XXXVII

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Los miércoles por la noche eran para la música. El dueño del bar te contrató varias semanas seguidas para que animaras el local, siempre ponías una condición: que Carmela y yo estuviéramos en primera fila, cerca de ti.

A tu prima le hacías señas cuando veías que un hombre se acercaba a ella, eras muy protector y excelente para leer la actitud corporal de las personas. La salvaste varias veces de tipos que estaban más interesados en su cuerpo que en el resto de ella.

Y a mí... tus ojos me hechizaban, tu voz era adictiva. Por un segundo creí que solo me hablabas a mí. Que solo me veías a mí.

Recuerdos de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora