Capítulo 32

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Christian.

-¿Qué pasa Taylor?

Hizo millares de señas indicándome que lo siguiera a mi oficina. Tuve que dejar a mi hermosa chica desayunando sola; se quedó más tranquila ayer, cuando fuimos a ver a su padre para explicar el porqué de la seguridad adicional que planté para él y Carla.

Ray entendió a la perfección mí supuesto problema con el cliente molesto, obviamente se negó al principio con la seguridad adicional, dijo que lo que más importaba era Ana, y no un veterano como él. Ana intervino y no le quedó más remedio que aceptarlo, sin duda su padre hace todo lo que su pequeña pide.

-Señor, hay un problema.

-Siempre hay uno, ¿Qué es?- Su rostro decae un poco, se recompone rápido.

-Richardson acaba de informarme el deceso del señor Steele.

¿QUÉ? Santa mierda. Esto no puede ser.

-¿Qué estás diciendo? No puede ser posible.

¡Joder! Anastasia.

-Señor, el chico, José Rodríguez le disparó al señor Steele.

-Dímelo todo, Taylor- Exijo.

No puede ser. Simplemente no puede ser. ¿Cómo se lo diré a Ana? Esto es una mierda. ¿No era la maldita seguridad competente para esto?

-Señor, la señora Steele informó al personal sobre la aparición de Rodríguez, un agente de seguridad lo vio salir de la propiedad y tomar un auto que ya lo esperaba, fue imposible seguirle la pista así, cuando registraron la casa encontraron al señor Steele gravemente herido, lamentablemente ya estaba muerto. Lo siento, señor, la seguridad era mi responsabilidad...- Alzo la mano, cortándole el rollo.

No quiero oír disculpas; no, cuando todo ya está hecho. No, cuando al padre de mi novia lo mató el maldito hijo de puta que la ha amenazado. No, cuando todo esto es mi maldita responsabilidad. Y ese loco anda suelto por ahí, esperando cualquier descuido de mi parte y hacerle daño a Ana.

-¿Cómo murió?

-Un disparo.

Mi estomago se revuelve.

¿Con que cara se lo diré?

Tomo mi rostro entre mis manos, en lo único que puedo pensar es en Ana y en Ray.

-Señor, dieron aviso a la policía, deben estar llegando.

-Ten el auto listo- Asiente y sale.

Está muerto.

¿Cómo pudo burlar la seguridad? ¿Cómo esos idiotas no se dieron cuenta de él? ¡Está armado! Y tiene un compinche, o compinches. ¡Joder!

Regreso a la cocina en busca de Ana, pero ya no está. Me dirijo a la habitación.

Voy a destruirla en cuestión de minutos, y no quiero hacerlo. Sé lo difícil que puede ser recibir una noticia de este tipo; me sucedió con mi padre, sentí que moría, pero no podía darme el lujo de desmoronarme con ello, las únicas dos mujeres en mi vida, en ese entonces, dependían de mí. No podía fallarles. Eso no quitaba el dolor que sentía en el fondo, el dolor que nunca compartí con nadie.

Encuentro a mi pequeña maquillándose frente al espejo en el baño. Aplica un poco de labial rosa en sus gruesos labios, aprieta los labios y los suelta terminando con un resonante beso, y un hermosa sonrisa cuando me ve a través del espejo.

La observo embelesado; recargado en el marco de la puerta, dándole una pequeña sonrisa. Toma un tubo de color negro entre sus manos, lo abre, descubriendo una parte más delgada de él que lleva hacia sus largas pestañas negras. Sus ojos color zafiro resaltan mucho más. No lo necesita. Anastasia es la mujer más hermosa que puede existir en el mundo, la he visto sin una gota de maquillaje, y sigue siendo más hermosa aún. La he contemplado en las noches sin esa ropa ostentosa que compré para ella, sin todo ese maquillaje que se aplica todos los días para que me siga gustando -Dios sabe que le he dicho hasta el cansancio que no lo necesita, Ana solo responde con burla diciendo que la novia de un empresario debe verse siempre presentable. Le creería si le importaran las apariencias y lo que demás personas digan, pero sé que no es así―.

Yo te amaréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora