CAPÍTULO 17: Las ruinas de mis ancestros

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Antes de nada, entended por que diantres grité, pues yo no grito por que sí: estaba convencida, gracias al holograma que nos mostró Rita, de que el antiguo palacio estaba de una pieza; vengo y me lo encuentro completamente destruido, con los mundos que formaban cada bloque desperdigados, las almenas derruidas, el portón de oro fundido en un insignificante charco... Habíamos llegado tarde; la Reina de las Sombras se nos había adelantado y lo había destruido hasta los cimientos. Y supongo que la lámina también había sido destruida o, como poco, robada. Yo, la Lamicury, la que se suponía que debía defender la Tierra de la Creatividad a toda costa, había fallado estrepitosamente.

Drake me tocó el brazo y me hizo salir del trance (la verdad es que el contacto con su piel era agradable ¡pero ni se os ocurra decírselo!).

-¿Qué pasa, Annie?-me preguntó.

-No hay nada: el palacio, la última lámina... ¡todo está destruido!

- Tranquilizate, Annabeth, no llores.

¿Estaba llorando? La verdad es que no me había dado cuenta, pero me mosqueaba mostrarme tan débil. Incluso en el instituto, ante las burlas de Devora o de cualquier otro idiota, evitaba las lágrimas a toda costa; no le dejaba saber a nadie el daño que me hacían los insultos, palabras con dagas en lugar de letras. ¡Malditas lágrimas de impotencia!

Me sequé los ojos con la manga de la sudadera y decidí que aquel día dormiríamos allí. Por la mañana pensaríamos en nuestro siguiente paso.

Dormir, lo que se dice dormir, no dormí. No podía; entre el trauma de no poder hacer nada y los fantasmas de mis ancestros que pululaban por mi tienda, era imposible pegar ojo.

Pensé en contar fantasmas (como la gente normal cuenta ovejas): un fantasma, dos fantasmas, tres fantasmas...Me detuve cuando vi a Isabela. Era exacta a como la había visto en mis visiones: alta, de piel bronceada y bastante delgada (también tenía las puntas de su cabello blanco y rizado quemadas, pero decidí pasarlo por alto). Ella, al contrario que los otros espíritus, iba y venía de una dirección concreta, y se paraba unos minutos en cada vuelta para decirme gestualmente que la siguiera. Ya que no podía dormir, la seguí.

Ella caminaba (o flotaba, mejor dicho) segura entre los escombros; yo la seguía con una torpeza digna de un pato.

De repente, Isabela frenó bruscamente (si no llega a ser un fantasma, nos hubiésemos caído al suelo) y señaló a lo que tenía debajo. Estaba encima de un mosaico, muy bonito y colorido, que representaba a todo el Eclipse de la Razón.

-¡Pero no estamos aquí para admirar la decoración!-protesté. Pensaba que me había traído allí para algo importante...

Isabela se llevó la mano a la frente y gesticuló exageradamente con la boca para dejar claro lo que decía: NO SEAS TONTA, FÍJATE BIEN.

Hice eso, fijarme bien, y me di cuenta de un detallito que había pasado por alto: los demás mosaicos estaban destruidos; éste en particular, intacto. Otro vistazo, y pude comprobar que la pieza central del mosaico, el palacio, estaba un pelín desnivelada con respecto al resto. Sin pensarlo, coloqué la mano encima de la figura y, como por arte de magia (lo digo así por que no percibí ningún tipo de magia, por lo que debía ser algún tipo de mecanismo), la caja que resultó ser se elevó. Abrí el cofre con cuidado (podía haber alguna trampa dentro) y me encontré...

- ¡No puede ser! ¡Está aquí!- dije sosteniendo la última lámina. Decía así:

He estado tiempo dormida,
ahora entró en acción;
devolveré al mundo la vida
con el poder de la imaginación.

Aquí estaba; el último trozo de el hechizo que salvaría este mundo. Supongo que el mosaico sería parte del torreón del que me habló Rita. Le di las gracias a Isabela y me dirigí al campamento.

No me esperaba, para nada, encontrarme lo que me encontré.

Las tiendas estaban rodeadas de pesadillas. Mirase a donde mirase, veía manchas negras con distinto número de cabezas y extremidades, con distintas formas y tamaños. Mis amigos combatían, cada uno a su manera, contra muchos monstruos sacados de las más horribles pesadillas que han sido soñadas al mismo tiempo (reconocí a una criatura con cabeza lobuna y cuerpo humanoide del que sobresalían cuchillas con el que soñaba de cría. Casi me hice pis encima al recordarlo). Vi a Drake ensartando a una pesadilla tricéfala que me sonaba familiar y a la que se refirió como "Pete" con una flecha. Vi a Poppy atravesando a tres a la vez (incluyendo al hombre lobo de las cuchillas, ¡VIVA!) con una espada plateada, que inmediatamente transformó en una ballesta para ensartar a otra que venía corriendo (por si alguien no se ha dado cuenta, el arma de Poppy es mágica; cuando no la necesita, se transforma en una pulsera de plata). Vi a la pequeña Ocaso metiéndose en la boca de una de esas criaturas para hacer explotar sus órganos vitales.

Decidí unirme, pero he de admitir que no serví de mucho. Mis hechizos destrozaban bastantes pesadillas al mismo tiempo, pero eran demasiadas; por cada cuatro de las que me libraba, aparecían doce más. Estábamos perdidos; aquellos monstruos nos matarían y conseguirían las láminas (la de mi mochila y la de mi bolsillo) que tanto nos había costado conseguir.

Un momento, ¡mi bolsillo! ¡como no lo he pensado antes! Cogí la escama de cristal, regalo del dragón Prisma, y la apreté entre mis dedos. "Por favor, date prisa" rogué mentalmente.

Sólo teníamos que resistir un poco más, sólo un poco... De pronto, sentí unas garras alrededor del cuello, clavándose en mi yugular.

Lo último que vi antes de cerrar los ojos fue a Prisma llegando, montada por ¿Aiden? Serían alucinaciones mías. Me dejé llevar por las cálidas sombras del sueño eterno (otra vez).

Lo sé, lo sé... soy muy cruel; acabo de matar a la protagonista por segunda vez en cinco capítulos (o, mas bien, la he dejado inconsciente). Pero, en mi defensa, ayer pasé un día horrible, enferma y vomitando cada dos por tres, y mi sufrimiento me hizo imaginarme esto. Así que, si tenéis que enfadaros con algo, enfadaos con el virus que me tuvo en cama el día de Navidad.

Por cierto, ¡gracias por los 400 leídos! Me alegraron un día tan gafe como el de ayer.

Saludos,
Mireia Gurpegi

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora