CAPÍTULO 8: La pesadilla

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Tenía ante mí la criatura más repulsiva que había visto en mi vida, incluyendo a Devora en el segundo puesto. Me sacaba por lo menos dos cabezas, y no es sólo un decir. Literalmente tenía dos cabezas más que yo. Su piel, pegada directamente sobre el esqueleto de aquel monstruo, parecía estar tejida de las sombras más oscuras existentes, como si cada celula del cuerpo del monstruo fuese un agujero negro. De su espalda sobresalían unas alas óseas cubiertas de el mismo fuego oscuro que, según recordaba, lamía las paredes de la cabaña Beaver cuando yo llegué, que en momentos parecía gritar de dolor. El fuego, no mi recuerdo.

Pero lo más inquietante era su rostro. Los seis ojos de la pesadilla eran amarillos y reptilianos, la única parte de su cuerpo que poseía algún color. Las seis orejas parecían provenir de un cruce de toro y murciélago, habiendo heredado los cuernos del primero y el sónar del segundo. De sus bocas, que me recordaban más a unos tajos en la cara que a unas bocas en si, sobresalían un par de enormes colmillos de marfil blanco.

Quiero pensar que aquella sombra fugaz que vi en aquel instante en su ojo derecho de la cabeza izquierda era miedo. Miedo de mí, la humana que traspasó el orbe solar y de la que se rumorea que es la Lamicury. Fue sólo un momento, pero el pensar que un monstruo tan temible me temía a mí me dio valor. Una bobada, pero sorprendentemente eficaz.

Desafortunadamente, ese instante sólo duró eso; un instante. Después me atacó.

Fue todo muy rápido. La pesadilla me empezó a cortar en trizas. Luego, el tiempo se relentizó. Veía todo lo que pasaba a mi alrededor con absoluta precisión, oía como mi corazón se aceleraba impulsado por la adrenalina, sentía en que milisegundo me clavaba las uñas aquel demonio.

Tenía que pensar rápido, actuar rápido. Si no moriría a manos de aquella criatura. Me concentré en esquivar las frenéticas garras que me taladraban la piel a cada segundo. Después le intenté dar algunos golpes sin mucho éxito.

¡Si al menos tuviera un arma! Una espada, un arco...¡algo! Un segundo, según Rita y los Beaver, sí que tenía un arma. Según ellos, podía hacer magia. Hora de saber si estaban en lo cierto.

Cerré los ojos y me concentré en el único hechizo que recordaba de la clase express (no se si llamarla así porque en realidad fue una preparación para un picnic). Visualicé una llama multicolor, como la que Rita había invocado, delante mío y dije las palabras mágicas. Bueno, en este caso sólo una: Fauliste.

Al principio no pasó nada. Empezaba a pensar que me había equivocado, o que simplemente se habían equivocado conmigo. Quizá no era la Lamicury, después de todo.

Entonces, algo sucedió. Una llamarada de colores cambiantes subió por las piernas de la pesadilla, pasó por su tronco y llegó a cada una de las tres horribles cabezas. Lo último que dijo aquel monstruo fue: "Las láminas serán destruidas. El color y la alegría serán borrados".

En aquel momento decidí que tenía que volver a la casa de los tapices. Tenía que disculpame y rogar a Rita para que me enseñara algunos hechizos y conjuros. Acababa de comprobar que yo realmente era la Lamicury, después de todo, y tenía que aprender a hacer magia.

Llegué a casa de Rita al crepúsculo. Ella y Ocaso estaban esperando en el porche. Ocaso se quedó boquiabierta nada más verme. Me extrañó y decidí comentarselo:

- Tampoco es tan raro que haya vuelto. Sí, dije algunas burradas y, sí, lo siento. ¡Pero tampoco hace falta sorprenderse así! Sólo vengo a decir que he recapacitado y acepto la oferta de Rita de enseñarme magia.

- ¡Tu...tu...tu pelo! ¡Está blanco!- consiguió decir Ocaso entre tartamudeos. Acto seguido invocó un espejito exacto al que tenía yo guardado en mi cuarto (algún día tengo que preguntarle como supo su aspecto) y pude comprobar que era verdad.

Mi corto y alborotado cabello castaño claro ahora era blanco, y a cada movimiento mío reflejaba distintos colores. Mis ojos también habían cambiado: ahora tenían un brillo cambiante, como si estuviera mirando un arcoiris con un caleidoscopio.

Las marcas de la Lamicury, como los Beaver las llamaron, que aparecerían al empezar a practicar magia. Hoy he lanzado mi primer hechizo; hoy, según parece, me he convertido en la Lamicury en toda su plenitud.

Rita no pareció muy sorprendida. Supongo que, de algún modo, se lo esperaba:

- El entrenamiento empieza mañana al alba. Prepárate- sentenció, dando comienzo a una nueva etapa en mi vida.

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora