su propio fantasma, pero al final la dejó avanzar, como un reflejo inevitable. Sus dedos rozaron la mejilla de Adam con una ternura que casi le dolía.

El calor bajo su piel, tan frágil, tan humano... le recordó que seguía allí. Que seguía vivo.

La yema de su pulgar acarició con delicadeza la línea de suturas, siguiendo el recorrido de cada hilo con una devoción silenciosa.

—Lo siento... —susurró, apenas un murmullo.

La voz se quebró al salir, disolviéndose en el aire, más un pensamiento que un sonido real.

"Lo siento" no era suficiente.

Nunca lo sería.

Lucifer sabía cómo se veía Adam a sí mismo, pero eso no cambiaba lo que él sentía. No importaban las grietas, las cicatrices, ni la palidez enfermiza que ahora dominaba su piel. A sus ojos, Adam seguía siendo la chispa que lo había condenado y salvado a la vez.

Y sin embargo, verlo así... lo destrozaba.

No quería esto.

No así.

Retiró la mano lentamente, como si al hacerlo arrancara un pedazo de sí mismo. La mantuvo suspendida un instante antes de cerrarla con fuerza, los nudillos blancos por la tensión. Sabía que no debía tocarlo más, no ahora. Tal vez no por mucho tiempo.

Bajó la cabeza, dejando que el ala de su sombrero cubriera su rostro, ocultando la expresión rota que se filtraba entre las sombras.

El silencio volvió. Solo el murmullo de su respiración y el leve sonido de las sábanas llenaban la habitación.

Lucifer permaneció quieto unos segundos más, intentando grabar ese momento en su memoria: Adam, respirando, vivo, aunque no lo quisiera; él, sentado a su lado, sintiendo que lo había perdido para siempre, incluso si aún podía tocarlo.

Finalmente, se puso de pie.

Su cuerpo temblaba apenas, y cada paso parecía pesar toneladas. Miró una última vez al hombre que amó, y algo en su interior se endureció.

No podía remediar lo que había hecho. No podía cambiar el pasado.

Pero sí podía hacer algo más.

Hacer que Adam se sintiera mejor consigo mismo, aunque eso significara hacerlo desde lejos.

Aunque eso significara no volver a tocarlo.

No buscaba perdón.

Buscaba redención.

Apretó los labios y se giró hacia la puerta. La abrió con cuidado, procurando que las bisagras no emitieran ruido alguno, y antes de salir, se permitió una última mirada.

Adam, envuelto en las sábanas, parecía hundirse en su propio silencio.

Lucifer salió, cerrando la puerta con la suavidad de quien teme romper algo más que madera.

El pasillo estaba vacío. El aire, pesado.

Su figura se perdió entre las sombras del castillo, dejando atrás el eco de un amor que todavía ardía, aunque ya no pudiera salvarlo.

Dentro de la habitación, Adam abrió lentamente los ojos.

La penumbra lo envolvía, pero podía sentir el calor que había dejado Lucifer en el aire.

Su mirada se desvió hacia la puerta entreabierta, un leve destello de confusión o melancolía cruzando por sus ojos.

Después de unos segundos, suspiró, girándose en la cama hasta quedar de espaldas a la puerta.

Tiró de las sábanas hasta cubrirse por completo, ocultando su rostro del mundo, del recuerdo, y de él.

El silencio volvió.


𝙴𝚕 𝙹𝚊𝚛𝚍í𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝙰𝚕𝚖𝚊𝚜 𝙿𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊𝚜  [AdamsApple]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora