Cuarenta y tres

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Cuarenta y tres: los minutos que tardé en llegar a casa.

Abrí la puerta y entré sin decir nada, papá llegaría en dos semanas y mi adorada madrastra no estaba.

Busqué entre mis cosas todo lo que necesitaba, unas tijeras metálicas, un cepillo de madera y teniendo todo, me paré frente al espejo.

Guardé todo insulto para la chica frente a mí y le sonreí.

Acomodé mi cabello y comence a cortar hasta el nivel de mis hombros.

Agregué un fleco de niña buena sobre mi frente, sacudí y fui directo a mi ropero.

Saqué toda la ropa negra de ahí, la guardé en una maleta y salí de casa, no sin antes robar unos cientos de dólares al escondite de mi padre.

Fui a la iglesia más cercana, vendí mi ropa, me dieron 50 dólares y luego fui por aquella ropa que tanto odiaba: vestidos y blusas, shorts y faldas, jeans y leggings.

Tirando a la basura lo último que me quedaba de mi pasado, me vestí con aquel vestido lila que después me confesaste que siempre odiaste.

Vamos, yo no te esperaba ver en aquel momento, chocamos frente al restaurante de comida china y creo que me perdí en tus bellos ojos oscuros.

Pediste perdón, y te fuiste.

No me reconociste.

Supongo que ya no me veía como Alissa Hall.

Eso era lo que quería ¿no? Aún así me dolió.

99 cigarrillos, 1 beso © #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora