A un pequeño paso

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Clara quería bailar y cantar. En su bolsillo se encontraba la última etapa de su viaje. Empezó a girar sobre sí misma en medio de la calle. Oliver la miró extrañado. Ver a la callada e introvertida Clara bailar por la calle era todo un acontecimiento. Cogió una de sus manos y la hizo girar.

Clara reía

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Clara reía. Oliver sonrió, no recordaba haberla oído reír antes. Paró de hacerla girar. Estaba despeinada y sonrosada pero seguía sonriendo de oreja a oreja.

-Será mejor que busquemos a las chicas, deberíamos volver pronto.- dijo Clara peinándose con las manos.

Oliver asintió. Se dirigieron al barrio del puerto. No tardaron mucho en encontrarlas, eran las más ruidosas del lugar. Louise los miró como si se hubiera olvidado que habían ido en el mismo coche. Tras unos cuantos minutos consiguieron convencer a Louise de que era hora de irse.

Lydia estaba más callada que de costumbre. Por la continua sonrisa de Clara podía adivinar que habían encontrado algo, pero no lo tenía del todo claro... Podría estar fingiendo una sonrisa para ocultar su decepción. Necesitaba que se lo confirmaran. Fue bastante divertido pasar la tarde con Louise pero la espera la estaba carcomiendo por dentro. Contaba los minutos para que Louise se durmiera y poder preguntar al conductor y a la copiloto. Quedaba apenas media hora para llegar a Londres cuando Louise se cansó de jugar y hablar y se durmió profundamente. Lydia sonrió felinamente, por fin sabría que había pasado mientras estaba con Louise.

-¿Qué tal ha ido?-preguntó tras asegurarse de que su compañera estaba plácidamente dormida.

Clara se quitó los cascos. Había dejado de sonreir, no le apetecía compartir su descubrimiento con Lydia. Pero ahora sabía su secreto y estaba segura de que movería cielo y tierra con tal de saciar su curiosidad. En eso se parecían y, no por ello, Clara confiaba más en ella.

Oliver miró de reojo a su compañera, parecía contrariada. Oliver negó con la cabeza, nunca la entendería, hace un instante estaba sonriendo como nunca creyó verla y ahora tenía el ceño fruncido. Miró a Lydia por el espejo retrovisor y le guiñó el ojo. Así, empezó a relatarle toda la historia, obviando la parte en la que se hicieron pasar por una pareja casada. No quería que nadie se enterara, sería como una broma privada entre Clara y él. Así podría molestarla todo lo que quisiera. Oliver sonrió para sí.

Lydia era ajena a los pensamientos de Oliver. Estaba pensando detenidamente en todo lo que Oliver le acababa de narrar. Todo iba a su favor. Seguro que Nora, si es que seguía viva, vivía con alguien que la cuidara. Ninguna mujer de 89 años era capaz de ser totalmente autónoma. Seguro que si se lo pedía a quien la cuidara, ella le daría la dirección de los hijos de Nora. Prácticamente todo estaba hecho. Sólo tenía que verificar que Nora seguía viva, averiguar el paradero de sus descendientes y quitarle el diario a Clara. Apenas eran tres cosas, podría con ello. Lydia se daba ánimos constantemente, le gustaba engañarse para poder seguir adelante con su plan. Era más complicado ser egoísta de lo que pensaba.

Una vida de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora