Lo que quedó

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La sensación de deja vú no abandonó a Harry en ningún momento. Y el intenso dolor que le causaba ese nudo en la garganta, tampoco. El homenaje fue corto, pero sentido.

Luego de unos breves discursos protocolares, pero no por eso menos emotivos, de la profesora McGonagall y del ministro Kingsley, la tarima quedó vacía invitando a quien quiera acercarse para dar unas palabras. Un compañero de Gryffindor, Seamus Finnigan, fue el primero en levantarse desde una de las últimas hileras de sillas y avanzó entre ellas con paso firme, hasta quedar al frente de todos los presentes: estudiantes, profesores y miembros de la orden.

Carraspeó un poco antes de hablar, pero a medida que las palabras salían de su boca, su reflexión se hizo más fluida y conmovedora.

Habló sobre la amistad y la cooperación. El entendimiento y compresión de las diferencias. De cómo el miedo tiene dos únicas salidas, volverte ciego ante el problema para contribuir con tu debilitada zona de confort; o darte ánimos para plantarle cara a lo que sea que te retiene en ese estado de terror y seguir adelante. Casi al terminar, agradeció a todos los que se habían sacrificado para que el mundo mágico aún fuese un lugar libre de opresión y violencia, y luego con la mirada en el suelo, volvió melancólico a su asiento.

A partir de eso, otros tantos tuvieron el valor de pasar. Entre ellos Hannah Abbott, quién había perdido a su madre a comienzos del séptimo año y que no pudo terminar su discurso por los sollozos que le sobrevinieron al hablar de ella. Hagrid también se levantó en alguno de esos momentos y sólo balbuceó un "gracias" para regresar a su lugar.

Cuando nadie más parecía dispuesto a añadir otra cosa, la profesora McGonagall levantó la varita para hacer desaparecer la tarima y luego, con una floritura, conjuró un hechizo que creó vahos de humo blanco que se arremolinaron a un lado del sepulcro níveo de Dumbledore. Estos al disiparse, dejaron entrever un largo palo dorado empotrado en la tierra, en cuya parte superior gravitaba un recipiente en forma de copa, que tenía incrustadas miles de piedras resplandecientes, rojizas, verdes, azules y amarillas, en su exterior.

Firenze, el único centauro de su especie en participar de la batalla, emergió desde el Bosque Prohibido trotando con paso grácil y desde detrás de las hileras, hizo una reverencia para después lanzar una flecha hacia el recipiente. La punta de ésta se encendió en llamas mientras viajaba en el aire y al caer dentro de la copa, desapareció dentro de ella, haciendo surgir una flameante lumbre.

Minerva McGonagall se acercó a la antorcha ahora encendida, y ante ella, con la voz repleta de firmeza, declaró:

-Honorem Albus Dumbledore.

Las llamas se hicieron más fúlgidas mientras en el palo se tallaban las letras del nombre del antiguo director de Hogwarts.

Ella se retiró a su asiento y entonces, fue el turno de Kingsley, que al igual que la profesora, se aproximó hasta el monumento y pronunció el hechizo:

-Honorem Remus Lupin y Nymphadora Tonks.

La antorcha volvió a reanimarse con sus palabras y dos nuevos nombres quedaron plasmados en ella.

-Honorem Sirius Black- dijo Arthur Weasley acompañado de su esposa.

-Honorem Fred Weasley- añadió ella con suma tristeza.

Varios nombres de magos y brujas que habían fallecido durante y a consecuencia de la Segunda Guerra Mágica, iban siendo añadidos a medida que las personas pasaban delante de la antorcha.

Bill Weasley volvía a su asiento después de haber inscrito el nombre de Alastor Moody, y en su camino, se detuvo por un momento delante de Harry. Le dio dos palmadas en el hombro en señal de aliento y luego, casi en un susurro, afirmó:

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora