Capítulo 24

230 14 4
                                    

Al salir del instituto, Ampi, Anabel, Alba, Rufa y Mada se fueron a su casa, ya que entre todas decidieron que lo mejor sería ir a verlo cuando estuviese más o menos recuperado; puesto que, en ese momento, sabían que Pepe no estaba bien. Observaron que Sete se fue para su casa sin dirigir ni una palabra, cosa que, quieras o no, sorprendió al resto; su mirada estaba vacía.

Lucía, en cambio, quería verle e iba a hacerlo. Sentía que las ganas de ver a su amigo eran mayores a cualquier trato que hubiera acordado, el saber cómo se encontraría estaba en su cabeza en cada instante, y, sólo tal vez, podría descubrir quien fue el que le atropelló y luego huyó.

Eran las cinco de la tarde. Las nubes estaban apareciendo y parecía que algún chubasco se aproximaba. Parecía que todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo en estar en sus casas; no había nadie en la calle.

La joven cogió el autobús más próximo y se dispuso a ir a ver a Pepe. En el mismo sólo había una anciana con un gran moño, un chico escuchando música con los cascos y una mujer joven que miraba por la ventana; Lucía no tardó demasiado en hacer lo mismo que esta última.


En el hospital, sólo tuvo que preguntar con nombre y apellidos sobre cual era el paciente al que buscaba y cual era su nombre; así que, sin problema alguno se los dio y fue a visitarle a la habitación.

Cuando entró no pudo evitar que unas lágrimas se deslizasen por sus mejillas; no obstante, se las quitó enseguida con la manga de la camisa. No quería llorar delante de él.

Pepe estaba con la cabeza entera vendada, al igual que la pierna y el brazo del lado izquierdo; conectado a una máquina que contaba sus latidos. No obstante, estaba despierto; y su cara tan seria se transformó en una de felicidad al ver a su amiga.

- ¿Cómo estás?-fueron las primeras palabras de Lucía.

- Bien, bueno; un poco hecho polvo, pero bien. Estaré en el hospital nosecuantotiempo y después tengo la rehabilitación. Pero estoy bien.-hizo una breve pausa.-Tenía ganas de vestirme de momia.

- Estaba muy preocupada; pensaba que te habías muerto o algo.

- Pues casi; el coche me dio de lleno. Pero como soy machomen, no me pasó nada.

- ¿Puedes dejar de hacer bromitas en una situación así?

- Lo siento; pero es que estás muy seria.

- ¿Y cómo quieres que esté?

- No sé... Feliz.-musitó.

- No puedo estar feliz cuando han atropellado a uno de mis amigos.-la chica se sentó en la cama, al lado de Pepe. Le cogió la mano.

Silencio.

- Lucía...-musitó.

- Dime.

- Te quiero.

Lucía rió. Pensaba que era una de las bromas de Pepe. Pero esta paró cuando vio que él no se sería.

- Venga, no te pongas con bromas ahora.

- No son bromas...-respondió el chico.-Me gustas mucho.-la chica se ruborizaba.-Que aunque parezca muy ñoño y ridículo, puedo ser serio, eh.

- Lo sé, lo sé.

- Y estás muy buena.

- ¡Pepe!-exclamó entre risas.-Fastidias todos los momentos románticos.

- Es broma, mujer.-hizo una breve pausa.-Gracias por venir a verme.

- Eres mi amigo; no me des las gracias.

- No, pero no es sólo por esto... Por estar ahí cuando te necesité con lo de Sete; no lo pasé demasiado bien, lo sabes; aún así, me ayudaste en lo que pudiste. Ninguna otra amiga hizo lo mismo por mí. Y perdón por ir "para atrás como los cangrejos"; era más fácil para mí hablar contigo cuando parecía un niño pequeño y nada era en serio.

- Eres un idiota.

- Lo sé.

- Yo también te quiero.-Pepe se puso como un tomate.

- ¿Y Edward?

- Ah, a ese que le den.-dijo entre risas; su amigo la acompañó.

Entonces, Pepe la abrazó (como pudo); Lucía se sorprendió. Apenas se podía mover, pero la chica se agachó para que el abrazo fuese más cercano. Pero entonces, cuando se estaban separando, el joven la besó al mismo tiempo que la volvía a abrazar. El primer beso de la adolescente fue, según lo recuerda: perfecto, cálido y reconfortante.

De repente, Sete entró en la puerta poco a poco; pero en cuanto vio a sus dos amigos abrazados, se fue, y no volvió a dirigir una palabra a nadie en lo que restó de día.


50 Sombras Gays y la clase del salseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora