Una dulce voz

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Se despertó sobresaltado. Los ojos le picaban y sus piernas estaban dormidas. Se restregó los ojos y sacudió violentamente sus piernas. Oía a su madre gritar y correr por la casa como cada mañana. Sacudió su cabeza y se incorporó. Algo cayó al suelo. Miró y vio el diario languidecer en el suelo. Lo recogió y metió en su cartera. Se estiró, murmurando y se apresuró a vestirse. Hoy era un mal día para la excursión a Oxford, estaba tan cansado que apenas podía mantener los ojos abiertos. De todas maneras, era culpa suya. Podría haber dormido unas maravillosas dos horas, pero no, tenía que leerse el diario esa misma noche. En su defensa, la idea de tenerlo tan cerca y no leerlo le era insoportable.

No veía la hora de que llegara la noche. Esperaba con ansias volver a la mansión de los Williams. Y es que después de pasar toda una mañana cabeceando, se sentía más despierto que nunca. Los relojes se apiadaron de él y se pusieron de acuerdo para mover sus agujas lo más rápido que pudieran. Así, llegó la noche con tanta rapidez que la luna se sobresaltó.

Oliver se aseguró de que todos durmieran y salió por la ventana del salón. Llegó a la verja de la mansión antes de lo que pensaba pero allí le esperaba ella, sentada en la escalinata. Saltó la valla y se acercó a Clara. Conforme se acercaba a ella, fue notando que estaba extraña. Estaba sentada como los indios, con el segundo cuaderno entre las piernas y miraba a la nada. Se paró frente a ella pero ni siquiera levantó la vista. Oliver sacudió su mano frente a Clara. Ella parpadeó exageradamente y lo miró como si fuera la primera vez que lo hacia. Oliver le tendió la mano, pero como era habitual, ella la desechó y se levantó sola dirigiéndose a la puerta. La abrió haciendo que sonara un crujido, pero Oliver se preguntó si el crujido vendría de la puerta o del interior de su compañera.

Se encaminó a la escalera, directamente. Subió los peldaños con sumo cuidado, y en total silencio. Oliver la siguió. Clara se sentó en el borde del agujero y se dispuso a descolgarse. Oliver aprisionó su brazo y negó. Se sentó en el borde del agujero y se soltó. Esta vez sabía lo que había allí abajo y pudo caer de forma que no se hizo daño. Miró al agujero por el que se observaban un par de piernas que se balanceaban.

-Descuélgate.- dijo Oliver posicionándose debajo de ella.

Clara saltó y aterrizó de nuevo en sus brazos.

-Tenemos que buscar otra manera de bajar.- dijo Clara.

-¿Por qué?- dijo Oliver soltándola.- A mi me gusta mucho este método.- no pudo evitar sonreir ante la cara de Clara.

-Podríamos hacernos daño.- dijo encendiendo su móvil para iluminar la habitación.

-¿Desde cuándo te preocupas tanto por mi, española?- dijo Oliver cogiendo su móvil.

-No te creas tan importante.- dijo empezando a buscar algo por las paredes.

Oliver la miró extrañada ¿Qué se supone que había en la pared aparte de astillas podridas?

-¿Qué se supone que buscas?- preguntó.

Clara le tendió el cuaderno. Oliver la miró extrañado pero lo abrió. En la primera página había una pequeña anotación:

A quién pueda interesar,

Ya no es seguro guardar mis anotaciones en mi cuarto. Mi diario ha desaparecido desde el primer bombardeo y mis papeles parecen empezar a seguir el mismo camino. Para asegurar su permanencia tengo que esconderlos en un lugar seguro. La escalera es el mejor sitio para ello, según he podido comprobar. Hay una pequeña entrada escondida a la vista, lo suficientemente espaciosa para poder entrar y salir pasando inadvertida. Su existencia parece ser desconocida para mis tíos y mis primos, lo cuál lo hace el lugar idóneo para mi.

Una vida de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora