Prólogo

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Mis padres me han vuelto a castigar. Por sacar un 8,9 en física. Esa es buena nota para la mayoría, ¿verdad? Pues para mis padres NO. Tienen una costumbre molestísima de no entender absolutamente nada de lo que digo.

Tenía que animarme. Tenía que decirme a mi misma que son idiotas y que no hay ningún motivo para ver el vaso 1,1 puntos vacío.

Busqué mi espejito por todas partes hasta que, al final, lo encontré en mi mesilla. Era un espejo mediano, de esos que se cuelgan en la pared, ribeteado de flores plateadas. Lo tenía guardado en vez de colgado porque no quería parecer presumida. Pero, ¿a quién engaño? Las únicas que entran en esta habitación son mi madre (quien quiere con toda su alma que yo sea coqueta) y Daphne (mi mejor amiga, que me conoce lo suficientemente bien para saber que odio presumir y a la gente que lo hace).

Contemplé mi rostro pálido como la Luna llena. Mi pelo corto castaño claro estaba sucio y alborotado. Las dos esmeraldas enanas que tenía por ojos estaban rojas por el llanto. Nadie iba a aceptar a este despojo humano.

Los recreos, patios, trabajos de grupo... ayudaban a mi autoestima tan poco como mi aspecto. Allí tienes que estar con otras personas, comunicarte con ellos y "ser guay". A mi no se da bien. Además, la carroña humana que controla la vida de todo ser vivo en el edificio o sus alrededores, más conocidos como chicos guays del instituto, son los que deciden si eres socialmente relevante. Y ya rechazaron mi propuesta, decretando así que cualquiera que se acercará a mi no tendría relevancia social (¿me he pasado con el vocabulario político?), cuando me vieron leyendo un libro grueso por diversión. En serio, ¿en que mundo vivimos? Menos mal que Daphne se saltó esa regla y quiso ser mi amiga, si no estaría sola en ese mundo extraño llamado instituto.

La peor de todos los "guays" es Devora. No conforme con excluirme, se pasa todos y cada uno de los días escolares amargándome la vida. Me hace de todo, desde pringarme la taquilla de un asqueroso líquido azul a pegarme la mochila a las escaleras con chicle. Puaj. Cada vez que veo su negra cabellera en los pasillos, cada vez que me mira con esos ojos color veneno para luego fingir un estornudo (dice que tiene alergia a los pardillos, lo que no es cierto porque si fuera así estaría estornudando las 24 horas), cada vez que oigo sus pasos acercarse por detrás... Ojalá pudiera darle una lección a esa presumida asquerosa, pero por ahora sólo puedo fantasear con que derroto a la "reina Devora".

Pero mañana va a ser diferente. Mañana sólo estaremos Daph, yo y el aire puro de la montaña.

Por primera vez desde que empezó el curso, voy a ser feliz.

Fijé mis ojos verdes, ahora secos, en el espejito y dije en voz alta:

-¡Eres genial y nadie te puede decir lo contrario!

¿Cómo iba a saber yo que esa era la última vez que vería mi habitación en mucho tiempo?

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora