CAPÍTULO 24: Amistades y puertas cerradas

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Antes de nada, la sangre me da mucho yuyu. Casi me desmayo al ver la sangre que brotaba a borbotones del pecho de Derek; he matado a bastantes monstruos y pesadillas, pero ellos se limitaban a desaparecer, desvanecerse en el aire o cualquier otra cosa, sin dejar tras de si ese asqueroso charco de líquido rojo que me pringaba las botas. Sí, ya lo sé; es un detalle sin la menor importancia. Pero, aún así, invoqué una manta para hacer al cadáver (y al horrible charco escarlata que tenía debajo) invisible.

"Para de tonterías, Annabeth; concéntrate en curar a los heridos", me dije a mi misma, pues le estaba echando una mano a Aiden en las tareas de enfermera. No había nadie realmente grave, sólo moratones y algún que otro corte; aunque claro, estaba hablando de los daños físicos.

Los psicológicos eran otro cantar; Drake llevaba un rato largo acurrucado en un rincón, murmurando palabras inteligibles. Ser el causante de la muerte de un individuo no debía ser fácil; más si ese alguien es pariente tuyo, aún no teniendo mucho afecto mutuo. Le iba a entrar un complejo de asesino o algo así; y, si no existe, creará uno que te haga tenerte miedo a ti mismo por tener la capacidad de matar.

Iba a intentar consolarle (por quinta vez consecutiva); pero el medio ángel me miró, como pidiéndome permiso para ir.

-Sabes que no tienes porqué consultarme cada movimiento que hagas, ¿cierto?-el chico se sonrojó de vergüenza y fue a intentar animar al elfo.

Y yo, mientras le trataba a Ocaso unos cortes de gran profundidad situados en las posaderas del hada (por más efectiva que fuera la técnica caída en pompis, no era muy sana que digamos), escuchaba:

-Buen trabajo ahí fuera-empezó el híbrido-, yo no hubiese sido tan valiente.

-¿Valiente?-preguntó el castaño, fulminándolo con la mirada-. Esa no es la palabra que yo utilizaría. Más bien, diría idiota; quizá, psicótico.

-No creo, un idiota psicótico hubiese dejado libre a ese estúpido maníaco...

-¡Eh, que hablas de mi padre!-interrumpió Drake.

-¿Estoy equivocado?-preguntó Aiden, en tono desafiante.

-No-respondió el elfo, bajando la cabeza.

-Bueno, lo que decía es que un idiota psicótico hubiera dejado libre al estúpido maníaco, y más siendo su padre; pero tú has hecho de tripas corazón y, dejando a un lado los lazos familiares, has hecho lo correcto, lo que te convierte en valiente.

Drake se puso a acariciar a Pascual distraidamente (el Nosoul no había querido irse con sus compañeros; como en mi mundo un gato o perro, el animal de barro acompañaba a su amo en sus momentos difíciles), sin palabras. Apostaría mi magia a que le está dando vueltas a lo dicho.

-¡Cuidado, Annie!-interrumpió Ocaso mis pensamientos; de tan distraída que estaba, había cambiado de un hechizo de curación a uno incendiario sin darme cuenta. Apagué las llamas, pedí perdón al hada y me puse a sanar sus quemaduras. Mientras mis orejas estaban concentradas en Drake, que ya había rumiado su respuesta:

-Digamos que soy un idiota valiente.

-Me vale, orejas puntiagudas.

-Eres una pesadilla, ¿lo sabías?

-Sólo por parte materna-y los dos se rieron. Me alegró ver que no se comportaban como rivales, si no como amigos; sin embargo, la vocecilla esa que se dedicaba a empañar mi felicidad me recordó que mi decisión podría romper aquella amistad recién formada.

-Ok...¿todos bien?-preguntó Poppy, que se había mantenido un poco al margen de los primeros auxilios mágicos; por su expresión, parecía que le había estado dado vueltas a algo. Bah, ya me enteraré-. Por si no os habéis dado cuenta, estamos a las puertas del destino y necesitamos estar en plena forma.

Cuando decía "puertas del destino", lo decía literalmente; un gran portón de obsidiana, de unos tres metros o así, decorado con pequeños filigranas de plata en forma de rosa, se alzaba al final del pasillo. Si el mapa mental de Drake era correcto, detrás de esa puerta estaba Sombras.

Quiero decir que abrimos la puerta de un empujón, derrotamos a la Reina de las Sombras y reinstauramos la paz; pero, claramente, no teníamos tanta suerte. La puerta, a pesar de los tirones, los empujones y los hechizos de apertura, no se movía ni un centímetro; estaba sellada.

Desespérate, abandona, no tienes lo que hace falta; la Lamicury no debería ser tan débil. Muere de una vez, el destino ha intentado matarte dos veces, ¿para que seguir luchando? Con suerte, tu siguiente reencarnación estará a la altura del reto; está claro que tú no. No eres más que una cría que juega a ser heroína pero no sabe el verdadero coste de las batallas; vidas, miles de millones de vidas.

Aquellas voces estaban tomando el control de mi mente, casi convenciendome para suicidarme. Si Poppy no nos hubiera sacado del trance, no tenía claro si lo hubiese llevado a cabo.

-¡Alejaos de la puerta, YA!-nos gritó-. El sello está hecho de energía negativa-explicó-, forzarlo no servirá de nada; hay que contrarrestarlo con energía positiva.

-¿Cómo rayos sabes eso?-preguntó Ocaso, dando voz a las dudas de la mayoría.

-Es magia imani; simplemente, lo sé-aclaró.

Empezamos a buscar la solución (a una distancia prudencial de la puerta, claro está).

-¿Y si usamos las láminas?-propuso Aiden.

-No-respondí yo, cortante-; no es ni el momento ni el lugar, además de que su magia tiene efecto global y no localizado, como el que necesitamos ahora.

-Vale, sabionda, lo hemos pillado: láminas luego-dijo Drake, recalcando de forma extraña las dos últimas palabras, como si se las dijera a un niño pequeño-. Y ahora, ¿qué hacemos?

-No lo sé-respondí, al borde de las lágrimas. Me llevé la mano al colgante instintivamente, un gesto que me solía calmar; pero, esta vez, ocurrió algo extraño. La foto y la figurita colgadas del cordel empezaron a brillar. Una idea loca comenzó a formarse en mi cabeza-. Chicos, tengo una idea: cada uno, dadme algo vuestro.

No niego que les pareció una bobada; pero, finalmente, cada uno me dio un objeto: Aiden una pluma, Drake una punta de flecha y Poppy su goma del pelo con purpurina plateada (de Ocaso no necesité nada ya que tenía la figurita).

Me los acerqué al colgante y, cuando la pluma tocó la figurita, los cachivaches que sujetaba entre mis manos se iluminaron también. Empezaron a flotar (me solté el cordel para evitar decapitaciones). Cuando los cinco objetos se tocaron, una luz multicolor iluminó el pasillo, haciendo que este pareciera colorido durante unos segundos. En el momento en el cual el resplandor cesó, un bello cetro, tan colorido que el arcoiris le tendría envidia, con una joya transparente y esférica, en cuyo interior flotaban los cinco cachivaches, en la parte superior de éste cayó del lugar donde anteriormente se encontraba. Lo recogí. Irradiaba magia positiva; la magia que habíamos creado sin darnos cuenta.

Me dirigí hacia la puerta y, con un simple toque del cetro, el sello se esfumó. Las vocecillas acusadoras se desvanecieron con él. El portón se abrió lentamente, chirriando (se nota que los psicópatas no engrasan las puertas).

Cuando tuve ante mis ojos la sala del trono, miré a Poppy en busca de algún indicio de que mi mente me estaba jugando una mala pasada. No lo encontré; estaba tan sorprendida como yo. Al ver quien estaba sentada en el trono, mi cerebro sólo pudo pensar una cosa:

"¡Oh, venga ya!"

(Acuérdate de respirar, Mireia) Lo siento, es que cuando he visto el número casi me da un paro cardíaco: ¡ya somos 900! Al final si que tendré que escribir el maratón de los 1000 (a este paso, la semana que viene).

Este capítulo se lo dedico a LauraSofia79, que votó, comentó y me despertó a las 3 de la mañana (fue la primera vez que me alegré de despertarme a esa hora). Cuando coja el ordenador lo dedico formalmente.

Chao, espero que les haya gustado y no me odieis por dejarlo en suspenso.

Mireia

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora