CAPITULO 21

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CAPITULO 21.

La cabaña donde se escondería Dianna y su nana estaba en las montañas, en medio de un inmenso bosque. Estaba hecha de madera, con un bonito porche delantero. A simple vista no parecía gran cosa, pero por dentro se veía amplia y acogedora. Tenía una gran sala con acogedores sillones y una chimenea que en ese momento estaba apagada. Nada más entrar, Ellen abrió las cortinas dejando entrar la tenue luz del atardecer. Kirios ya se estaba encargando de encender la chimenea para caldear la habitación. La cabaña llevaba tiempo sin ser utilizada, estaba llena de polvo y los pocos muebles que habían estaban cubiertos de sabanas. Ellen y varios sirvientes empezaron a adecentar la cabaña.

Dianna llevaba ya media hora esperando en la sala para que le terminaran de arreglar su habitación, cuando la puerta se abrió y apareció el duque. Nada más llegar, los hombres habían empezado a inspeccionar el bosque y sus alrededores. Imaginaba que era para poder descubrir posibles lugares donde podían esconderse los enemigos. Al día siguiente Kiros y los hombres viajarían a la ciudad para ver el estado en el que se encontraban los kairinos. Ella y su nana se quedarían allí, junto a los sirvientes y varios soldados para su protección.

Edward se acercó para agacharse junto a ella y cogerle las manos mientras le miraba con intensidad. Por dios, ¿qué iba a decirle ahora? Dianna empezó a sentirse sofocada y el pulso empezaba a latirle con rapidez. Desde aquel día en el que había dejado ver sus sentimientos, ella había intentado mantenerse lo más lejos posible de él. No quería lástima ni consuelo por parte de él. Lo que ella deseaba es que le dijera que él también le amaba y que se iba a quedar con ella. Pero sabía que eso no iba a suceder, él volvería a Londres cuando ella estuviera a salvo y con la corona kairina en la cabeza.

-Mañana partimos a la ciudad – le dijo Edward.

-Lo sé – dijo Dianna mientras miraba sus manos entrelazadas.

Deseaba tanto estar en sus brazos, que la besara y le dijera que la deseaba y la amaba más que a nada en el mundo. Dianna temía que cuando todo acabara él se fuera y no volvieran a verse más. ¿Sería posible que él volviera a Londres y se casara con una de esas damas de la aristocracia? ¿Sería ella capaz de casarse con algún príncipe de otro país para que reinara a su lado? No, ella no podría soportar que otro hombre la tocara.

-Ya terminamos de registrar todo el bosque – le dijo Edward -. Parece que no hay peligro de que aquí te encuentren, pero dejaremos algunos soldados para cuidarte.

-De acuerdo – dijo Dianna mientras se levanta.

¿Eso era todo lo que quería decirle? Pues ella tampoco iba a decir nada más. Parecía ser que él tenía claro que aquello no podía ir a más.

-Dianna…

-No Edward – dijo Dianna mientras lo miraba a los ojos -. No quiero que sientas lástima por mí. Que pienses “pobre niña enamorada de un imposible”. Ni siquiera quiero tu consuelo. Haz lo que tengas que hacer, ayúdame a liberar a mi pueblo de los turcos y luego vete si tienes que irte, pero no me compadezcas. Eso no te lo permito.

Dianna salió de la sala y se dirigió hacia sus aposentos en la planta alta de la cabaña. Allí estaba Ellen terminando de arreglar el lecho. Se sentó en un sillón que había en la habitación y esperó a que todo estuviera arreglado.

Cuando Dianna subió las escaleras, Edward se sentó en el sillón y se cubrió el rostro con las manos. ¿Lástima? Por dios, lo que sentía por ella era algo difícil de explicar incluso para él, pero lástima no, eso nunca. Sentía deseo, pasión y una profunda atracción hacía ella. Cada vez que la veía, deseaba cogerla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin aliento. Deseaba tanto hacerla suya, fundirse entre sus brazos que estaba empezando a sentirse desdichado y triste al pensar en una vida sin ella. Pero sabía que tenía que volver a Londres, tenía asuntos que requerían de su presencia.

La Reconquista De La PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora