Decisiones

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A medida que los días transcurrían, la tranquilidad de Harry Potter se iba esfumando de a poco. Apenas dormía en las noches y durante el día iba de aquí para allá ensimismado en sus cavilaciones. Estaba preocupado y ausente. Había llegado a la conclusión de que si los mortífagos habían atacado al señor Weasley y a Ginny, se debía principalmente a él, y no estaba seguro de permanecer más tiempo cerca de ellos.

Aún después de la muerte del Señor Tenebroso- porque sí, estaba muerto, tenía que estarlo- las personas que Harry quería aún corrían peligro por culpa suya, ya que los que fueron derrotados en la Segunda Guerra Mágica al parecer buscaban venganza. Eso fue lo único claro en su mente entre tantas preguntas que no tenían respuesta y saberlo no lo hizo sentirse mejor de ninguna manera.

Y también existía algo, una cosa que palpitaba en la boca de su estómago, como un presentimiento. Algo que no estaba bien y de lo cual, por desgracia, tampoco estaba seguro.

-¿Harry?

Ron le sacudió un hombro para despabilarlo. El muchacho del pelo negro agitó la cabeza y trató de simular que nada malo le estaba pasando.

-Creo que ya está todo listo- comentó como si nada. Su amigo alzó una ceja mientras guardaba la varita en el bolsillo de su pantalón.

-Harry, ¿qué sucede?- cuestionó con lentitud- Últimamente te has estado comportando extraño.

-No es nada- respondió él de inmediato- Mira, sólo nos falta acomodar los listones en las sillas y esperar a que Hermione llegue.

Ronald sonrió por un breve instante y Harry supo que había esquivado la pregunta, invicto. Hermione se había quedado con sus padres después de que el hechizo se hubo revertido con éxito y ellos pudieron recobrar los recuerdos que su hija les había borrado para mantenerlos a salvo. Desde entonces, ella les enviaba cartas dos veces por semana, contándoles sobre Australia, su nueva casa, la mejoría de sus padres y en la última, dándoles instrucciones para prepararle a Ginny un grandioso día de cumpleaños. Hermione, en complicidad con la señora Weasley, habían organizado una pequeña reunión sorpresa para el día en cuestión. Habían quedado en que no sería la típica cena familiar, sino que invitarían a personas allegadas a ellos para celebrar todos juntos un año más de vida de la menor de los Weasley.

George se la había llevado hace un par de noches atrás a casa de Bill, con el pretexto de acompañar a Fleur que supuestamente se iba a quedar sola un par de días mientras su esposo se encontraba de vuelta en Egipto para terminar por fin con sus trámites de traslado al Banco de Gringotts en Londres. Y en realidad, Bill se hallaba en ese momento en la Madriguera ayudando a Charlie con el toldo que estaría en el patio. La señora Weasley se había encerrado en la cocina ayudada por Percy, mientras que el señor Weasley se encargaba de la ornamentación con Harry y Ron.

-¡Chicos!-les llamó una muchacha que corría por el sendero que conducía a la entrada de la Madriguera. Ron, que volvía de recoger los listones de la sala, casi se cae sobre una gallina.

Hermione llegó primero a Harry, quien estaba más cerca, y le dio un fuerte abrazo. Luego, giro sobre sus talones para acercarse con pasos lentos hasta donde se hallaba Ron, tan tieso como si le hubiesen echado el Petrificus Totalum.

-Hola- musitó ella con una sonrisa.

-Ho...la- respondió él.

-¿Cómo va todo?

-Bi...en.

Y Harry tuvo intenciones de echarle todas las gallinas encima a Ron por su falta de iniciativa.

Por la mente brillante de la chica del cabello castaño se deslizó un pensamiento similar, sólo que se vio distraída por el señor Weasley, que la saludaba con efusividad y la invitaba adentro para que se tomara un vaso con agua.

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora