LXVI

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Le hablé de ti y le interesó mucho tu caso, eras muy joven para tener ese diagnóstico. Me explicó con nombres largos y raros lo que sucedía en tu cuerpo, pero mi mente insistía en cambiarlo a palabras más sencillas. En ese intercambio de correos aprendí mucho, mientras tanto, te veía sacar los vasos de las gavetas y meterlos vacíos al refrigerador, repetir una anécdota después de cinco minutos y dudar si te gustaba lo que te estaba dando.

—¡Maldita sea! —gritaste lanzando un vaso contra la pared.

Dio un pequeño brinco, mi corazón se contrajo y un gritito de susto salió de mí.


Recuerdos de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora