Adam se mudó esa misma tarde.
No dijo nada, no pidió ayuda, no esperó permiso.
Solo entró en su habitación, metió lo necesario en una maleta vieja y salió sin mirar atrás.
Lucifer lo vio hacerlo. No se atrevió a hablarle.
Estaba de pie al final del pasillo, quieto, observando cómo Adam caminaba con pasos firmes, cargando lo poco que había decidido conservar.
Ninguno de los dos intercambió una palabra.
El silencio fue tan pesado que cualquier intento de romperlo habría sido inútil.
Adam eligió la habitación más lejana del castillo, en el ala norte.
Un lugar frío, oscuro, casi olvidado.
Las paredes estaban cubiertas de polvo, el suelo crujía, y el aire olía a humedad. Pero era perfecto.
Lejos.
Sin voces.
Sin Lucifer.
Cerró la puerta y no salió por el resto del día.
Lucifer pasó horas frente a la puerta vacía de la habitación anterior.
La cama deshecha, las sábanas revueltas, el olor a Adam todavía flotando en el aire.
Nada más.
Ni una prenda, ni una nota, ni una mirada de despedida.
Se apoyó en el marco, sin entrar.
Tenía los ojos secos, pero la cabeza le pesaba.
No sabía qué esperar. No sabía si debía dejarlo en paz o intentar acercarse.
Solo sabía que, por primera vez, el silencio dolía más que cualquier insulto.
Charlie lo encontró allí, inmóvil.
—¿Qué haces? —preguntó con voz baja.
Lucifer tardó unos segundos en responder.
—Nada.
—¿Dónde está Adam?
—Se fue al ala norte.
Charlie frunció el ceño confundida.
—¿Tú lo dejaste?
—No necesitó mi permiso. —Lucifer miró el suelo—. Y no se lo habría negado.
Charlie lo observó unos segundos, intentando decir algo que sirviera.
Pero no había nada que decir.
Se limitó a soltar un suspiro.
—No puedes seguir así.
—Sí puedo —respondió Lucifer, con una calma hueca—. No tengo derecho a otra cosa.
Las noches se volvieron largas.
Adam apenas dormía.
El ala norte era fría, y aunque había encendido una pequeña lámpara, el ambiente se sentía opresivo.
No quería pensar, pero no podía evitarlo.
Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba su propia voz gritando, repitiendo las palabras que le había lanzado a Lucifer.
"Tu arrepentimiento no vale nada. Llegó siglos tarde."
Las repitió tantas veces en su cabeza que empezaron a sonar vacías.
Pero no se arrepintió.
No todavía.
Pasaban los días y no lo veía.
Lucifer no se acercaba. Ni una vez.
No tocaba la puerta, no dejaba notas, no enviaba a nadie.
Nada.
Y eso, de alguna forma, lo irritaba aún más.
Una noche, cuando por fin logró dormir, despertó de golpe.
Había soñado con algo confuso: una figura de espaldas, el sonido de un piano lejano, una voz que no terminaba de entender.
Se levantó y se dio cuenta de que estaba sudando.
El silencio del castillo era tan absoluto que casi podía escuchar sus propios latidos.
Se acercó a la puerta. Dudó.
Sabía que Lucifer estaba en el otro extremo, como siempre, sin dormir.
Lo sabía. No necesitaba verlo.
Pero no la abrió.
Solo se quedó allí, apoyando la frente contra la madera.
Respiró hondo.
Y susurró algo que ni él mismo entendió.
Lucifer, mientras tanto, estaba en su despacho.
No había tocado el piano desde hacía días. No tenía sentido.
Pasaba las horas mirando papeles viejos, informes que no le importaban, solo para no pensar.
Pero escuchaba.
Desde lejos, cada ruido, cada movimiento, cada respiración.
El castillo entero se había convertido en una caja de resonancia para su culpa.
Y por las noches, cuando todo quedaba en silencio, lo oía.
Llantos ahogados.
Golpes leves contra la pared.
Susurros ininteligibles.
Adam lloraba.
No lo hacía abiertamente, no como antes, pero lo suficiente para que el sonido llegara hasta él.
Y Lucifer escuchaba.
Sin acercarse, sin intervenir.
Solo escuchaba.
Sabía que si se acercaba, lo arruinaría todo otra vez.
Una madrugada, Charlie entró sin avisar.
Encontró a Lucifer sentado frente a la ventana, con los ojos abiertos, sin moverse.
—¿Has dormido? —preguntó.
Lucifer negó.
—¿Has comido?
Negó otra vez.
Charlie cruzó los brazos.
—Papá, esto no es redención. Es autodestrucción.
Lucifer no la miró.
—No hay diferencia.
—Sí la hay —replicó ella—. Porque esto no lo está ayudando a él.
Lucifer respiró hondo.
—Lo sé. Pero no sé qué más hacer. Si me acerco, lo lastimo. Si me alejo, me destruyo.
Charlie lo miró con tristeza.
—¿Y si simplemente lo dejas respirar?
—Eso estoy intentando —dijo con voz baja.
Los días pasaron sin que ninguno cruzara palabra.
Adam se mantenía ocupado.
Ordenaba cosas que no necesitaban orden. Caminaba por el ala norte contando los pasos entre las puertas.
Comía poco.
Dormía peor.
Una tarde, Charlie fue a verlo.
Tocó la puerta tres veces antes de que él respondiera.
—¿Qué? —preguntó Adam desde dentro.
—Solo quiero saber si estás bien.
—Estoy vivo.
—No es lo mismo.
Silencio.
Charlie suspiró.
—No puedo hacer que las cosas se arreglen, pero al menos podrías dejar de esconderte.
—No me estoy escondiendo —dijo Adam.
—Sí lo haces —contestó ella, firme—. Y no solo de él, también de ti.
Adam abrió la puerta lo suficiente para mostrar su rostro. Tenía ojeras, los labios resecos y la mirada perdida.
—No tengo nada que decirle.
—Y él no tiene nada que decirte —respondió Charlie—. Pero sigue escuchándote llorar cada noche.
Adam se quedó en silencio.
Su expresión cambió, pero solo por un segundo.
Luego, cerró la puerta en su cara.
Charlie se quedó allí, mirando la madera.
—Son iguales —murmuró.
Y se fue.
Esa noche, Adam volvió a llorar.
No por tristeza, sino por cansancio.
Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, y dejó que las lágrimas salieran sin hacer ruido.
No intentó detenerlas.
No maldijo.
Solo lloró.
Lucifer lo escuchó desde el otro extremo del castillo.
Cerró los ojos.
No se movió.
No podía.
Por un momento, pensó en ir hasta allá, en tocar la puerta, en decir algo, cualquier cosa.
Pero se detuvo.
Sabía que si lo hacía, el ciclo volvería a empezar.
Así que se quedó donde estaba, con los puños apretados y el pecho ardiendo.
Al amanecer, el castillo seguía en silencio.
Adam no había dormido.
Lucifer tampoco.
Dos figuras separadas por muros, por siglos, por todo lo que no supieron hacer.
Ambos despiertos, escuchando el mismo silencio, odiando lo mismo: el vacío que habían creado.
ESTÁS LEYENDO
𝙴𝚕 𝙹𝚊𝚛𝚍í𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝙰𝚕𝚖𝚊𝚜 𝙿𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊𝚜 [AdamsApple]
FanfictionTras la muerte de Adam en el último exterminio, Lucifer, incapaz de aceptar su pérdida, reconstruye su cuerpo pieza por pieza, creando una versión de Adam que respira pero carece de la chispa y el espíritu del original. A medida que Lucifer intenta...
![𝙴𝚕 𝙹𝚊𝚛𝚍í𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝙰𝚕𝚖𝚊𝚜 𝙿𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊𝚜 [AdamsApple]](https://img.wattpad.com/cover/384390378-64-k245126.jpg)