Una fábrica de colores

97 23 1
                                    

Había pasado una semana desde ese domingo perfecto. Y ese ocho de diciembre distaba mucho de parecerse a aquel recuerdo. Eran cerca de las diez de la mañana y Oliver y Clara se encontraban en la residencia con Nora. Clara había ido durante toda la semana, cada una de las tardes. Nunca faltaba a una promesa. Clara era consciente de que en cuatro días tendría que volver a España pero postergaba el momento de decírselo a Nora. Ambas se habían ido conociendo más y más. Una vez terminado de narrar el diario y los diversos papeles que Clara tenía en su poder, habían empezado a hablar de otros temas. Clara se emocionaba cada vez que Nora recordaba un nombre o acertaba con el cumpleaños de alguno de sus nietos. En apenas una semana había notado un gran progreso en la memoria de Nora. Ya no titubeaba al llamarla y no se equivocaba con el nombre de sus hijos. Hablarle de su pasado le estaba ayudando más de lo que Clara alguna vez hubiera podido llegar a pensar. Pero no solo Clara disfrutaba de la compañía de Nora, la anciana adoraba charlar con Clara. Se sentía rejuvenecida cuando hablaba con Clara.

La muchacha era, a los ojos de Nora, una fábrica de colores. Depende de con quien estuviera hablando desprendía un color. Con ella, era de color blanco, blanco puro. Le encantaba esa faceta de Clara. Le divertía imaginar de que color sería Clara con cada persona. Con Hugh, Clara era morada, y con Elisabeth de un amarillo claro. Le gustaba verla cambiar de color. Pero sin duda el color de Clara que más le gustaba a Nora era su color natural. No podría compararlo con otro color, ya que este se avergonzaría de ser comparado con algo tan singular. Era reluciente e inigualable. Era el color que tenía cuando estaba extremadamente feliz o cuando le contaba historias. Solo una persona había conseguido hacer que Clara resplandeciera así: Oliver. Nora se preguntaba si habría alguien más que consiguiera hacer que Clara mostrase su color natural. Le hubiera gustado que Clara le hubiera concedido ese honor. Pero el blanco le gustaba de todas maneras.

Clara resplandecía de blanco mientras conversaba con Nora de libros. Entonces el bolsillo de Clara empezó a llamar su atención. Clara lo cogió apresuradamente.

-Es mi madre.- dijo mirando la pantalla.- Tengo que contestar, disculpadme un segundo.- dijo saliendo de la habitación.

Nora se dirigió al ventanal y observó las nubes. Oliver se colocó a su lado. Vieron a Clara salir por la puerta del edificio. Caminaba de un lado a otro haciendo muchos aspavientos. Oliver sonrió de lado al verla hacer muecas. Nora miró a Oliver y sonrió. Mientras que Clara era de infinidad de colores, Oliver era transparente. Podía ver a través de él sin ningún esfuerzo. Sus pensamientos no eran ningún secreto para Nora, ni tampoco sus emociones. Era un hombre de cristal.

-Resplandece, ¿verdad?- dijo Nora mirando a Clara.

Oliver asintió. Nora sonrió ante la sonrisa ladeada de Oliver.

-No sé como ella no se ha dado cuenta todavía...- murmuró Nora.

Oliver no se volvió, pero en su rostro un sonrojo mostraba que la había oído.

-Eres un chico de cristal, totalmente transparente.- murmuró Nora.

Oliver se sonrojó todavía más. Nora sonrió. Para ella eran el equipo perfecto. El cristal y los colores. Si se combinaban de la forma adecuada podrían crear algo maravilloso, un espléndido arco iris, Nora los veía como la pareja perfecta. Hechos el uno para el otro pero sin saberlo. Nora solo esperaba que se combinaran de la manera adecuada.

-Oliver, ¿qué piensas de Clara?- le preguntó Nora mirando a Clara.

Oliver se mordió el labio inferior y se sonrojó.

-No podría describirla con palabras. Clara es una colección de acciones y sentimientos que la hacen única e inigualable. - dijo Oliver mirándola desde la ventana.- Y si existieran palabras para describirla no las utilizaría pues jamás creo que le puedan hacer justicia.

Una vida de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora