3 horas de vuelo

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Se sentó y apoyó la cabeza en el respaldo, agotada. No había pegado ojo en toda la noche y sentía sus huesos gelatina. La mañana había sido de locos, no había parada ni un instante. Cerró los ojos. El asiento era de lo más incómodo pensó mientras se removía. Intentó relajarse. Pronto despegarían y le esperaban 3 horas de vuelo. Pronto las azafatas empezarían a explicar el uso de los chalecos salvavidas y la localización de las salidas de emergencia, así que se levantó y sacó una bandolera del compartimento que tenía encima. Encendió su móvil y, poniéndose los cascos, puso una de sus canciones favoritas, Wonderwoman de Sweet California. De la bandolera también sacó un pequeño cuaderno de tapa raída. Lo había leído tantas veces, que casi podría recitarlo palabra por palabra. Una vez más, no le haría daño.

9 de febrero de 1938

Hace muchísimo frío. El camino hacia casa de los Ferrer está siempre cubierto de escarcha. Es divertido deslizarse sobre ella. Ya me he caído un par de veces pero no me he hecho nada. Mis padres ni lo notaron.

Lo bueno de la casa de los Ferrer es que siempre está calentita. Siempre que entro me tengo que quitar el abrigo y la bufanda. No sé como funcionará eso pero seguro que cuesta muchísimo dinero. Apenas llevo trabajando en esta casa una par de meses pero ya me la conozco perfectamente y también a los que la habitan.

La casa tiene tres pisos. El primero lo ocupan la cocina, el comedor y la sala de estar. Yo la llamo la planta de los desconocidos. Allí rara vez a los señores Ferrer. Allí trabajan todos los criados y la cocinera y se reciben a los invitados. No he visto a nadie, aparte de la servidumbre y yo, que no sean los dueños de la casa subir a la segunda planta.

La segunda planta es mi favorita. En ella están el cuarto de los señores Ferrer, el de su hija, el despacho del señor Ferrer y la biblioteca. Sólo he visto la biblioteca desde el quicio de la puerta pero me muero por poder explorarla a fondo. Aunque no me está permitido entrar allí, en la segunda planta lo único que debo hacer es limpiar y asear los cuartos. El cuarto de Nuria Ferrer es inmenso, puede que sea incluso más grande que toda mi casa.

Luego, la tercera planta está formada por la buhardilla y los cuartos de la servidumbre. Cuando empecé a limpiar allí me ofrecieron alojamiento pero me negué. Los cuartos de los sirvientes son muy tétricos. La buhardilla es un sitio genial. Me he escondido allí un par de veces. Hay torres de cajas llenas de cosas que sus dueños han olvidado que existen. A veces siento la tentación de llevarme algo a casa... Pero ellos me pagan bastante bien así que resisto la tentación.

Os quisiera hablar también de sus habitantes...

Clara levantó de manera brusca la cabeza del diario. Una chica le tocaba el hombro y le hablaba. Se quitó los cascos.

-¿Podrías dejarme pasar?- preguntó.

-Claro, claro. Perdón por no haberte oído.- dijo levantándose de forma precipitada y acto seguido cayendo.

La chica rió ante su vergonzosa caída y la ayudó a levantarse.

-No pasa nada.- dijo sentándose a su izquierda.

Miró curiosa el cuaderno.

-Se nota que el libro tenía toda tu atención.- dijo.- ¿Es interesante?

-No sabes cuanto.- respondió Clara con una sonrisa extraña.

-Por cierto, me llamo Lydia.- dijo tendiéndole la mano.

-Clara.- dijo sacudiendo la mano de su compañera de vuelo.

Lydia era rubia. Era un rubio que dañaba los ojos si lo mirabas demasiado. Y las puntas de su cabello eran moradas. Sobre el pelo ondulado llevaba unas gafas estilo aviador. Sus ojos eran grises y su piel totalmente blanca. Llevaba una camiseta blanca con manchas de colores y un peto vaquero. Clara pensó que Lydia era de esas personas que han nacido para ser guays.

Una vida de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora