CAPITULO 18

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CAPITULO 18

Edward vio con impotencia como se llevaban a Dianna. Tenía que actuar y rápido. Se subió al caballo que encontró más cercano a él, no sabía a quién le pertenecía, pero no importaba ya se lo devolvería más tarde. Todo esto era por su culpa, no tenía que haber dejado que pasara. No tenía que haberla dejado salir corriendo de esa manera. Y por encima de todo, no tenía que haberle dicho que lo único que iba a conseguir de él era un revolcón de una noche. Dios, había visto el dolor en esos hermosos ojos azules. Se le llegara a pasar algo nunca selo perdonaría, tenía que salvarla a como diera lugar.

-¡Excelencia! – escuchó que alguien le llamaba.

Esa persona iba justo detrás de él, y al poco rato vio aparecer a sir Brian.

-¡Sir Brian! – exclamó el duque con sorpresa -. Ahora mismo no tengo tiempo de atenderle.

-Lo sé – dijo sir Brian mientras seguía cabalgando junto a él -. Yo también vi como se llevaban a la reina Dianna. ¿Puedo ayudarle?

-Su ayuda me será muy útil – dijo Edward mientras ponían a sus monturas al galope.

Media hora después llegaron a una cabaña de madera bastante destartalada a las afueras de Londres. Edward y sir Brian dejaron a sus monturas fuera de la vista de la cabaña. Se acercaron poco a poco hasta un arbusto desde donde podían divisar la cabaña y el carruaje donde iba Dianna.

Observaron como sacaban a Dianna a rastras del carruaje. Ella no se dejaba vencer y no hacía más que insultar y dar patadas a sus secuestradores.

-¡Malditos bastardos! – se escuchaba decir a la reina -. No os vais a salir con la vuestra, bastardos…

Dejaron de escuchar sus gritos cuando la metieron en la cabaña. Por dios, era realmente magnífica. Otra en su lugar habría estado muerta de miedo. Pero era toda una reina, era magnífica y Edward sintió orgullo en ese momento. Por dios, ¿se estaba enamorando de ella?

-Hay que actuar excelencia – dijo sir Brian despertándolo de su ensimismamiento -. Lo malo es que yo no tengo armas.

-Yo sí – dijo Edward mientras sacaba una pequeña pistola del bolsillo de su chaqueta y un cuchillo de su bota -. Fui preparado al baile por si pasaba algo. Toma coge el cuchillo, ¿sabe manejarlo?

-Lo haré lo mejor que pueda excelencia – dijo sir Brian mientras cogía el cuchillo.

-Bien – dijo Edward mientras echaba a andar con sigilo hacía la cabaña -. Creo que es hora de que comencemos a tutearnos. De todas maneras pronto formarás parte de mi familia. ¿No crees?

-Sí, creo que sí – dijo sir Brian con una sonrisa.

-Bueno, lo primero que tenemos que hacer es saber cuántos hombres hay dentro – dijo en voz baja Edward mientras se acercaban a la ventana.

Se agacharon bajo la ventana, y sir Brian miró con cuidado el interior. Se quedó unos segundos así, y luego volvió a agacharse.

-He visto solo dos – dijo Brian susurrando.

-Bien, tiene que haber una puerta trasera – dijo Edward mientras daba la vuelta por detrás -. Yo entraré por delante para distraerlos con la pistola. Ve por detrás y cuando los dos estén pendientes de mí ataca a uno.

-De acuerdo.

Vieron la puerta trasera, y Edward le dijo que esperara a que él entrara. Brian asintió con la cabeza.

Dentro de la cabaña, Dianna estaba realmente furiosa con esos hombres. Parecían que no iban a matarla de contado, estaban esperando a su jefe. Por dios, Edward seguramente estaría muy preocupado. Él vendría a salvarla, vio como la metían en el carruaje. Había sido una estúpida por dejarse dominar por los sentimientos. Es verdad que le había dolido lo que le había dicho, pero sabía que él tenía razón. ¿Qué futuro tenían juntos? El deber de ella era volver a su país a reinar, y el de él estar allí en Londres y seguir con su vida y con la gente que le necesitaba. ¿Era egoísta al querer tener un futuro con él? Ella estaba enamorada de él, pero no podía hacer que él la quisiera. Sabía que la deseaba, pero quizás solo fuera eso. Porque, sino ¿por qué no luchaba por ella? Dios, era todo tan complicado. ¿Por qué el amor era tan complicado? ¿Por qué dolía tanto? Tenía un gran nudo en el pecho que no la dejaba respirar. Deseaba estar sola y llorar, llorar por ese amor que la estaba consumiendo poco a poco. Pero no era el lugar ni el momento, esos bastardos la habían atado a una silla. Las cuerdas le hacían daño en las muñecas, y se imaginaba que terminarían con rozaduras. Esos malnacidos se iban a enterar cuando estuviera libre, porque pensaba salir de esa. Estaba segura de que Edward la salvaría.

La Reconquista De La PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora