El capitán del equipo de quidditch

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El viernes amaneció con una ligera llovizna que empapaba el castillo y sus alrededores. Harry dormitaba en un sillón de la sala común mientras esperaba que Hermione y Ginny bajaran de sus dormitorios y todos juntos fueran a desayunar.

-Deberías ir a ver a la señora Pomfrey- dijo Ron observándolo con preocupación- Apenas duermes unas horas Harry, te puedes enfermar.

-¿Y qué le diré?- susurró Harry con los ojos cerrados- ¿Qué tengo pesadillas que no me dejan dormir y de las cuales no tengo la menor idea de qué se tratan?

-Bueno... antes hablabas de cuerdas. Ahora dices cosas como que la tierra se quema bajo tus pies.

-¿Desde cuándo?

-No lo sé. Un par de días tal vez...

Harry respiró hondo, concentrándose, y una vez más intentó recordar su sueño, pero tal como sucedió las otras veces, sólo vio en su mente un vacío inquietante. Era como tener su cerebro envuelto en una capa negra. Afortunadamente, el dolor de cabeza se le había pasado mientras se cambiaba el pijama, porque si no aún estaría de malhumor.

-¡Buenos días!- saludaron al unísono las chicas bajando por las escaleras.

-¡Al fin!- replicó Ron impaciente- McGonagall ya debió repartir los horarios hace siglos.

-A ti no te interesan los horarios Ronald- dijo Hermione poniendo los brazos en jarra- Te preocupa que ya no haya salchichas fritas cuando lleguemos al Gran Comedor.

-Y a mí también- contestó Harry zanjando la discusión antes de que comience- ¿Nos vamos?- invitó poniéndose de pie y dejando a Ron con la palabra en la boca.

Por fortuna para ellos, ni McGonagall había empezado a repartir los horarios de sexto y séptimo ni las salchichas fritas se habían terminado. Con una sonrisa entusiasta, Ron se iba sirviendo un grandioso desayuno (que incluía las salchichas, varias porciones de pastel de riñón y tanto pudín que Harry tuvo náuseas), cuando se fijó en un chico que salía a toda prisa del Gran Comedor llevando un par de libros gigantescos. La sonrisa del pelirrojo se esfumó de pronto.

-¿Ese no es...?- dijo sin quitar la vista de las puertas. Por su falta de atención derramó la jarra con jugo de calabaza sobre toda la mesa.

-¡Ron!-le regañó Ginny quitando su plato de tocino de en medio de la inundación.

-Lo siento- se apresuró a decir él- Es que me pareció ver a... Colin.

Harry se atragantó con su propio jugo de calabaza y Hermione meneó la cabeza con tristeza:

-En realidad es Dennis- aclaró mordiéndose el labio inferior- Seguramente va a la biblioteca. El otro día me buscó para que le ayudara un poco con Aritmancia. Apenas llevamos dos semanas en Hogwarts y los otros cursos ya tienen un montón de deberes. Me contó que quiere obtener muy buenas notas para que a sus padres se les quitara de la cabeza sacarlo del colegio. Aún tienen miedo por lo del año pasado- explicó afligida- ¿Son muy parecidos, verdad? Con Colin.

-Eran... muy parecidos- corrigió Harry alicaído.

Colin Creevey fue una vez uno de los amigos de Harry y su más grande admirador. Lo conoció en segundo año, mientras le perseguía para tomarle fotos con su cámara. Había sido uno de los petrificados cuando el basilisco de la Cámara de los Secretos andaba suelto. Harry recordaba haberse sentido muy aliviado cuando, gracias a las mandrágoras de la profesora Sprout, tanto él como los otros habían despertado. Lamentablemente, Colin también había muerto en medio de la Batalla de Hogwarts.

-Podríamos haber formado un buen club de fans- declaró con una sonrisa melancólica, Ginny, quien había sido su compañera de grado- Teníamos mucho en común.

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora