Australia

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Amanecía y la luz de un sol mortecino empezaba a bañar las paredes de La Madriguera. Los gnomos del jardín sacaban sus cabezas de los hoyos preguntándose si hoy sería día de limpieza general. Las gallina se desperezaban para comenzar con su rutina diaria de caminar de aquí para allá picoteando el suelo, mientras que casi todos los habitantes de la casa todavía no abrían los ojos hacia el nuevo día.

A excepción de un chico, con grandes ojeras debajo de sus ojos verdes que miraban el techo de la habitación en la que dormía y cuya respiración transcurría con lentitud lúgubre.

Era la tercera noche que Harry pasaba en vela. El sueño simplemente no le llegaba; y sí lo hacía, oscuras pesadillas se entretejían en su subconsciente y lo despertaban sobresaltado. Su mente no había dejado de funcionar un solo instante desde que Kreacher hizo acto de presencia en el día de su cumpleaños, para informarle lo que había averiguado.

"Uno de ellos fue aquel que no debe ser nombrado" había dicho el elfo con el labio inferior temblándole. "Ese a quien también le dicen... el Señor Tenebroso"

¿Cómo podía ser eso posible?, se preguntaba Harry con insistencia. Hace unos meses, tres para ser exactos, él mismo lo había visto caer en el Gran Comedor, cuando su propio hechizo le rebotó y lo dejo inerte para siempre. Harry percibió como la vida había escapado de esos horribles ojos rojos que desde cuarto grado le perseguían a donde quiera que vaya.

Y se habían cerrado. Él estaba seguro de que esos ojos estaban cerrados.

¿Qué quería decir entonces que el señor Weasley lo haya visto? ¿Era acaso un hechizo ilusorio, un boggart o simplemente una jugarreta de su mente? ¿O lo que vio era de verdad algo...?

No. Imposible. Tom Riddle estaba muerto. Había sido derrotado al fin cuando su Avada Kedavra le dio de lleno en el pecho. Harry no podía pensar en otra cosa que no fuera esa; porque sino, se desmoronaría ante la idea de que la pesadilla que había sido su vida gracias a Voldemort, nunca daría rastros de terminar.

-¿Harry?- preguntó una voz que provenía de la otra cama- ¿Ya estás despierto?

Él no respondió de inmediato. Quería recuperar el control de sí mismo antes de enfrentar a su mejor amigo. No quería levantar sospechas de que ya conocía algo de lo que trataban de ocultarle.

-Buenos días Ron-saludó al fin, reincorporándose de la cama- ¿Hoy es el día, no?

-Sí - murmuró el pelirrojo soltando un suspiro- Kingsley dijo en la carta que enviaría a los aurores a las ocho.

-Lo que quiere decir que nosotros deberíamos plantarnos en la puerta de la habitación de las chicas desde ahora.

-Exacto.

Una lechuza del Ministerio había llegado en el almuerzo del día anterior. Iba dirigida a Hermione, que se excusó de la mesa para subir a toda prisa a su habitación. Harry y Ron corrieron detrás de ella, pero la puerta se cerró en sus narices y no les fue permitido entrar. Tuvieron que recurrir a las orejas extensibles que Fred y George habían inventado. Ron salió corriendo escaleras arriba y volvió dos minutos después con un par de ellas en las manos y la capa de invisibilidad, sólo por si acaso. Lástima que se habían perdido gran parte de la conversación.

-Los aurores traerán el traslador a las ocho- dijo la voz de Hermione que salía a través de las orejas que Harry y Ron sostenían- Mañana por fin veré a mis padres, Ginny.

-¿Y de verdad piensas ir sola?

-Definitivamente. Esto es algo que debo hacer por mí misma.

-Pero ese no es el único motivo, ¿verdad?

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora