Ángeles y Demonios

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Clara quería desaparecer. Se movió lentamente, como si pensara que si no hacía ruido nadie notaría que seguía allí. Pero eso solo parecía ser una fantasía suya pues no apartaba su mirada de ella.

Su largo pelo rubio con las puntas moradas estaba recogido en un moño que utilizaba para dormir, estaba apoyada en el quicio de la puerta sin apartar sus mirada felina de ella. Clara tragó saliva. No le gustaba nada aquella mirada, no podía augurar nada bueno. Lydia se estaba divirtiendo. Sonrió ampliamente y miró a Oliver de forma divertida.

-¡Qué tarde venís de vuestra cita!- susurró sabiendo perfectamente que no habían estado en una cita.

-No estábamos en una cita.- dijo Clara evitando contarle a Lydia cualquier cosa referente al diario.- Algunos amigos de Oliver habían hecho una fiesta y Oliver me preguntó si quería ir con él. Ha durado más de lo que pensábamos.- dijo Clara sabiendo que Lydia no era tan tonta como para creer eso.

-¿Y la mochila?- dijo señalando la espalda de Oliver.

-Había llevado ropa para quedarme allí a dormir pero al venir Clara decidí volverme con ella.- dijo Oliver sin dejar de sonreir.

-Claro...- dijo Lydia con una sonrisa felina.- Chicos, ¿por qué no me contáis de verdad lo que habéis estado haciendo? Ni vosotros mismos os creéis lo que me habéis dicho. Prometo no decírselo a nadie.- dijo sonriendo.- Sólo quiero ayudar en lo que pueda.

Oliver miró a Clara como preguntándole si debía mentir o no. Clara suspiró. No parecía haber otra escapatoria que contar la verdad. Además, estaba casi segura de que los felinos ojos de Lydia descubrirían cualquier mentira, por muy bien elaborada que estuviera, y buscarían, ávidos de respuestas, la verdad. Resignada y cansada, Clara entró en su cuarto. Oliver la siguió. Lydia sonrió para sí misma. Por fin sabría que se traía entre manos esa morena, y apostaba su inseparable cámara a que tanto misterio tenía alguna mínima relación con el extraño diario de Clara.

Lydia se sentó en su cama. Clara estaba tumbada en la suya mirando el techo como si la película más interesante jamás creada estuviera siendo proyectada sobre el mismo. Oliver estaba de pie, indeciso ¿Debería irse, sentarse, hablar? Lydia palmeó su cama, invitándolo a sentarse a su lado. El joven aceptó y se sentó al lado de la rubia. La rubia sonrió complacida y miró a Clara, expectante.

-¿Oliver?- dijo Clara con la voz de una persona que lleva cansada mucho tiempo.- ¿Podrías hacerme el favor de ponerla al corriente?

Oliver asintió y le hizo un resumen rápido a Lydia sobre toda la historia del diario. Esta no podía creer lo que el inglés le había contado ¡Qué estúpida era Clara! ¿Cómo era capaz de estar tanto tiempo buscando a un fantasma? Nora probablemente estaría a varios metros bajo tierra haciendo compañía a los solitarios gusanos ¿Para qué tanto esfuerzo si solo iba a encontrar un cadáver? Lydia no encontraba una explicación coherente para las acciones de su compatriota. Le parecía todo tan surrealista... En verdad, Clara era una ingenua. Al contrario que ella. Lydia sí que sabía lo que era el mundo real. Padres separados y desempleados, trabajar desde hacía un año para ayudarlos, toda su ropa hecha por ella misma o prestada... Veía a Clara con la mirada perdida en el techo. Ojalá despertara, ojalá su mundo temblara y cayera en la grieta en la que ella llevaba sumergida tanto tiempo. Si Clara supiera cómo es el mundo real... "Caería" pensó Lydia. La vida no es como en los libros, y Lydia estaba segura de que Clara había leído demasiado para su propio bien. También esperaba que Clara no encontrara a los descendientes, si es que los tenía, de Nora. Lydia frunció el entrecejo. Hijos... Hijos que aman a su madre... Hijos deseosos de recuperar cualquier cosa que le perteneciera... Hijos con cuenta bancaria... Sus propios pensamientos la sorprendieron. No era tan mala idea. Seguro que los familiares de Nora se alegrarían mucho de recuperar el diario de su pariente, puede que estuvieran tan agradecidos que un cheque firmado resbalara hasta ella. El corazón de Lydia dio un vuelco junto a su estómago. Sabía que lo que estaba pensando estaba mal, sabía que no era nada ético ni moral. Lo tenía bien presente, pero decidió dejar de lado a su conciencia y pensar en lo mucho que ayudaría a sus padres.

Una vida de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora