Capítulo 8

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- Si ya os lo decía yo.-dijo Alba justo en el momento en el que se colocó las gafas. La luz se reflejó en ellas, lo que hizo que se viesen blancas y pareciesen sacadas de un anime.

- ¿Y cómo te has enterado?-preguntaba Anabel casi emocionada. Aunque le moló lo de las gafas de Alba.

- Ayer Roberto cuando llegó a casa parecía que acababa de cagar mariposas en un mundo de unicornios y arcoiris con la Barbie de fondo. Era evidente. Además, ahora sólo tenéis que mirarlos.-respondió Alejandro (su hermano). Señaló a Roberto y a Izhak; este último estaba sentado en sus piernas hablando como si nada.

- No se nota nada.-comentó Lucía de forma sarcástica. Todos rieron.

- ¿Y cómo se lo han tomado vuestros padres?-preguntó Rufa.

- Creo que ya se lo esperaban,-respondió Alejandro-porque no parecían sorprendidos.

- ¿Se esperaban que tu hermano fuese maricón?

- ¡Pepe!-exclamó Lucía.-Tampoco te pases, porque tú lo eres.

- Le gustan los chicos y las chicas.-respondió Alex.

- ¿Bisexual?-preguntó Alba.

- Demisexual.


Entre Mada y Ampi también se cocía un buen caldo de salseo en dosis gigantescas. Parecían incluso más amigas que antes, pero no más que eso. 

En cambio, Pepe y Sete se distanciaban cada vez más, sobre todo este último. Pepe parecía ir siempre detrás de él y Sete parecía que quería terminarlo todo.

Acababan de terminar la clase de sociales (Ernesto estaba ahí) y ahora se dirigían a la de música. Lucía no le quitaba los ojos de encima al chaval; además, intentaba hablar con él, pero no sabía qué tema de conversación sacar que no fuese: "odio sociales", "estás muy bueno" u "hoy voy a comer macarrones". No obstante, ese día le plantó cara y antes de irse a la siguiente clase, tenía decidido que quería intercambiar alguna palabra con él.

- ¿Sabes qué es Divergente?-le preguntó casi con miedo.

- Ah, no... No lo conozco.-respondió.

- Es que te pareces a Cuatro.-hizo una breve pausa.-Estás bueno.

Se dio la vuelta y dejándolo allí con los ojos como platos, se fue. Todos sus amigos estaban riéndose de aquello y preguntándose cómo se había atrevido a decirle en toda la cara eso cuando segundos antes no sabía si hablarle o no. Eso sí, la cara con la que se quedó Ernesto fue la mar de divertida y no reaccionó hasta minutos después de haberse ido todos los alumnos. Creo que no pensaba que fuera capaz de decirle eso.

Cuando llegaron a la puerta de la clase de música, se encontraron a Pepe y Sebastián diciendo al unísono:

- Roberto to to to to, to to to to to, to to to to to.-decían al ritmo al que suenan los tambores en una procesión.-Roberto to to to to, to to to to to, to to to to to.

- Callaos ya.-respondió este.

- No te piques, anda.-dijo Sebastián.

- Sois muy pesados.-intervino Izhak; estaba en la espalda de Roberto.

- Por cierto, ¿es verdad que ahora estáis juntos?-preguntó Pepe con una sonrisa picarona. Izhak le pegó un codazo en ese momento a su novio que casi le rompe una costilla.

- Sí, sí lo somos.-respondió Robert. Se notaba que le había hecho daño porque casi que lo dijo y se queda sin aire.

- ¿Desde cuando?-interrogaba Pepe.

- Desde ayer.-contestó Izhak.

- ¿Y quién se la mete a quien?-preguntó Sebastián entre risas.

- ¡Cállate!-exclamó Izhak con las mejillas sonrojadas.

- Yo creo que es Roberto.-comentó Pepe.

- ¿Qué dices? Si fuese Roberto partía a Izhak por la mitad.-dijo Sebastián.

- No la tiene tan grande.

- Ya, pero Izhak es pequeño.

- ¿Entonces dices que Izhak se la mete a Roberto...?

- ¡Que os calléis!-exclamó Izhak. Parecía un pequeño tomate cherry.


El maestro de música abrió la puerta tras haber salido una profesora de ahí, entonces todos los alumnos pasaron.

Parecía que esa profesora y él tenían algo, pero entre que había alumnos que decían que estaban liados y otros que el profesor era gay; no se sabía si eran novios o no. La verdad es que si lo miramos de forma objetiva, la maestra era guapísima y el maestro cada vez que la veía parecía que vomitaba corazones como si de haber leído alguna novela de Federicco Moccia se tratara.

Nada más sentarse, empezó a darle golpecitos a la pizarra con la tiza en señal de que los estudiantes se callaran, cerraran el pico, vaya. ¿A quién le gustaba ese ruidito de tiza y pizarra chocando? Pues a nadie; entonces, para no oírlo, la gente se mantenía en silencio; y eso sin desgastarse la garganta en clase. 


Sete estaba sentado al lado de Marta, una compañera nuestra. El profesor los colocaba como quería, así que en ese sentido no podíamos elegir. Aquella chica era bajita y bastante delgada; su pelo era ondulado acercándose a rizado, aunque a veces acostumbraba a llevarlo planchado; su rostro era casi sin imperfecciones, apenas granos y casi sacada de una muñeca. Ese día llevaba un crop top (esas camisetas que parece que te quedan chicas) junto con unos vaqueros y vans (o imitación de estas).

No dejaba de pasarle notitas en clase a Sete y este la intentaba ignorar de cualquier forma. La última nota que leyó de ella (porque el resto las ignoró) decía: «¿No vas a tener en cuenta lo del otro día? ¿Vas a hacer cómo si nada hubiese existido? A Pepe no le haría ninguna gracia.»

Se aguantó las ganas de llorar a la par que matarla; procuró mantener la atención puesta en el profesor para así intentar que la clase se hiciese más amena y poder salir de allí lo antes posible.

50 Sombras Gays y la clase del salseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora